Todo pasa, rezaba el anillo que tenía en su dedo meñique izquierdo el histórico presidente de la AFA Julio Grondona. En algún momento, de alguna manera, pasa. Pasan las internas, las discusiones, los resquemores. Nada es estático, todo fluye.
En el peronismo del 2021 intentaron imponer esa lógica después de la dura derrota electoral en las PASO, y sobre todo luego de la crisis desatada por el brusco movimiento interno de renuncias auspiciado por Cristina Kirchner, pero a duras penas pudieron calmar por unos días los reproches internos. No todo pasa.
Este domingo la reaparición del ex ministro de Educación, Nicolás Trotta, corrido del Gobierno en el último recambio ministerial, rompió la tranquilidad construida con el esfuerzo de varios ministros. En una entrevista radical contó que acató órdenes del Jefe de Estado con las que no estaba de acuerdo, como la suspensión de presencialidad en las escuelas en la segunda ola de COVID-19; que no tenía diálogo con el Presidente desde que Fernández defendió a la profesora K y que lo sorprendió su salida del Gabinete.
Trotta fue, hasta ahora, el único ex ministro que cuestionó a Fernández. Durante su gestión quedó expuesto en varias oportunidades por el discurso desacoplado entre el Jefe de Estado y sus ministros. La última vez fue la posición pública del Gobierno frente al violento adoctrinamiento de una profesora a su alumno sobre los gobiernos kirchneristas y el de Mauricio Macri. Trotta la castigó y le abrió un sumario. Fernández relativizó la situación y defendió a la docente. Uno blanco y el otro negro. Ambos del mismo gobierno.
“La sociedad tenía depositada en nuestro Gobierno una expectativa que no se dio en la realidad. En términos objetivos no se cumplió”, explicó el ex funcionario. El ex ministro mandó la factura a la Casa Rosada diez días después de enterarse que lo habían sacado del Palacio Pizzurno. Se desconoce si habrá respuesta.
A nadie dentro del peronismo le conviene seguir subiendo la tensión. Es lo que buscan desde hace poco más de una semana. Dejar atrás los conflictos, concentrarse en una campaña más territorial y generar mayor empatía con el electorado. Nada de conventillo político. Pero no pueden. Porque hay demasiadas voces enemistadas que se vuelven incontrolables.
En el Frente de Todos buscan quitarle peso a cada discusión interna. A esta altura es casi un acto reflejo. “Es parte de la tensión que existe en cualquier coalición”, resaltó un funcionario nacional frente a los sucesivos contrapuntos peronistas. Todo pasa. Otra vez. Es la idea.
La intención siempre es mostrar que son solo discusiones que se saldan rápidamente y que tienen que ver con la fogosidad del debate político. Quizás la mejor frase que lo defina sea la que utiliza el ministro de Seguridad, Aníbal Fernández: “Hay dos cosas que no me gustan tibias: el mate y el peronismo”.
Lo de Trotta se suma a otros cruces que ha tenido el oficialismo en los últimos días. Uno de los más destacados fue el del ministro de Economía, Martín Guzmán, con Cristina Kirchner. La Vicepresidenta dijo en su última carta que el Gobierno realizó un ajuste fiscal. Guzmán le respondió con simpleza: “En la Argentina no hubo un ajuste fiscal, ha habido una política fiscal expansiva”.
Si el debate hubiese sido entre dos ministros, el contrapunto no hubiera tenido tanta relevancia. Pero fue Guzmán, el dirigente apuntado por el kirchnerismo y al que le hicieron morder el polvo desautorizando su orden de despedir al secretario de Energía, Federico Basualdo, contradiciendo a la Vicepresidenta, quien una semana atrás dejó en claro el poder de fuego que tiene.
En otra arteria de la coalición de gobierno se enfrentaron Máximo Kirchner y Héctor Daer. El líder de la CGT, alineado con Alberto Fernández, había cuestionado las renuncias masivas del kirchnerismo y le había pedido al Presidente “encontrar los caminos conducentes para la institucionalidad”.
El fundador de La Cámpora respondió hace ya varios días: “Hay que pensar antes de hablar, uno tiene responsabilidades”. No le gustó que apuntaran contra su madre dejando entrever que había puesto en riesgo las instituciones con la presión ejercida sobre el Jefe de Estado.
Daer no se quedó callado y reflotó la discusión este fin de semana. “En momentos críticos y a pocos días de un resultado adverso, los análisis sobre las causales hay que hacerlos con mayor aplomo y no poniéndole vértigo al Gobierno. Gracias a Dios, superamos la crisis”, sostuvo.
