Un juicio en New York por la exportación de 56 barriles de ron había complicado sus finanzas, pero no lo habían alejado de su pasión por las guerras de la Independencia. Por fortuna para Henry Cullen, un comerciante británico-norteamericano, en la isla de Jamaica contaba con la mejor fuente de información sobre el movimiento independentista latinoamericano: Simón Bolívar, a quien las luchas internas de los ejércitos patriotas habían obligado a exiliarse en Jamaica. A fines de agosto de 1815, Cullen le envió una carta al Libertador consultándolo sobre el futuro de estas guerras. Sin saberlo, en el instante en que cargó la pluma en el tintero para escribir la carta, Cullen encendió la chispa que ha alimentado los sueños y pesadillas de la hermandad latinoamericana por más de 200 años: la respuesta de Bolívar, en la que el Libertador resume su pensamiento sobre la unidad latinoamericana, y que pasó a la historia como la Carta de Jamaica.
Transcurridos más de 200 años, este proyecto de unidad volvió a debatirse en la última reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), con más pesadillas que sueños. Las significativas ausencias y fuertes diferencias internas volaron más alto que la unidad latinoamericana. Lamentablemente, los esfuerzos para lograr una unidad que beneficie a Latinoamérica y el Caribe, particularmente necesaria en un mundo que pide a gritos un nuevo multilateralismo, fracasó una vez más en una Argentina que, al igual que muchos países de la región, se mira en el mismo espejo que la CELAC: fuerte polarización y falta de rumbo.
El primer ensayo -y fracaso- de unión latinoamericana fue el Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826, donde los esfuerzos de Estados Unidos, Inglaterra y otros países europeos para que fracasara la unidad latinoamericana se complementaron con las divisiones internas de nuestros países. El movimiento de posguerra, que le dio impulso al multilateralismo moderno, llevó a la creación en 1948 de la Organización de Estados Americanos (OEA). A partir de ese momento, si tenemos en cuenta las expresiones de los secretarios generales de la organización y de los gobiernos americanos, la OEA pasó a representar el sueño bolivariano de unidad, sin perjuicio de que la presencia de Estados Unidos y Canadá parecería ser incompatible con éste.
En los últimos años, varios gobiernos han expresado su intención de suplantar a la OEA por la CELAC. Algunos han sido sumamente claros: Rafael Correa, Hugo Chávez y Nicolás Maduro plantearon la necesidad de suplantar a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y a la OEA; el canciller de México, Marcelo Ebrard, habló del “Adiós a la OEA”, y Alberto Fernández expresó que la OEA no servía y que era necesaria la CELAC.
Las cartas están sobre la mesa. Una comparación entre las virtudes y defectos de la OEA y de la CELAC sería injusta. La OEA cuenta con casi siete décadas de trabajo, una Secretaría permanente, representaciones de los Estados, oficinas regionales, el mayor acervo jurídico-político de las Américas, y un, ciertamente magro, presupuesto operativo. Pero también es indudable que la OEA ha fracasado en muchos aspectos. Hoy en día, cuenta principalmente con un consolidado sistema de protección de derechos humanos y algunas actividades importantes en temas relacionados con la democracia, el resto frecuenta la irrelevancia. La CELAC, por su parte, continúa siendo solo un espacio de coordinación regional con pretensión de organización que se reúne esporádicamente. Pero esta diferencia no impide pensar en una posible CELAC poderosa en todos los sentidos, que reúna a América Latina y el Caribe. Por consiguiente, la principal pregunta que debe hacerse es qué tipo de organización regional queremos, y ahí es donde el proyecto de la CELAC continúa mostrando profundas deficiencias.
Una organización regional con un mandato político y jurídico debe tener como piedra fundacional los principios y valores que alimentan el Estado de derecho y los derechos humanos. Para no repetir nuestra historia plagada de golpes, dictaduras, desapariciones y torturas, la defensa del Estado de derecho y los derechos humanos debe ser operativa y con declaraciones que increpen a nuestros líderes en términos que no dejen margen para interpretaciones tibias. Lamentablemente, la CELAC ha dado muestras inequívocas de que la ideología está por encima de los derechos humanos y la democracia. El planificado silencio de la CELAC en la reunión de Buenos Aires sobre las violaciones a los derechos humanos y la inexistencia de un sistema democrático en Nicaragua, Venezuela y Cuba es una muestra de liviandad conceptual difícil de refutar, como también lo es el silencio sobre el régimen cuasi-dictatorial de Bukele en El Salvador, o el crecimiento del militarismo en México y Brasil, o los intentos de controlar la justicia en Argentina o Guatemala; entre otros. El silencio de la CELAC celebra a los opresores y aterroriza a las víctimas de violaciones sistemáticas a los derechos humanos. La democracia y los derechos humanos se están desvaneciendo en toda la región, mientras la CELAC actúa como los tres monos sabios que no ven, no oyen y no dicen nada.
Esperemos poder cumplir en algún momento el sueño de Bolívar. La OEA no lo ha logrado y, a juzgar por las numerosas diferencias expresadas en la reunión de la CELAC, por ahora ésta representa más a las divisiones internas que nos persiguen desde hace siglos que a la “sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería por consiguiente tener un solo Gobierno, que confederase los diferentes estados que hayan de formarse” que Bolívar le describía a Henry Cullen.
Simón Bolívar tenía muy presente que las divisiones internas eran un obstáculo difícil de superar para lograr la soñada unidad. Antes, durante y después de su estadía en Jamaica, el Libertador fue víctima de atentados contra su vida producto de divisiones internas. Teniendo en cuenta el contexto de guerras externas e internas que azotaban a la región, al hacer referencia en la Carta de Jamaica a una futura organización regional que reuniera a los representantes de las Repúblicas americanas, Bolívar nos dejó un consejo esperanzador: “Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración…” Tenemos “una segunda oportunidad en esta tierra”, primero hay que regenerar líderes que transformen en acción los valores y principios del estado de derecho y los derechos humanos, y dejen de lado sus diferencias ideológicas en beneficio del bien común. La reunión de la CELAC en Argentina fue el arquetipo de lo opuesto.
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