El día que los comandantes le gritaron a Isabel Perón, la hicieron llorar y recibieron una firme respuesta: “No renuncio”

Setenta y siete días antes de instaurar en el país la más sangrienta dictadura militar de su historia, en un país que tiene historia de dictaduras militares, los tres comandantes en jefe de las fuerzas armadas, los entonces teniente general Jorge Videla, almirante Emilio Massera y brigadier Orlando Agosti, amenazaron y emplazaron a la presidente María Estela “Isabel” Martínez de Perón a que renunciara, o a que se atuviera a las consecuencias. Fue en la quinta de Olivos, en la tarde del 5 de enero de 1976, durante una reunión violenta, amenazante, irracional, en la que los tres jefes militares usaron, o toleraron que se usara, un lenguaje durísimo contra la Presidente, que era la comandante de las fuerzas armadas; aceptaron que se gritaran amenazas veladas y no tan veladas sobre su seguridad y acaso sobre su vida, y contemplaron sin inmutarse cómo la viuda de Perón rompía en llanto, impotente y temerosa.

Sin embargo, aquella mujer, que no reunía condición alguna para gobernar un país que se debatía en una enorme crisis económica, que soportaba la violencia guerrillera marxista del ERP y peronista de Montoneros, a la que se sumaba la violencia de la ultraderecha y de los grupos parapoliciales y paramilitares; aquella mujer que no tenía pasta de heroína, ni mucho menos; que había padecido, o había dicho padecer, serios problemas de salud por los que había sido internada y que ahora enfrentaba sola a la violencia de los triunviros, se negó de plano a renunciar.

Por el contrario, y a su modo, plantó cara a los comandantes; usó, tal vez temerosa por su vida, argumentos políticos para desbaratar a las exigencias de los militares, y los despachó frustrados de regreso a sus reductos conspirativos. La reciente y acaso estudiada aparición pública de Isabel Perón en Madrid, a sus noventa y tres años y en vísperas de un nuevo aniversario del golpe que la derrocó, despertó variadas evocaciones.

Aquella tarde de enero, la viuda de Perón también selló su destino. Las fuerzas armadas conspiraban para derrocarla desde octubre del año anterior. Para enero del 76 ya pensaban en las figuras que pudieran conducir los destinos económicos del país, entre ellas José Alfredo Martínez de Hoz, que fue contactado en marzo por los militares. El país estaba dividido y subdividido en zonas y subzonas a cargo de cada una de las fuerzas, zonas en las que se iba a desatar la represión del terrorismo, juzgada como ilegal por la Corte Suprema en 1985. En la Navidad de 1975, en Tucumán, escenario de enfrentamientos del Ejército con la ya casi derrotada guerrilla del ERP, Videla había dado al gobierno de la viuda de Perón un plazo de ciento ochenta días para encarrilar un país imposible de encarrilar. Ese plazo se cumplía el 24 de marzo de 1976.

Aun así y en plena conspiración, las Fuerzas Armadas buscaban llegar y mantenerse en el poder bajo cierto viso de legalidad: una renuncia de la presidente sucedida por un civil o por un general, en actividad o retiro, aprobado por la Junta Militar, dejaría el gobierno en manos de las Fuerzas Armadas con un presidente que sería un simple ejecutor de sus decisiones y un mero representante protocolar. Esa alternativa se definía entonces como “bordaberrización” de un gobierno, en referencia a la experiencia uruguaya con Juan María Bordaberry, presidente de ese país a inicios de los años 70. La negativa de la presidente a renunciar decidió a los tres jefes militares a seguir adelante con sus planes golpistas y con el “Día D” fijado para el golpe, el 24 de marzo de hace cuarenta y ocho años.

Si hubo un día en el que se parió aquel golpe, fue el 5 de enero, al terminar la durísima reunión de la Presidente con Videla, Massera y Agosti. Si hoy se conocen los términos de aquella dura charla, fue porque tres días después, el 8 de enero, Isabel fue a la nunciatura apostólica a cargo de monseñor Pío Laghi, para contarle en detalle cuál había sido su drama y cuáles habían sido los términos de su diálogo con los comandantes. Cinco días después, el 13 de enero, fue el embajador de Estados Unidos en Argentina, Robert Hill, quien llegó a la Nunciatura para entrevistar a Pío Laghi que estaba deseoso de transmitirle lo que la Presidente le había revelado.

