Nicolás Maduro sorprendió a la región, no sólo a la Argentina, con declaraciones muy duras y destempladas contra cualquier crítica al régimen que encabeza. Fue un verdadero exabrupto en una entrevista periodística, ni siquiera frente a su tribuna. Pareció un esfuerzo -de difícil interpretación- para aislarse y demandar apoyos absolutos, al estilo de Nicaragua o Cuba, y a la vez fue un palo que complica posiciones “moderadas” para buscar una salida a la crisis venezolana. En el caso local, el blanco fue Alberto Fernández, que ya perfiló un camino de ruptura con el Grupo de Lima y el impulso a una solución que no tense demasiado la cuerda con Caracas.
La posición de Alberto Fernández es de acotado cuestionamiento a Maduro. En su reciente visita a Madrid, expuso un quiebre con el Grupo de Lima, que cuenta a Mauricio Macri como uno de sus motores. De hecho, esa señal anticipó que en caso de llegar a la Casa Rosada, desconocería a Juan Guaidó como presidente “encargado”. Y buscaría articular posiciones con México y Uruguay, dos gobiernos que proponen un camino negociado entre Maduro y la oposición aunque evitan escalar en la presión internacional para abrir una negociación real y efectiva.
Por supuesto -descartando un respaldo abierto a Maduro y rechazando también cualquier aventura de intervención militar- parece un debate razonable el que se ha planteado en la práctica entre las posiciones de mayor condena del régimen, con apoyo abierto a la oposición, y las que defienden el reconocimiento diplomático de las autoridades chavistas y consideran que hay margen para algún compromiso de “diálogo” interno con o sin paraguas internacional, tal vez con la esperanza de darle algo de oxígeno a Maduro para maniobrar un final administrado.
Si se extrema el análisis de esas dos visiones y actitudes, las conclusiones serían lineales. En el primer caso, podría hablarse de un alineamiento acrítico con Estados Unidos. En el segundo caso, podría describirse algún grado de complicidad con el actual chavismo. Hay en cada franja –tampoco internamente uniformes- algunas pinceladas de mayores o menores simpatías con Washington o con Caracas, pero en rigor no parece haber espacio para incondicionalidades. Y el problema, como acaba de ratificarse ahora –si hacía falta- no es sólo la política de Donald Trump, sino también Maduro.
En sus ruidosas declaraciones a Folha de Sao Paulo, Maduro rechazó cualquier crítica que ande dando vueltas, moderada o dura. Y calificó como “estúpido” a todo aquel que hable de dictadura. En ese andanada, incluyó a José Mujica, a pesar de que el ex presidente y referente de la izquierda uruguaya dijo que se trata de una dictadura como tantas otras que existen en el mundo.
Pero tampoco dejó margen para cuestionamientos tibios o mesurados, como las referencias al “autoritarismo” o a los abusos en materia de derechos humanos. Esa última línea –la que busca ver una degradación autoritaria de la democracia pero sin llegar a una dictadura- es la preferida por Alberto Fernández. Pero Maduro no hizo diferencias a la hora de usar el término “estúpido”. Para que no queden dudas, sostuvo que su país debe ser “respetado” y dijo que allí impera una “democracia sólida”.
Es llamativo el mensaje para esta parte del continente. Las cargas sobre Trump y el brasileño Jair Bolsonaro eran previsibles. No el resto. El disparo a Mujica parece un tiro por elevación a todo el Frente Amplio, cuyos principales referentes han incluido en el discurso la calificación de dictadura, especialmente después del crudo informe Bachelet.
El candidato a presidente por el Frente Amplio, Daniel Martínez –según las encuestas, firme en la carrera electoral-, dijo que para la izquierda “el tema de los derechos humanos debe ser siempre un imperativo ético” y usó el mismo término que habían usado Mujica y antes, el ministro Danilo Astori. Son épocas de campaña también en Uruguay, y de tensiones internas, pero el giro es significativo, sin salir de la posición negociadora sostenida hasta el presente.
El mensaje a Alberto Fernández iría también en esa misma dirección diplomática, a pesar de su cuidado por los términos en la exposición pública. Asoma al mismo tiempo como mensaje interno. En el kirchnerismo duro, cerca de CFK, la posición dominante es de apoyo tradicional a Maduro y en todo caso es admitido por ahora el gesto del candidato, de ruptura con la política exterior macrista aunque sin recomponer con Caracas. Sería algo táctico.
Maduro tal vez haya querido pegar sobre ese tipo de fisuras domésticas. No parece tan elaborado en sus palabras y, en todo caso, sólo estaría logrando incomodidad en esta parte del mundo, que a se apresta a elecciones presidenciales.
Para Alberto Fernández, si llega a la Casa Rosada, la posición de Macri en este terreno podría ser rechazada y revisada como otra parte de la “herencia”. Pero las tensiones no estarían relacionadas con esa postura política ajena, sino con la historia de su propio frente político: “herencias” más antiguas y problemas a futuro, en caso de consagrar su proyecto presidencial.
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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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