El debate político del siglo XXI: apocalípticos e integrados (II)

Yuval Harari
Yuval Harari

La estrella intelectual mundial del momento es, a no dudarlo, el historiador israelí Yuval Harari. Aplaudido y entrevistado por los medios de comunicación, leído y comentado por los principales líderes económicos y políticos del planeta, y repudiado por académicos e intelectuales, Harari vuelve a dar vigencia al lugar que a fines del siglo XX ocupó Alvin Toffler, en el mundo, y Juan José Sebreli, en la Argentina. El motivo de sus respectivos éxitos es, también, el mismo: su capacidad para instalar en el debate público un conjunto de concepciones y cuestiones generales (el advenimiento de una sociedad postindustrial y postnacional basada en la información -Toffler-, la interpretación del conflicto socio-político mundial en la clave Modernidad vs. Antimodernidad -Sebreli- y los riesgos que traen aparejados las tecnologías disruptivas para la continuidad de la civilización humana tal como la conocemos -Harari-). Los acomuna, además, no solo el habitual desprecio que sufren los generalistas por parte de los especialistas, sino el carácter global y orientado al futuro de sus preocupaciones, así como la conciencia de que los problemas globales no pueden solucionarse nacional ni internacionalmente.

Orientación al mundo y al futuro. Una clave de la política que fue central en la Argentina exitosa de fines del siglo XIX y quedó progresivamente diluida en la Argentina nacionalista y reaccionaria que fracasó durante el siglo XX. Cuando se escriban los manuales de la política del siglo XXI, apuesto, la distinción entre las fuerzas reaccionarias orientadas al pasado, las conservadoras orientadas al presente, y las progresistas, orientadas al futuro, recobrará el lugar que no debió abandonar aplastada por la tensión entre la Derecha e Izquierda. Y lo mismo sucederá, apuesto de nuevo, con la distinción entre las fuerzas globalistas orientadas al mundo; las nacionalistas, orientadas a la nación; y las intermedias, regionalistas e internacionalistas. Basta mirar el mapa planetario de la política realmente existente para encontrar que estas tensiones y enfrentamientos entre un nacionalismo populista y autoritario, y un globalismo republicano y cosmopolita, se han hecho mucho más fuertes que la distinción entre Derecha e Izquierda que caracterizó los tiempos de calma que siguieron al final de la Segunda Guerra.

Por supuesto, abuso del término “apocalíptico” creado por Umberto Eco en los Sesenta cuando describo el trabajo de Harari; quien reconoce que el futuro es incierto por definición e insiste en que dependerá completamente de las decisiones que tomemos como individuos y como seres sociales. El mayor mérito de Harari, según creo, es el de haber instalado en la discusión global el tema del impacto de las tecnologías disruptivas. No solo desde el punto de vista del reemplazo del trabajo físico humano por robots y del trabajo intelectual repetitivo por algoritmos, ya suficientemente vigentes, sino el tema -insoslayable en el mediano plazo- del reemplazo de nuestra especie, el homo sapiens, por una combinación de humanos genéticamente modificados, cyborgs e inteligencia no biológica. Como en su momento la trilogía de Toffler (El shock del futuro, La tercera ola y El cambio del poder), la trilogía de Harari (Sapiens, Homo Deus y 21 lecciones para el siglo XXI) tiene el enorme mérito de fijar los temas de debate político de las próximas décadas en el lenguaje comprensible de quienes no aspiran a un lugar en los cenáculos sino contribuir a la búsqueda de nuevos paradigmas y valores que actualicen o reemplacen a los que fueron creados en una época superada.

Buenas o malas, discutibles como todas, las ideas de Harari dejan planteados dos desafíos que convocan a su resolución a las dos principales fuerzas progresistas de la Modernidad: el liberalismo progresista, responsable de encarnar y defender el valor Libertad, y la Izquierda democrática, responsable del valor Igualdad. Harari no lo dice en estos términos, pero el mundo de la inteligencia artificial y el big data desafía las concepciones tradicionales del liberalismo, que siempre vio el peligro totalitario desde el lado del Estado cuando en la actualidad la combinación entre inteligencia artificial y big data hace tanto o más amenazante la acumulación de poder en manos de corporaciones económicas globales como Google, Amazon, Facebook y Apple; las célebres GAFA. Más difícil aún es el desafío para la Izquierda, cuyo sentido histórico en el mundo nacional-industrial ha sido el de representar a una mayoría de trabajadores carentes de poder político pero decisivos en el campo de la generación de la riqueza, en el preciso momento en que el reemplazo del trabajo humano por robots y algoritmos parece empujar a millones de seres humanos hacia la irrelevancia económica.