Hill era un diplomático vinculado a la CIA que había sido embajador en España cuando el general Perón estaba en el exilio y había sido destinado por el presidente Richard Nixon a Buenos Aires ni bien Perón regresó a la Argentina en noviembre de 1972. Después de su conversación con Laghi, Hill envió a su jefe en el Departamento de Estado, Henry Kissinger, un largo cable secreto, (Confidential 0114, priority 4122), en el que detallaba con precisión de entomólogo las revelaciones hechas por el sacerdote. El cable fue revelado en marzo de 1998 por una investigación periodística del diario “Clarín”.

La presidente sabía que iban a derrocarla. Se lo había anticipado el jefe de la Fuerza Aérea, brigadier Héctor Fautario, al ser relevado de su cargo luego de una rebelión de la Fuerza Aérea, un ensayo general del golpe, liderada en diciembre de 1975 por el brigadier Orlando Capellini. “Tenga cuidado señora –dijo Fautario a Isabel- esta gente la va a derrocar”. Según recuerda en sus memorias Julio González, quien fuera secretario técnico de la viuda de Perón, el sábado 3 de enero la Presidente le pidió que convocara de urgencia al embajador argentino en Uruguay, Guillermo de la Plaza, que también era su amigo personal.

Cuenta González que la Presidente estaba en su despacho con el diputado Raúl Lastiri, que había sido presidente provisional tras las renuncias de Héctor Cámpora y Vicente Solano Lima en julio de 1973. Lastiri, era yerno de José López Rega, poderoso superministro de Bienestar Social de Perón y de Isabel que comandaba la organización terrorista de ultraderecha Triple A, que había caído en desgracia en junio de 1975 y había huido del país con destino desconocido y, dijo, con un cargo improbable de embajador plenipotenciario en alguna parte. En el despacho presidencial Lastiri estaba acompañado por “un misterioso visitante”, reveló González en su libro “Isabel Perón –Intimidades de un gobierno”. La Presidente, Lastiri y el misterioso visitante conversaron a solas y, ya de regreso en Olivos, Isabel confió a González: “Doctor, las Fuerzas Armadas están dispuestas a dar un golpe de Estado que ya se está gestando. Ese señor que vino con Lastiri viajó expresamente de Europa para avisarnos. Él va a hacer de mediador junto con el embajador De la Plaza frente a los tres comandantes”.

Para entonces, y a modo de anticipo de su pedido de auxilio al nuncio luego de la dura conversación del 5 de enero de 1976 con los tres comandantes, Isabel ya había buscado el apoyo y la protección de la Iglesia católica para su tambaleante gobierno. En diciembre de 1975 había enviado al canciller Manuel Aráuz Castex, que había dialogado el 19 con el papa Paulo VI a quien había pedido un respaldo para la Presidente. Pero de alguna forma la Iglesia hizo saber que si bien el Papa estaba dispuesto a respaldar el orden institucional, no lo haría con ninguna persona en especial.

El embajador De la Plaza sí hizo reuniones febriles para tantear, testear y quién sabe si con la esperanza de frenar los fervores golpistas. Entró tal vez sin saberlo, en la jaula de las fieras: se reunió con el general Roberto Viola, uno de los ideólogos del plan de represión ilegal del terrorismo, para abrir un espacio secreto de negociación con el triunvirato militar al margen incluso del ministerio de Defensa, que estaba entonces a cargo de Ricardo Guardo y, a partir del 15 de enero, de José Alberto Deheza. De la Plaza se entrevistó incluso con el general Videla en su despacho del Comando en Jefe del Ejército y Videla aceptó reunirse con Isabel Perón en Olivos, y se comprometió a convocar a sus pares de la Armada y de la Fuerza Aérea.

Así se gestó la violenta reunión del 5 de enero entre los comandantes e Isabel.

