El juego, la clave para entrenar a los perros de la Policía Federal

Con apenas dos años, Cheezo ostenta galardones suficientes como para ser el rey entre sus pares. Por eso lo eligieron para escudriñar —sin suerte ni premio— el departamento en Recoleta de Cristina Fernández de Kirchner en busca de dinero ilegal. Versátil en su doble faena de encontrar drogas o divisas, Cheezo no exhibe las ínfulas del adalid. Fue laureado por su abnegada contribución a la sociedad, que en el argot policial se traduce como el “prestador de los mejores servicios del año”.

Cheezo, el pitbull terrier que busca drogas y dinero

Cheezo, el pitbull terrier que busca drogas y dinero

Este pitbull terrier integra el selecto grupo de 50 canes entrenados por distintas unidades de la Policía Federal en la Capital para combatir el delito, buscar personas y sustancias y auxiliar en tragedias. Ese “seleccionado” presta su agudo olfato a la tarea detectivesca de hallar drogas, explosivos, divisas, sustancias químicas y biológicas, utilizadas en ataques terroristas, y hasta para detectar apenas gotas de hidrocarburos en incendios intencionales. También encuentra personas extraviadas, fallecidas, prófugas de la justicia o atrapadas en diversos escenarios.

El perro con su destreza olfativa mil veces superior a la humana, suple las limitaciones de los hombres. Y lo hace a cambio de muy poco: sus ansias de jugar.

Las unidades de cinotecnia, por ejemplo, fueron clave en el caso Maldonado. A los pocos días de su desaparición, uno de los canes señaló la ribera en el lugar exacto por donde se zambulló el joven, mientras que otros perros entrenados advirtieron sobre las prendas plantadas por mapuches en el Pu Lof para desviar la pesquisa.

Las destrezas caninas son imbatibles para hallar innumerables rastros. Aunque no en el caso del dinero termosellado y presuntamente sepultado a 15 metros de profundidad en una de las estancias de Báez cerca de El Calafate. “Ahí los georradares son más útiles, ya que a esa profundidad a los canes les resulta imposible detectarlo. Si el supuesto container estuviera más cerca del suelo, los perros lograrían olfatear las divisas. Porque las partículas livianas que desprenden los olores, en este caso de tinta, suben a la superficie en determinadas condiciones humedad y temperatura”, dice Christian Godoy Esbert, jefe de la División Adiestramiento de Canes y Guías, de la Superintendencia de Bomberos de la Policía Federal.

En el búnker de Villa Soldati, próximo al derruido Anfiteatro de la Ciudad donde se levanta la futura Villa Olímpica, Godoy Esbert adoctrina durante 18 meses en pesquisas de todo tipo a 28 canes que más tarde se entrenarán con sus guías para forjar binomios.

Mili, experta en búsqueda de explosivos

Mili, experta en búsqueda de explosivos

El entrenamiento se basa en el juego. Comienza cuando a los canes se les asienta el carácter, a partir de los seis a ocho meses, con la imprimación de los diferentes olores. Familiarizado con determinado olor, lo busca. Sabe que al encontrarlo recibirá como recompensa el juguete que desde pequeño eligió.

El can más apto es el que demuestra mayor predisposición al juego. Eso se traducirá luego en destreza, motivación e impulso de búsqueda. El truco para convertirlos en eximios buscadores de personas o sustancias radica en ir agudizando su olfato.  A través de recipientes, olerán determinadas sustancias—desde restos cadavéricos a explosivos— cuya intensidad irá drásticamente decreciendo durante el adiestramiento.  A su vez, esos olores se ocultarán y replicarán en lugares impensados con numerosos obstáculos. El can se esmerará para encontrar ese mismo olor con el afán de ser premiado y seguir jugando.

Mientras los perros de búsqueda de sustancias utilizan la memoria de largo plazo, los que siguen rastros de personas determinadas—nuevos olores con sudoración específica—, acuden a la memoria de corto plazo. El proceso de búsqueda es por rastreo, con las partículas pesadas sobre el terreno, o por venteo, para detectar las que permanecen en el aire.

La palabra clave siempre es “busca”. Y cuando el perro encuentra su asignatura se sentará sigilosamente ante la presencia de explosivos, ladrará fuerte en caso de personas atrapadas bajo escombros o marcará cavando el lugar exacto del hallazgo de sustancias. El corolario del éxito, siempre será la premiación del guía arrojándole su juguete.

“Mientras el ser humano posee entre 5 ó 6 millones de células olfativas, los perros tienen entre 200 y 220 millones, lo que les permite detectar hasta 10 millones de olores”, explica Federico Puntarulo, uno de los entrenadores.

Los adiestramientos ocurren en lugares insólitos, de manera de ir variando y complejizando los escenarios de búsqueda. En la División Bomberos hay una reina veloz, Clementina, una labradora blanca, capaz de detectar apenas unos pocos gramos de trotil, pólvora, pentrita o mercurio, entre otras sustancias detonantes o deflagrantes.

Rocco, un ovejero belga malinois más novato, sigue los rastros de sustancias acelerantes de la combustión y con su trompa una vez “recibido” apuntalará a los peritos de incendio. Luke, en cambio, es un chesapeak by retriver color chocolate instruido en la búsqueda de personas. Al igual que Asia y Oslo, hermanos de raza bloodhound que aburridos en sus caniles se desviven por prestar sus servicios.

