En una oportunidad participé de una acalorada discusión entre quienes se decían partidarios de la escuela austríaca y los que se identificaban como randianos, partidarios de Ayn Rand. Antes de intervenir naturalmente presté debida atención a lo que cada uno alegaba. Después de un rato me percaté de que argumentaban en una dirección perfectamente conciliable, la confrontación se debía a que argumentaban en planos bien distintos. En realidad, la coincidencia era plena, por lo menos en este tema, ya que en otros hay discrepancias de fondo.
Unos sostenían que las cosas son independientemente de lo que circunstancialmente se opine que son y los otros mantenían que el valor de las cosas depende de criterios subjetivos. Efectivamente, una cosa es “me gusta” o “no me gusta”, “prefiero” o “no prefiero” y otra son las propiedades de las cosas que siguen siendo tales sin importar cómo se las describa.
En otros términos, en este caso y circunscrito a este tema, a ambos lados les asistía la razón, solo que el aparente enfrentamiento, como queda dicho, era debido a que estaban apuntando a planos distintos. Como veremos enseguida, el problema serio reside en el subjetivismo y el objetivismo radicales, y no en lo que se pretendía debatir en esa ocasión.
Es pertinente recalcar que el relativismo epistemológico no solo convierte en relativo al propio relativismo, sino que elimina de un plumazo toda posibilidad de investigación, ya que no habría nada que investigar, solo gustos dispares y circunstanciales.
En esta línea argumental debe subrayarse que el conocimiento tiene el carácter de la provisionalidad, sujeto a posibles refutaciones. No es que no haya verdades que aprehender, sino que la faena es de prueba y error en un proceso evolutivo que no tiene término. Somos seres imperfectos y limitados, por lo que nunca llegamos a una meta final en el conocimiento, puesto que la ignorancia siempre será mayor de lo que logramos conocer.
Respecto del subjetivismo, reiteramos que una cosa es la teoría del valor, donde cada uno tiene sus gustos y sus preferencias, y otra cosa es lo que se ha denominado un “subjetivismo radical”, que puede ejemplificarse con economistas (que en otras áreas han realizado contribuciones importantes a la economía) como George L. S. Shackle, Ludwig M. Lachmann, Don Lavoie y Alexander H. Shand. Estos, con mayor o menor énfasis, sostienen que lo subjetivo lo abarca todo, puesto que no solo el valor es subjetivo, sino las características de las cosas también lo son. Desde esta perspectiva las cosas son según lo que cada cual piensa que son, incluso la comprensión en la comunicación es subjetiva, al contrario de lo que nos han enseñado maestros como Umberto Eco y John Ellis respecto de los textos, sobre lo que he escrito antes en detalle.
En otra oportunidad también he escrito sobre los ejes centrales del subjetivismo radical, que ahora reitero parcialmente. Pensamos que, de los autores mencionados en este problema medular del radicalismo subjetivista, quien mejor resume el tema es Don Lavoie, por lo que brevemente centramos nuestra atención en su pensamiento, que pretende vincular su tesis a la antes mencionada escuela austríaca.
En uno de sus ensayos de mayor significación, Understanding Differently: Hermeneutics and the Spontaneous Order of Communicative Process, aparece como acápite un dictum del hermeneuta Hans-Georg Gadamer en el que Lavoie se inspira: “Por tanto, la comprensión no es un procedimiento de reproducción sino más bien uno productivo […] Es suficiente decir que uno entiende de modo diferente cuando uno entiende como tal“. En aquel ensayo de Lavoie en el que conecta el tema a la economía, mantiene que su enfoque “implica el tratar las acciones humanas como ‘textos’ sujetos a interpretación. En este plano encontramos no solo el tema de cómo los economistas entienden las acciones de los agentes de la economía, sino también el tema de cómo los agentes se entienden unos a otros”.
A continuación Lavoie la emprende contra quienes sostienen que el hermeneuta debe tomar el texto como un proceso de copia, lo más cercano a lo que es un escáner, puesto que dice que la comunicación no es un proceso de suma cero por el que se reubica información, sino de suma positiva, “un proceso creativo”, ya que no se trata de un fenómeno pasivo. Según este criterio, se trata de un proceso de dar y recibir, un fenómeno bidireccional y no meramente unidireccional.
Para utilizar un concepto muy central a la teoría de los juegos, la comunicación genera un resultado de suma positiva, pero, aunque parezca paradójico, con base en lo que, dentro de lo posible, resulte lo más cercano a la suma cero de los mensajes que se intercambian. Nunca aparecería la suma positiva si cada uno interpreta cosas distintas de lo que el otro quiere significar. La conversación fructífera nada tiene que ver con la atrabiliaria idea de interpretar el mensaje como le venga a uno en gana, porque entonces no sería un proceso de dar y recibir, puesto que lo que se da y lo que se recibe se tornaría en mensajes desfigurados y desdibujados debido a interpretaciones caprichosas. De acuerdo con su hermenéutica, “una comunicación exitosa necesariamente se lleva a cabo de manera que un agente entiende lo que se comunica de modo diferente al otro. Hablando estrictamente, la precisión no solo resulta imposible sino que no es deseable” (sic).