Videla llegó con un memorándum en la mano. Lo había redactado el general Miguel Mallea Gil que formaba parte de la planificación militar del golpe. Mallea integraba un grupo ideado por Viola bajo el nombre de “Operativo Aries”, en referencia al primero de los signos del zodíaco que abarca desde el 21 de marzo al 20 de abril, y que se reunía, reveló Mallea en 1999, “fogoneado por la Armada que ya tenía decidido el golpe desde octubre (de 1975)”. El pliego que Videla entregó a la presidente, una cuartilla y con un breve texto al dorso, contenía exigencias inaceptables para cualquier gobernante. Según reveló años después Mallea Gil: “Hubo dos memorándums. El primero fue rechazado por Isabel, vía De la Plaza y decía, entre otras cosas, que si no se terminaba con el sindicalismo, se restringía el libertinaje político y se producían cambios en la economía, debía renunciar y dejar el puesto a un civil, Luder, o a un militar retirado, aprobado por nosotros”.

Ítalo Luder, un dirigente peronista que en 1983 sería rival de Raúl Alfonsín en las elecciones que devolvieron la democracia al país, había sido presidente por un breve lapso, entre septiembre y octubre de 1975, cuando la presidente decidió tomar un descanso en Ascochinga, Córdoba, en compañía de… las esposas de los tres comandantes. El segundo memorándum de Mallea Gil suavizaba un poco el lenguaje, pero no las demandas y también fue rechazado.

El 13 se enero, después de hablar con el nuncio, el embajador Hill elaboró un preciso y detallado informe sobre las confidencias que le había hecho Pío Laghi que había recibido, aunque no en secreto de confesión, las cuitas de la presidente Perón. Hill fue a la nunciatura en compañía del agregado político de la Embajada, Wayne Smith, quien, años después admitiría que los Estados Unidos sabían que se avecinaba un baño de sangre en la Argentina, pero que su país permaneció “neutral” dado que “ni los militares ni los peronistas eran comunistas” y que la Embajada jamás había juzgado que existiera en la Argentina “una gran amenaza terrorista”.

El largo cable informativo de Hill destinado a Kissinger es, además de minucioso, claro y preciso, un retrato de la época en el que no faltan algunas dosis de humor corrosivo y de cierto elegante cinismo. A la hora de desclasificar el documento, el Departamento de Estado tachó el nombre de Pío Laghi, entre otros nombres, pero a lo largo del texto mantuvo el cargo de la persona a quien entrevistó el embajador Hill aquel día: “The nuncio said…, the nuncio spoke about… – El nuncio dijo, el nuncio habló sobre…” En el texto que sigue figura entre paréntesis el nombre del nuncio, tachado en el original.

Contó el embajador Hill: “1) Acompañado por el consejero político de la embajada visité a (Pío Laghi) ayer por la mañana (13 de enero) para tener una visión del horizonte. (Pío Laghi) había pasado tres horas con la señora de Perón en la tarde del 9 de enero”. Este es un error de Hill, la entrevista fue el 8. La embajada tomó la fecha en la que los diarios dieron a conocer ese encuentro, que fue el 9 de enero, como figura en los archivos consultados para esta nota.

“En base a lo que había confiado, -sigue el documento firmado por el embajador estadounidense- él relató la confrontación de ella del 5 de enero con los tres comandantes en jefe. Según la Sra. Perón, ella los había invitado a Olivos para otro tema, pero al llegar los tres inmediatamente le exigieron que renunciara por el bien del país. Le aseguraron que estaban a favor del proceso de institucionalización y no querían violar la Constitución. Sin embargo, estaban sometidos a la tremenda presión de los oficiales subordinados, que ya no aceptaban a la Sra. Perón como presidenta y querían poner fin a la corrupción de su gobierno. Por lo tanto, para evitar un golpe y salvar el proceso, lo mejor que ella podría hacer era hacerse a un lado, permitiendo que el poder pasara a un sucesor constitucional. Si no, ellos no se harían responsables.”