¿Cómo es posible enfrentar la manipulación económica y política de los seres humanos cuando las nuevas tecnologías permiten “hackearlos”; es decir: influenciarlos y manejarlos sobre la base del cómputo de datos masivos que permiten a la inteligencia artificial conocerlos mejor de lo que ellos se conocen a sí mismos? ¿Qué podrá querer decir, en este marco, la idea esencial del pensamiento liberal: el “libre albedrío”? ¿Será posible redistribuir los aumentos vertiginosos de la productividad global -como se hizo en la era nacional industrial- cuando carecemos hoy de un sistema político global redistributivo y cuando la contribución de los trabajadores a la riqueza tiende a disminuir o desaparecer, llevándose consigo a su poder político? ¿Será posible evitar que la explosión de las nuevas tecnologías de mejoramiento y prolongación de la vida mediante trasplantes de órganos, implantes biónicos y chips de conectividad hombre-máquina trasformen la divisoria social en una brecha biológica insalvable? Agrego, por mi parte: ¿será posible la democracia cuando su actor históricamente decisivo -la nación-estado- está siendo barrido del escenario global por las fuerzas tecnológicas y económicas globales? ¿Es posible salvarla cuando las nuevas tecnologías hacen innecesaria la distribución masiva de la carga decisional -una de sus razones y de sus motores dinámicos en la época industrial- y cuando la complejidad creciente de la sociedad global de la información la torna progresivamente incomprensible para los individuos sin estudios específicos? No habrá Izquierda ni Liberalismo que puedan sobrevivir sin dar una respuesta a estas preguntas, y la obra de Harari es una gran contribución porque carece de respuestas acabadas pero pone sobre la mesa muchas de las cuestiones principales.

Para comprenderla cabalmente, y para entender la polémica implícita con quienes denomina “dataístas” y “transhumanistas”, hay que leer a su representante más acabado: el académico y empresario Ray Kurzweil. Perfecta expresión de lo que Eco denominaría un “integrado”, Kurzweil concibe al universo como un flujo constante de datos y al homo sapiens como una etapa en la evolución de la elaboración y procesamiento de esos datos. Una etapa, obviamente, destinada a ser superada mediante la interacción entre la inteligencia humana y la artificial del que la actual colaboración entre los sapiens y las computadoras es sólo el primer paso. En pocas décadas -pronostica Kurzweil en su principal obra (La singularidad está cerca, 2005)- el crecimiento exponencial del big data y la inteligencia artificial, la transferencia creciente de datos entre esta y la inteligencia biológica (humana) y la aparición de cyborgs y de sistemas computacionales que superarán ampliamente nuestras actuales capacidades harán irrelevante la distinción entre ambos tipos de inteligencia y llevarán paulatinamente al predominio de la inteligencia no biológica. Ese momento, que según Kurzweil anticipa una explosión de las capacidades de acumulación y procesamiento de datos llevará al fin de la humanidad como la conocemos y provocará una singularidad tan revolucionaria como el big-bang: la extensión del mix entre la inteligencia artificial y la biológica por el universo. Quien vea en el dataísmo los rastros de la razón hegeliana y los peligros totalitarios de ella derivados, como bien analizó Popper, me parece bien encaminado…

¿Tienen razón los integrados como Kurzweil, quien parece aconsejarnos relajarnos y confiar en la labor benéfica de los GAFA, o habría que considerar las advertencias apocalípticas de los Harari? Nadie puede saberlo. Pero sí es inevitable plantear una cuestión: ¿quiénes toman las decisiones? Porque aún la decisión de no tomar ninguna decisión y confiar en los GAFA es una decisión. ¿Pueden tomar las decisiones cruciales para el futuro de la humanidad unos managers corporativos a los que nadie les ha otorgado ningún tipo de representación política, apenas limitados por el poder decreciente de unos estados nacionales presididos por políticos que solo fueron elegidos para ejercer una representación nacional y que a menudo encarnan la utopía reaccionaria de volver a los viejos buenos tiempos del industrialismo manufacturero y los estados nacionales? He aquí el principal debate político del siglo XXI.

Más allá de Kurzweil y de Harari, el siglo XXI ha demostrado una serie de afirmaciones imposibles de refutar en el marco de la racionalidad, la modernidad y la democracia: 1) Las tecnologías de alcance global plantean problemas y crisis de escala global, como la inestabilidad financiera, la proliferación nuclear, las migraciones globales, el terrorismo internacional y el cambio climático; 2) Las crisis globales requieren soluciones globales que los estados nacionales y las organizaciones internacionales son incapaces de proveer; 3) Las soluciones globales requieren regulaciones y políticas globales que solo un sistema político-institucional global de toma de decisiones puede deliberar y aplicar; 4) Los seres humanos no conocemos mejores principios políticos para lograrlo que los del federalismo y la democracia.

Un federalismo inevitablemente mundial y una democracia necesariamente global. Como bien expresa el debate político entre los apocalípticos y los integrados del siglo XXI, de su urgente aplicación al nivel planetario depende ya la suerte del mundo.

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El debate político del siglo XXI: apocalípticos e integrados (I)



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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