—Fernando de la Rúa pensaba que su caída fue un golpe institucional liderado por usted. ¿Cuál es su respuesta?
—No, en realidad fueron los mismos radicales —en ese momento creo que fue (Carlos) Maestro— los que le dijeron que tenía que irse. Tenía que irse. ¿Pero por qué? Porque estaba mal. La última reunión que tuvimos con él nos convoca la Iglesia y va él, don Raúl (Alfonsín), dirigentes muy pocos y algunos gremialistas, y nos damos cuenta que no estaba ahí. Su físico estaba ahí, su mente estaba en otro lado.
Eduardo Duhalde asegura que ni él ni el peronismo tuvieron nada que ver en la caída de De la Rúa, hace veinte años; tampoco, en los saqueos —”no fueron tantos— ni en la renuncia de su compañero de partido, Adolfo Rodríguez Saá, quien “tuvo un ataque de pánico” durante una reunión con gobernadores el domingo 30 de diciembre en la residencia de Chapadmalal.
Y agrega que en aquel momento él ya no quería ser presidente, sino que fue prácticamente forzado por las circunstancias: “Era un momento muy difícil porque nadie quería asumir”.
Pero él asumió como presidente el 1 de enero de 2002. No quería hacerlo. Pero el teléfono sonó en su casa y del otro lado se escuchó la enérgica voz de Raúl Alfonsín: “Usted va a ser responsable de una matanza en la Argentina si no asume mañana la presidencia”, le dijo. Shockeado, Duhalde le respondió: “Don Raúl no soy suicida”. “No me venga con eso, yo no sabía que tenía un amigo cobarde”, fue la respuesta antes de cortar.
En una entrevista con Infobae para el documental sobre la gran crisis de 2001, Duhalde señala que finalmente decidió asumir debido a la insistencia del ex presidente radical y luego de que “don Raúl” —como lo llama con cariño— le asegurara su respaldo a través de la incorporación de funcionarios de la UCR de primer nivel en “un gobierno de unidad nacional”.
“Gobernábamos juntos en serio con él, no es que yo me cortaba solo. Yo soy un tipo de la unidad, siempre lo fui, siempre goberné así”, enfatiza.
Con Alfonsín coincidía también en un aspecto clave: las críticas a la convertibilidad, el plan de Carlos Menem y Domingo Cavallo que anclaba la economía en el dólar, el 1 a 1.
“¿Sabés cuándo empezamos nosotros a trabajar lo que hicimos en el 2002? En el 97. Le pido a Remes (Lenicov), que era ministro en la provincia de Buenos Aires, que renuncie y le digo: ‘Elegí a uno de los tuyos para que quede ministro y vos te vas con una misión. ¿Cuál es tu misión? Quiero saber cómo se sale de la convertibilidad’”, recuerda.
A veinte años de la gran crisis, Duhalde sostiene que “ahora la gente está un poco más tranquila”, pero la situación es un poco peor porque estamos más endeudados, aunque, en realidad el principal problema sigue siendo que “no explotamos la enorme potencialidad que tiene nuestro país”. También dice que falta “unidad política: se la pasan peleando, echándose la culpa unos a otros”.
—¿Cómo se enteró de la renuncia de Adolfo Rodríguez Saá el domingo 30 de diciembre de 2001 por la noche?
—El 30 de diciembre, no me voy a olvidar que estaba jugando a las cartas con unos amigos en Presidente Perón, municipio de la provincia, y me habla por teléfono (Carlos) Ruckauf diciéndome que renunciaba Adolfo. En realidad, yo le tenía confianza; para mí, Adolfo fue uno de los mejores gobernadores de las últimas décadas en la Argentina. Pero, en definitiva, para no irme en explicaciones, tuvo un ataque de pánico. Era un momento muy difícil porque nadie quería asumir. Y al otro día, el 31, empezaron ya las llamadas. Yo no quería atender a nadie porque me las veía venir.
—¿Usted no quería ser presidente?
—No, por supuesto que no. A mí gobernar me es muy difícil. Muy difícil no; trabajo demasiado. He abandonado a la familia, a los chicos. Yo no disfruté de mis hijos porque cada vez que ocupé cargos, desde la intendencia a la provincia, fue trabajo de todo el día. Trabajo todo el día y soy un obsesivo. Pero me gustó hacer grupos de convivencia.
—Pero los llamados telefónicos continuaron y resultó elegido presidente por la Asamblea Parlamentaria.
—Me llamó Ramón Puerta, y yo le dije que le correspondía a él. “No, es tu turno”, me contestó. Y después pasó algo parecido con el presidente de la Cámara de Diputados (Eduardo Camaño), un gran amigo, pero no se sentía en condiciones de asumir la responsabilidad. Y realmente para mí no era lo mejor tener que hacerme cargo de un asunto tan complicado, tan complejo. Bueno, pero uno propone y el de arriba dispone.
—¿Qué importancia tuvieron los llamados de Raúl Alfonsín?