Enseguida Hill reveló la reacción de Isabel Perón, según el testimonio de Laghi: “2) La Sra. Perón le dijo a (Pío Laghi) que se negó rotundamente e insistió en que era la única peronista con suficiente respaldo para controlar la situación. Si ella se hacía a un lado, dejando a Luder en su lugar, en dos meses habría una desintegración total de la base política del gobierno, y en consecuencia los propios militares se verían forzados a asumir el control directo. Y esto, insistió ella, sería desastroso para el país, ya que favorecería a los terroristas y volcaría al movimiento peronista hacia la izquierda. Les dijo que mantener el orden y la disciplina en sus instituciones era problema de ellos, y no debían usar ese argumento para exigir su renuncia.”

Probablemente la cerrada negativa a renunciar de la Presidente y dejar como sucesor a Luder, su nombre tal vez haya sido sugerido por los comandantes, y la lógica pura que señaló a los comandantes que el orden y la disciplina en cuarteles e instituciones militares era responsabilidad de los comandantes y no de la Presidente, tal vez haya provocado un aumento de la tensión en la charla: Videla, Massera y Agosti no pensaban igual que Isabel Perón. El relato de Hill, según reveló Pío Laghi que le narró Isabel Perón, se centra en la airada reacción de Massera y en la emotiva reacción de Isabel, que despierta el ácido humor del embajador.

Sigue Hill: “3) El punto de vista de los comandantes militares era bastante distinto: era más probable evitar la desintegración con su ausencia que con su presencia. La Sra. Perón le dijo a (Pío Laghi) que el almirante Massera usó especialmente un lenguaje muy duro. Le contó que Massera dijo que los militares no temían una lucha si esa era una de las consecuencias. La Sra. Perón contó entonces que dijo a los comandantes que tendrían que sacarla arrastrando de la Casa Rosada usando la fuerza física. Admitió entonces haberse puesto muy emotiva y estallar en llanto (lo que hace a uno suponer que debe haber sido muy perturbador para Videla, altamente disciplinado y nada sensible).”

La Presidente había dejado muy en claro cuál era la alternativa que enfrentaban los golpistas, sacarla a rastras de la Casa de Gobierno, usar la fuerza. Si aquella mujer temía por su vida, y probablemente sí temía por su vida, el suyo fue un acto de arriesgado coraje. Y una decisión política de peso: si los militares querían dar un golpe, tendrían que usar la violencia y pagar el costo político de su decisión; la Presidente no estaba dispuesta a allanarles el camino con su renuncia.

Tres horas de charla son muchas horas. Laghi debe haber hecho una síntesis de aquel diálogo, Hill tal vez haya hecho otra, y la ex presidente guardó para siempre un profundo mutismo sobre aquellos días decisivos para la suerte del país. No parece que hoy, ya en el otoño de su vida, esté dispuesta a hablar. Laghi, que murió en Roma en enero de 2009, reveló a Hill, que murió en New Hampshire en noviembre de 1978, que Isabel Perón le reveló luego, en tren de mayor confidencia, el verdadero motivo de su internación en noviembre de 1975. El domingo 2, y cuando ya las fuerzas armadas planificaban la toma del poder, la Presidente fue internada en la Pequeña Compañía de María (que es hoy el Sanatorio Mater Dei), por un “síndrome vesicular agudo”, según el certificado que firmó entonces el doctor Aldo Alfredo Calviño. En los días siguientes, frente al desorden institucional que implicaba la internación de Isabel Perón, las versiones hablaron de una “renuncia” con una “solución concertada”, significara eso lo que fuere.

Relató Hill que le dijo Laghi: ” 4) Pese a su emotividad, (Pío Laghi) dijo que ella lucía mejor y parecía estar pensando con más raciocinio que en los últimos meses. Según (Pío Laghi), que confirma una información suministrada por una fuente peronista cercana a Raúl Lastiri, Pedro Eladio Vázquez la había tenido a tanto nivel de drogas durante tanto tiempo que ella se estaba desintegrando mentalmente. (Nota de la Redacción: el doctor Vázquez era el médico personal de la Presidente). Ella finalmente se habría dado cuenta de esto sola, cortó las relaciones con Vázquez e ingresó a la clínica el 3/11 a fin de desintoxicarse. Desde entonces, su salud y su estado mental mejoraron considerablemente, aunque sigue teniendo altibajos. (Pío Laghi) indicó que la encontró en buen estado de ánimo, muy tolerante y sensible el 9 de enero. Ella añadió que era consciente de los fracasos de su gobierno y quería corregirlos. Le dijo a (Pío Laghi) que le había enfatizado a los tres comandantes que deseaba hacer rectificaciones fundamentales, incluyendo cambios en el gabinete, pero que no dejaría de ser presidenta”.