La relación entre el kirchnerismo y la CGT hace mucho tiempo que no es buena. La central obrera recibió críticas frecuentes durante la gestión de Cambiemos y siempre se mostró desacoplada de la conducción política de Cristina Kirchner. La llegada de Fernández al Gobierno alineó los planetas. Pero la derrota electoral de las PASO reavivó las diferencias entre la heterogénea coalición de gobierno.
Después del recambio de Gabinete en el Frente de Todos buscaron mostrar que la familia ensamblada ya había pasado las turbulencias de la crisis política. Aún cuando la desconfianza que generó el kirchnerismo en su movimiento masivo de renuncias dejó lastimaduras dolorosas puertas adentro de la Casa Rosada. En especial en el vínculo entre Alberto Fernández y Eduardo “Wado” De Pedro, quien encabezó la movida K para presionar al Jefe de Estado.
“Ya está. Hubo un empate técnico. Nos lamimos las heridas y seguimos adelante”, expresaron desde el entorno presidencial para intentar dar por terminado el tema. “Lo que pasó ya está. Es política. La relación se va a recuperar. Guste o no el cambio de Gabinete oxigenó al Gobierno”, expresaron cerca del ministro del Interior.
Ambos se reunieron y volvieron al diálogo de trabajo. Pero detrás de ese vínculo sigue existiendo la desconfianza. Es frío y difícilmente vuelva a retomar el camino de la normalidad que habían creado en la pandemia. No resulta casual que uno de los ministros más cercanos al Presidente haya levantado el tema en los medios nuevamente.
“No hace falta mandar una renuncia a un diario para que se sepa que tu cargo está a disposición del Presidente”, dijo el ministro de Trabajo, Claudio Moroni. En la política no existen las casualidades. Mucho menos en la política argentina y al máximo nivel de poder. La bola de nieve nunca deja de agrandarse.
Hubo otro hecho que generó suspicacias en las últimas horas. Por Balcarce 50 se corrió el rumor que Manzur había pedido la cabeza de Fernando “Chino” Navarro, actual Secretario de Relaciones Parlamentarias. Cerca del líder del Movimiento Evita lo desmintieron y advirtieron que era una operación mediática. El mismo día ambos se sacaron una foto trabajando. Lo cierto es que Navarro tuvo su puesto asegurado gracias al respaldo puntual de Alberto Fernández. Sino otra hubiese sido la historia.
Desde que se adueñó del despacho que tiene designado el Jefe de Gabinete en el primer piso de la Casa Rosada, Juan Manzur le imprimió a su gestión la abrumadora sensación del vértigo. Todos los días su figura aparece en un acto político o en una reunión de trabajo. Estar, mostrarse, generar la idea de que el gobierno nacional está en marcha después de que se le apagara el motor el domingo de las PASO.
Reunión de Gabinete a las 7:30 de la mañana, lugar de privilegio en el acto de José C. Paz donde Alberto Fernández relanzó su gestión, presencia en recorridas por el conurbano y en un acto del Movimiento Evita. Encuentro con el flamante Jefe de Gabinete bonaerense, Martín Insaurralde y reuniones con los ministros el sábado por la mañana en la Casa Rosada. Manzur y su raid de actividades.
La agenda frenética buscó ordenar la tropa ministerial, pero generó la idea de que el tucumano trabajaba más que su antecesor Santiago Cafiero. Muchas crónicas lo reflejaron. Con y sin intención. El movimiento del ex gobernador lo dejó en off side. Esas interpretaciones no cayeron bien en algunos dirigentes que quieren al actual canciller.
“Nació la hija, pasó a verla y se fue a una reunión en Casa Rosada. Esta es la ingratitud de la política”, se quejó un funcionario que lo guarda aprecio y respeto por su trabajo en los dos primeros años de gestión.
Ese pequeño resquemor interno es solo un microcapítulo más de una novela de desencuentros y tensiones internas que existen en el Frente de Todos. Existían antes de las elecciones de medio término y se profundizaron después de la derrota electoral, la crisis política del Gobierno y el cambio de Gabinete.
Cafiero se lleva bien con Manzur. No solo eso. Fue uno de los encargados de generar el escenario propicio para que se haga efectivo su desembarco en un clima de mayor tranquilidad al que siguió después de la paliza en las urnas.
El ex jefe de Gabinete cumplió con creces los deberes de lealtad a Fernández gestionando el armado del nuevo Gabinete, sabiendo de antemano que abandonaría el lugar estratégico que ocupó desde diciembre de 2019. Quizás por eso dolieron algunas interpretaciones en el albertismo.
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