—Yo decidí no atender a nadie. Y Chiche (Duhalde, su esposa) iba anotando los que llamaban, una lista larga. Don Raúl había llamado nueve veces. Digo: “Yo no puedo dejar de atender a don Raúl, con quien gobernamos juntos la provincia. No puedo dejar de atenderlo”. Bueno, llama de nuevo lo atiendo y me pegó un reto: “Usted va a ser responsable de una matanza en la Argentina si no asume mañana la presidencia”. “Don Raúl —le digo porque yo lo trataba de don Raúl— no soy suicida”. “No me venga con eso, yo no sabía que tenía un amigo cobarde”. “No se trata de eso, no se trata de eso, pero ustedes son los que ganaron, les corresponde a ustedes”. “Le doy dos horas me dice, pero sepa que no acepto el no como respuesta”.
—Y, obviamente, volvió a llamar…
—En dos horas me llama de nuevo y le digo: “Mire, yo no quiero hablar más ni discutir más, pero para asumir esta responsabilidad yo necesito la unidad de los partidos nacionales. Son dos las exigencias que pongo. Una, que me apoyen todos. Segunda, usted tiene que poner tres ministros. Quiero que sea un gobierno de unidad nacional. A la tercera fuerza también le voy a dar cargos”. Sabedor que con eso no alcanzaba, creo que en el discurso de asunción ya dije que convocaría a la Iglesia para que la ciudadanía instalada allí fuera la que tomara las decisiones que nosotros proponíamos. Eso fue el Diálogo Argentino.
—De la Rúa pensaba que su caída fue un golpe institucional dirigido por el peronismo bonaerense, liderado por usted. ¿Cuál es su respuesta?
—No, en realidad fueron los mismos radicales —en ese momento creo que fue Maestro— los que le dijeron que tenía que irse. Tenía que irse. ¿Pero por qué? Porque estaba mal. La última reunión que tuvimos con él nos convoca la Iglesia y va él, don Raúl, dirigentes muy pocos y algunos gremialistas, y nos damos cuenta que no estaba ahí.
—¿Por qué?
—Su físico estaba ahí, su mente estaba en otro lado. Los radicales ya en ese momento querían que… Se daban cuenta de que la cosa no andaba, como me daba cuenta yo, y querían introducir modificaciones, convencerlo de cosas, y él no daba respuesta. No daba respuesta. Los papeles que estaban en su escritorio no se movían. Ellos estaban nerviosos porque su presidente no respondía, como puede estar nervioso ahora gente de mi partido con Alberto (Fernández) porque se dan cuenta de que no está bien, es confuso. Bueno, es eso, nada más que eso y tan humano como eso ¿no?
—Cuando renuncia De la Rúa ¿a usted lo sorprendió?
—No, no, yo estaba convencido porque yo hablaba con los radicales. Con los senadores radicales. Y ellos lo iban a ver y se daban cuenta de que no estaba. Es eso: no estar. Vos entrás, ves a un Presidente y te das cuenta que te presta el cuerpo, la cara, pero su mente está en otro lado.
—Con respecto a los saqueos del Gran Buenos Aires, de Moreno y demás, siempre se dice fueron organizados por los intendentes peronistas. ¿Usted cree que fueron organizados o espontáneos?
—Yo creo que no fueron tantos como la gente presupone. Creo que fueron dos. La gente estaba muy enojada. Había todos los días movilizaciones, como hay ahora. Y no se hacen para que se vaya el gobierno sino para reclamos, que, en mi época, yo consideré absolutamente legítimos. La gente que decía “que se vayan todos” tenía razón.
—Usted dijo que cuando gobernó la provincia de Buenos Aires se ocupó siempre de gobernar con el radicalismo, con Alfonsín.
—Y con la tercera fuerza.
—Y con la tercera fuerza. La relación con Alfonsín era muy fuerte. ¿A qué se debía?
—Primero a la admiración que yo tenía por él. Yo soy de la unidad. Siempre que goberné: municipio, provincia y nación, fue con más del 90 por ciento de las fuerzas políticas. Siempre. Siempre, siempre, siempre.
—Su ex ministro Jorge Remes Lenicov dijo que lo único que no le había gustado de su discurso de asunción fue cuando dijo que depositó dólares, recibiría dólares.
— Claro, él no estaba conmigo cuando dije.
— ¿Quién le dijo que incluyera eso en el discurso?
—Dicen que fue Rucu (Ruckauf). Pero yo no me acuerdo quién. Pero (Remes) me dice cuando terminé el discurso: “¿Qué hiciste?”. Le digo: “Qué sé yo, yo no entiendo”. Porque yo no entiendo de macroeconomía. Y me doy cuenta de que había metido la pata. Y once días después hice una estupidez que no debiera haberla hecho. Para que no me digan mentiroso, convoqué a una reunión de la prensa y les dije. “Señores, me he equivocado”. Una estupidez. Y bueno, puse un vaso arriba de la mesa y dije: “El que podía comprar con ese dinero mil vasos como este podrá comprarlos cuando se devuelvan los depósitos, siempre que trabajemos juntos”. Yo he cometido errores gravísimos. Todo hombre en el gobierno comete errores. Pero siempre con la idea de no mentir, no mentir, no mentir”.