A lo largo de la charla, que incluso debe haber entrado en el amplio terreno de la confidencia, la viuda de Perón habló sobre algunas figuras de su gobierno y descartó una sugerencia que el nuncio le hizo sobre eventuales modificaciones en su gabinete. Da la impresión, dada la osadía del monseñor Laghi de proponer cambios en el gabinete, de que el diálogo entre ambos había entrado en el amplio territorio de la confianza mutua.

“(Pío Laghi) indicó que la Sra. Perón –siguió Hill con su largo informe destinado a Kissinger- había hablado libremente de quienes la rodeaban, comenzando por López Rega, a quien describió como ‘un hombre bien intencionado que había cometido algunos errores pero que ‘le había hecho muy bien al país’. Le comentó a (Pío Laghi) que no cesaría su amistad con López Rega pero que tampoco dejaría que ello interfiriera con sus obligaciones como presidente. (Pío Laghi) informó que le había aconsejado a la Sra. Perón que no designara a Raúl Lastiri como Ministro del Interior, como eran los rumores. Ella le replicó que no cometería ‘un error tan patente’ que comprendía que Lastiri había sido repudiado por la Cámara de Diputados, que era un hombre de baja moral, etcétera”.

Para completar el panorama diplomático, que Hill había bautizado como “visión del horizonte”, el embajador quiso saber si la Presidente había hecho algún tipo de comentario sobre los Estados Unidos. ” 8) Le pregunté a (Pío Laghi) si la Sra. Perón hizo alguna alusión sobre nosotros. Me respondió que lo poco que dijo fue favorable, pero que sabía muy poco de asuntos exteriores y que, en general, estaba orientada hacia España. Sin embargo nos felicitó por nuestro bajo perfil en Argentina, lo cual, comentó, era exactamente la política que deberíamos estar siguiendo aquí (…)”

El informe de Hill a Kissinger termina con un comentario personal del embajador sobre los dramáticos hechos revelados por el nuncio Pío Laghi según se los relatara la presidente de la Nación. “COMENTARIO: el relato de (Pío Laghi), (o el relato de la Sra. Perón transmitido por (Pío Laghi) sobre la entrevista de la Sra. Perón con los tres comandantes en jefe el 5 de enero, ha sido confirmado por varias fuentes, aunque no con tanto detalle. Creo que (Pío Laghi) relata con precisión lo que la Sra. Perón le dijo sobre eso y sobre otros puntos. Sin embargo, en muchos comentarios, como el que concierne a Lastiri (quien sigue pareciendo estar cerca de ella pese a su ‘baja moral’) y sobre su insistencia en ser flexible y hacer rectificaciones, ella podría estar hablando más por efecto que por convicción, sabiendo que sus palabras podrían llegar a algunos de sus críticos. HILL”.

Después de aquella dura entrevista y de la negativa de la viuda de Perón a renunciar, el golpe entró en su recta final. El 13 de febrero, la Embajada de Estados Unidos informó al Departamento de Estado, de nuevo Hill en un mensaje a Kissinger, que una vez asumido el gobierno militar, se preveían “violaciones a los derechos humanos” en la Argentina, que habría críticas del Congreso americano y que la relación bilateral podía verse afectada luego del golpe.

Para esa fecha, y tal vez como débil y funámbula garantía de protección para la presidente, el nuncio Pío Laghi “tenía entendido” que la viuda de Perón sería detenida en un centro de descanso militar.


Sé el primero en comentar en"El día que los comandantes le gritaron a Isabel Perón, la hicieron llorar y recibieron una firme respuesta: “No renuncio”"

Dejá un comentario

Tu dirección de Correo Electrónico no será compartida


*