En esta última cita, resulta difícil concebir que se exprese con tanta claridad una aberración como la allí contenida, la cual, de tomarse al pie de la letra, terminaría con toda posibilidad de comunicación. Pero más grave aún es la interpretación retorcida que pretende Lavoie de los trabajos de Carl Menger, el fundador de la escuela austríaca, en gran medida en consonancia con Ludwig Lachmann (también inspirados por Gadamer, Richard Rorty, Paul Ricoeur y William James). Dice Lavoie: “Ser un mengeriano no consiste en (mecánicamente) copiar algo con la mayor fidelidad posible desde la cabeza de [Carl] Menger a la nuestra, sino (creativamente) interactuar con él y aprender de sus palabras […] El punto de Menger sobre el subjetivismo puede describirse como un obvio proceso hermenéutico […] Es un tipo de proceso que Menger, si lo pudiéramos imaginar hoy con nosotros, llamaría de orden espontáneo […] Entender la economía de Menger, para parafrasearlo a Gadamer, necesariamente quiere decir entenderlo de manera diferente de la que Menger lo hubiera entendido cuando escribió”.
El esfuerzo mengeriano por explicar la teoría subjetiva del valor que revolucionó la ciencia económica hubiera quedado totalmente opacado si se hubiera seguido la interpretación de Lavoie, quien deriva de la teoría marginalista un relativismo inaceptable para Menger, tal cual como se desprende no solo en sus dos obras más conocidas, sino que expresamente refutó el relativismo en la célebre disputa sobre el método (Methodenstreit) con el representante más conspicuo de la escuela histórica alemana, Gustav von Schmoller.
A través de esta singular interpretación que intenta Lavoie se revertiría uno de los aportes más significativos de Menger y, por tanto, de la escuela austríaca respecto de la pretensión de recurrir al caso histórico como sustituto del método de la ciencia económica. El relativismo de la escuela histórica negaba la universalidad de los postulados de la ciencia económica y sostenía que, según la nación y “la raza”, debían aplicarse distintas recetas y, aun en el mismo lugar, las teorías debían ser diferentes según el momento histórico. Rechazaban la posibilidad de conocimientos abstractos, en favor de procedimientos casuísticos.
En cuanto al orden espontáneo a que alude Lavoie, Menger lo refiere de un modo muy distinto. Por ejemplo, cuando aplica el concepto a la evolución del dinero, se refiere a procesos que son consecuencia de millones de arreglos contractuales que no son el fruto del invento o la construcción deliberada de nadie y que tienen lugar debido a intereses muy fragmentados que producen como resultado un orden no diseñado conscientemente. En el mercado, el orden espontáneo resultante constituye un proceso de coordinación que tiene lugar a través de la información dispersa que trasmiten los precios.
Antes de proseguir con la materia objeto de nuestro estudio, dada la importancia del tema, detengámonos un instante en el significado de la mencionada coordinación de información dispersa. Es frecuente que esta coordinación del orden espontáneo no sea percibida y se sostenga que si no interviene el aparato de la fuerza, el resultado será el más completo desorden: ¿Y si todo el mundo decidiera estudiar ingeniería y no hubiera médicos? ¿Y si todos producen pan y no hubiera leche? Estas y otras preguntas se formulan debido al desconocimiento de procesos tipo mano invisible, sin percibir que el desorden precisamente tiene lugar cuando una junta de planificación concentra ignorancia en lugar de permitir que el sistema de precios recoja la antes aludida información dispersa.
Y no se trata de que la información sea mucha y muy compleja. No es un problema de almacenamiento de información o de insuficiente memoria en los ordenadores. Esta es una cuestión posible de resolver, el asunto estriba en que la información no está disponible ex ante. Si a algunos de nosotros nos pidieran que hiciéramos una conjetura de lo que haríamos en caso de quiebra, podríamos, por ejemplo, elaborar una lista de prioridades respecto de los activos que venderíamos, pero llegada la situación de quiebra cambiaríamos la lista, puesto que las circunstancias se modificaron. No sabemos lo que nosotros mismos haríamos en un futuro inmediato, no sabemos qué conocimientos tendremos dentro de cinco minutos, no podemos manejar lo que ocurre en nuestro propio cuerpo, porque excede nuestra capacidad analítica y, sin embargo, se tiene la arrogancia de pretender el manejo de vidas ajenas.
Entonces, el orden espontáneo no guarda relación alguna con lo que interpreta Lavoie, haciéndole decir a Menger lo que no ha dicho. Las consecuencias no previstas o no queridas que surgen de la acción nada tienen que ver con dar rienda suelta a la imaginación para interpretar textos que no dicen lo que el intérprete circunstancial quiere que digan. Se trata de una extrapolación ilegítima de un plano para el cual fue concebida una explicación a otro plano de naturaleza sustancialmente distinta.
En resumen, el debate que mencionamos al abrir esta nota entre objetivistas y subjetivistas no tiene asidero a menos que se trate del subjetivismo radical o que el objetivismo pretenda abarcarlo todo, objetivismo radical, y así desconocer la teoría subjetiva del valor, retrotrayéndonos a interpretaciones erradas de antaño que rechazaran la utilidad marginal que tantas penurias costó su parición.
El autor es Doctor en Economía y también es Doctor en Ciencias de Dirección, preside la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires y es miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas.
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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