—Hacía tiempos que usted venía criticando el 1 a 1.
—¿Sabés cuándo empezamos nosotros a trabajar lo que hicimos en el 2002? En el 97. Le pido a Remes, que era ministro en la provincia, que renuncie y le digo: “Elegí a uno de los tuyos para que quede ministro y vos te vas con una misión. ¿Cuál es tu misión? Quiero saber cómo se sale de la convertibilidad”. Pobre Remes, la realidad fue que después de un par de meses, me dijo: “No se puede salir de la convertibilidad”. “Tenemos que salir”. “No se puede”. En el 97 empezamos con él. Y después pobrecito se repite la historia, en marzo/abril de 2002 cuando soy presidente, le digo: “Tenés que renunciar, tenés que irte”. Ya me echaban. Ya me echaban.
—¿Cómo se daba cuenta de eso?
—Esas fuerzas, las financieras, son muy poderosas. Y cuando está en el gobierno te das cuenta no sólo de lo que dicen los diarios porque tenés información. Ya me echaban. Y a los dos que más defendían el modelo, que eran él y era “El Vasco” De Mendiguren les digo: “Che muchachos, tengo que ganar una semana por lo menos de tiempo. Ya nos echan”. Uno se da cuenta porque tiene experiencia. Y tuvimos suerte porque en todas estas cosas tienen que tener suerte. ¿A quién ponemos de ministro de Economía? Entonces le hago una trampa a don Raúl. Porque gobernábamos juntos en serio con él, no es que yo me cortaba solo. Le digo: “Don Raúl, tengo tres candidatos: Roberto Lavagna, éste y éste. “Ah no, Lavagna”, me dice. Yo sabía que había estado con él de secretario de Industria. “Bueno, llámelo usted”. Y lo llama y viene don Raúl y me dice: “Va a venir porque lo citaste vos, pero no viene dispuesto a aceptar”. Y vino a verme y me dice: “¿Y mi equipo si asumo?” “Quédese tranquilo, ministro, en eso yo no me meto. Lo que sí quiero esos nombres una semana antes con los antecedentes. Le voy a pedir sí un favor, ministro. Al pibe de la ANSES déjemelo en el cargo, algún día va a ser el presidente”. Por Sergio Massa.
—¿Usted considera a 20 años de la salida de la convertibilidad que se pudo haber salido mejor o que salimos lo mejor que pudimos?
—Nunca se puede elegir de qué manera se sale. Se sale o no se sale. Nosotros salimos, pero no de la convertibilidad, nosotros salimos de una política que estaba vinculada con lo financiero especulativo, rentístico, usurero, que fue mi combate de toda mi vida. Mi primer libro fue De la Argentina especulativa a la Argentina productiva. Tiene 45 años ese libro. El segundo: La revolución productiva. Es lo mío. Pero no porque tenga capacidades que otros no tienen sino porque me copio de Europa. Los países europeos lucharon por milenios y con dos temas: no pelearse más y armar lo que fue un éxito absoluto, que fueron los sectores industriales planificados, fueron progresando de una manera asombrosa. Y acá no nos enteramos lo que hacían los europeos. Bueno, un día voy a escribir un libro o que me lo escriba otro: El tipo de la unidad. Cuando arreglo con Alfonsín para que me acompañe, el 50 por ciento cada uno, como gobernador de la provincia lo llamo y le digo: “¿Qué le parece este compromiso ético de diez puntos?”. “Está bien”, me dice. “¿Sabe por qué se lo muestro, don Raúl? Porque quiero que gobernemos juntos”. “¿Cómo es eso?”. “Es muy sencillo, la gobernanza tiene dos aspectos fundamentales, esenciales, los más importantes: cómo se administran los fondos presupuestarios y de eso me voy a encargar con los ministros, con mi equipo y con algunos ministros que le voy a pedir a usted; y el otro, de la misma importancia, es controlar cómo se administran los fondos presupuestarios. Eso le corresponde ustedes”.
—¿Se puede comparar a la crisis actual con la de 2001/2002?
—Todas las crisis tienen aspectos parecidos y otros que no lo son. ¿Qué era más grave ahí? El estado de la gente. El enojo de la gente. El enojo de la gente. Realmente era visible, el que se vayan todos. Ahora no, la gente está un poco más tranquila en ese aspecto. En el aspecto económico es un poco peor porque debemos el 89 % de nuestro PBI. Antes era el 48 %. Pero, en realidad, el problema viene siendo el mismo: no explotamos la enorme potencialidad que tiene nuestro país. Recuerdo que yo siempre decía: ¿No será que el problema no es lo que debemos sino lo que no producimos?
— ¿Y en el aspecto político?
—Ah no, sin unidad no se hace nada. Porque se la pasan peleando, echándose la culpa unos a otros. Cuando asumí la presidencia, lo primero que les dije a los ministros fue: “El que habla mal de los que se fueron, roja directa”.
Fotos: Gastón Taylor y Archivo Infobae
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