Asia, una Bloodhound entrenada para encontrar rastros humanos

Asia, una Bloodhound entrenada para encontrar rastros humanos

La estimulación siempre es en positivo, el “no” está prohibido y por cada hora de faena, reciben el doble de descanso. Aunque si por ellos fuera, se la pasarían trabajando.

Sustancias psicoactivas

El entrenamiento para hallar estupefacientes tiene otro método de más corta duración: de entre 4 a 6 meses. En una toalla enrollada se esconden los olores de drogas livianas (marihuana y hachís), pesadas (cocaína, heroína y sus derivados) y de precursores químicos para drogas de diseño en base a efedrina. El perro nunca entra en contacto directo con la droga pero va siendo entrenado mediante su olfato y el juego para conocer los distintos componentes de los estupefacientes. Los juzgados federales proveen las dosis, producto de las incautaciones.

La inteligencia olfativa del can actúa por categorización de manera que termina agrupando en una misma familia los distintos olores de cada uno de los componentes de las drogas. En el caso de la cocaína, por ejemplo, se comienza con tres gotas de los precursores utilizados en su producción: la mezcla de ácidos clorhídrico y acético. Cuando ese olor se les graba, se pasa en dosis aún más reducidas al clorhidrato de cocaína, luego al sulfato de la pasta base, y más tarde, a las hojas de coca.  Así, el perro nunca es selectivo sino que detecta una misma familia de olores.

Poncho, experto en búsqueda de personas

Poncho, experto en búsqueda de personas

Un entrenamiento exitoso supone que el perro logre descubrir ínfimas dosis de drogas. El comisario veterinario Carlos Ciocca, de la Superintendencia de Drogas Peligrosas de la Policía Federal, dice que los perros instruidos por la División Canes Detectores de Drogas, de la cual es jefe, son irremplazables en esa tarea: “El perro es capaz de detectar millones de partículas hasta sumergidas en agua. Los narcos despliegan un sinfín de ardides para engañarlos: desde soltarles perras en celo, dejar apósitos femeninos usados para desorientarlos hasta enmascarar la droga en café, azúcar, harina o tanques de nafta. Pero todos los canes están castrados y acá los entrenamos para no dejarse confundir con los llamados distractores”.

Ese método para hallar droga se estrenó en la Policía Federal en 1980. Se copió del protocolo inventado por la Aduana de Estados Unidos, a partir del viaje de instrucción de un comandante veterinario de la Gendarmería que bajo estricta reserva, por mala relación entre las fuerzas, adiestró a dos hombres de la antigua División Perros de Seguridad Metropolitana.

“El perro habla. Su lenguaje es corporal. Es el humano el que a veces no logra descifrarlo. Por eso acá al guía lo entrenamos. Pero con el perro nos la pasamos jugando”, dice el veterinario Ciocca.

Entre las razas más aptas para la faena están los bloodhound, beegle, pointer, golden retriever, labradores y también los perros mestizos. Aunque los labradores son “superiores en inteligencia”, asegura el especialista.

La tropa sale desde Parque Roca y puede trabajar hasta un máximo de 4 horas. Entre los aciertos de esa división todos recuerdan la de Ulises, un cocker spaniel negro, y la del labrador Indio. Ulises marcó con una sentada un kilo de cocaína oculto en un cochecito de bebé dentro de un maxi kiosco, mientras que Indio halló una cocina de droga enterrada a tres metros de profundidad. Su guía, confiado en el instinto del can, le facilitó la tarea cavando chimeneas de aire en el terreno.

Paine, el perro del GEOF

Desde hace dos años el Grupo GEOF viene incorporando canes tácticos a su fuerza de elite. Por su rapidez, utilizan ovejeros belgas marinois como método de disuasión. Los usan como un tipo de arma no letal para acompañar procedimientos de rápida definición y alta peligrosidad. Usualmente son tomas de rehenes o situaciones en las que se busca neutralizar a sujetos armados.

Los perros son entrenados también mediante metodologías lúdicas que, sin embargo, distan de ser inofensivas para los potenciales agresores.

La instrucción a Paine, un malinois de menos de dos años, está a cargo de Gabriel Lucero, miembro del grupo de elite y con quien convive el perro. Actúan como binomio. Ante un posible ataque con arma blanca o de fuego, Lucero da la orden de asalto. El perro está entrenado para adelantarse a la intervención humana: embiste al agresor y le arrebata el arma mediante una mordida que solo cede ante la directiva del guía.

“Contrariamente a lo que se piensa, la mordida para el perro es un juego. Se lo entrena con un tipo de juguete-mordillo para que consolide ese comportamiento. De esa forma se evitan otro tipo de acciones mucho más violentas”, explica Lucero.

Otra vez, la táctica se importó del ejército estadounidense que ya desde la II Guerra Mundial se valía de perros adiestrados en los campos de batalla. Aunque los protocolos evolucionaron y hoy se resguarda la vida del perro tanto como la de los efectivos.

Paine viaja en helicóptero, usa protectores visuales y auditivos, zapatillas acolchadas para desplazarse en todos los terrenos. Próximamente, también tendrá su chaleco antibalas, de uso reglamentario para perros estadounidenses. Además, se prevén lanzamientos en tándem con paracaídas.

Cuando se le pregunta si la efectividad del perro puede reemplazar a la de un compañero de armas, Lucero lo pone en estos términos: “Un compañero me va a salvar la vida pero él va a dar la vida por mí”.

El férreo vínculo para el trabajo policial del perro en tándem con el hombre no es desinteresado. Hay un soborno que enmascara el juego.



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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