Dolores Reyes y la historia de Cometierra, la mujer que tiene el don de saber dónde están los seres queridos que faltan

-Los muertos no ranchan donde los vivos. Tenés que entender.
-No me importa. Mamá se guarda acá, en mi casa, en la tierra.
-Aflojá de una vez, todos te esperan.
Si no me escuchan, trago tierra.

Así comienza Cometierra (Sigilo), la primera y conmovedora novela de Dolores Reyes.

Madre de siete hijos, seis de los cuales viven con ella, Dolores es maestra, dio clases en grado durante 15 años y actualmente trabaja en la secretaría de la escuela 41 de Pablo Podestá. Hasta ahora, su nombre y el de su novela eran un secreto a voces en el circuito de los talleres literarios y los espacios de lectura colectiva y, a partir de la llegada de los ejemplares a librerías, un entusiasta boca a boca entre lectores ávidos de buena literatura argentina.

(Crédito: Santiago Saferstein)
(Crédito: Santiago Saferstein)

Trabajada a lo largo de varios años -algo que se traduce, entre otras cosas, en la potencia narrativa y la calidad de las voces de los protagonistas-, esta novela breve y original en su concepción es un puñetazo en medio del pecho y, curiosamente, es también al mismo tiempo pura luz. Narrada en primera persona, Cometierra es la historia de una joven vidente a la que recurren vecinos desesperados. Se trata de un ser que tiene la capacidad de darles respuesta a los que buscan y su don la acompaña desde chiquita, desde cuando ella misma era una nena desesperada por la brutal ausencia de su madre.

Cometierra logra ver dónde están los que faltan y para eso, para ver ese más allá que muchas veces es la muerte pero que también puede ser un cautiverio, necesita que le alcancen un puñado de tierra cercana a los cuerpos ausentes. La escena se repite. Ella cierra los ojos, toma el puñado de tierra y lo traga: es en ese acto cuando llega, con más o menos esfuerzo, con más o menos fortuna, el contacto con la imagen esperada, esa respuesta que puede calmar la angustia de los que van tras sus desaparecidos.

En la misma semana en que su novela acaba de ir por su primera reimpresión, y mientras se acostumbra a reflexionar públicamente sobre su obra, Dolores Reyes estuvo en el estudio de Infobae para hablar de la construcción de esta historia sobre femicidios y trata de personas que se lee de un tirón y para contar qué se propuso al escribir esta novela intensa ambientada en la profundidad del conurbano bonaerense. Lo que sigue es la transcripción de la mayor parte de la charla. Sobre el final, el lector podrá ver el video de la entrevista completa.

Cometierra es una novela que tiene un nombre que despierta curiosidad y cuando entra uno a leer esa historia, se encuentra con una protagonista que tiene un don que es el de ver más allá no solo cerrando los ojos sino comiendo tierra, y entonces así puede ver dónde están o no están aquellos que faltan y son buscados. ¿Cómo surge?
— Bueno, surge hace cinco años. Yo hacía un taller con Selva Almada en Espacio Enjambre y Marcelo Carnero, un compañero, leyó un fragmento de un texto. Él es poeta y escritor de ciencia ficción, tiene la capacidad de concentrar mucho las imágenes en sus textos y el texto era muy pequeño. Yo medio que cerraba los ojos y lo escuchaba y a medida que avanzaba el texto fui viendo una nena. Y el texto terminaba diciendo: “Tierra del cementerio”, y cuando él dijo así, vi a la nena de espaldas, tal como la describo en la novela, haciendo el gesto de meterse tierra en la boca. Y después de eso fue seguirla, describirla, ver en dónde estaba, ver su entorno, ver la relación tan fuerte que tiene con la tierra, y con la tierra de ese lugar tan específico que es un cementerio, que es tierra que está pegada a cuerpos, a historias. Me acuerdo que de chica a veces nos rateábamos de la escuela, tomábamos el subte e íbamos al cementerio de Chacarita. Y teníamos como ese juego de ir a ver las lápidas: siempre me interesaron un montón las palabras que se les escriben a las personas que ya no están. Fue como toda una conjunción de intereses y, también, obviamente, el tema muy central de los femicidios.

(Crédito: Santiago Saferstein)
(Crédito: Santiago Saferstein)

— ¿Cuando empezaste a trabajar tu novela empezaba a surgir con fuerza Ni Una Menos?
— El tema de los femicidios ya estaba bastante instalado. Sobre todo, bueno, el tema de la trata de personas, el tema de la desaparición de mujeres. Lo que hubo fue un cambio muy fuerte en cuanto a la percepción y a las lecturas que se hacen de esas problemáticas. Pero bueno, leyendo el libro Chicas muertas de Selva Almada, todos recordamos femicidios.

— Que no los llamábamos así.
— No los llamábamos así. Por ejemplo, en mi caso uno que me marcó muchísimo fue el caso María Soledad. Me acuerdo de volver corriendo de la escuela para prender la tele y ver qué es lo que estaba pasando en esas marchas multitudinarias por una chica tan joven, tan hermosa, que había tenido ese final tan fuerte.

— ¿Qué habías escrito antes?
— Cuentos, muchísimos cuentos. Me acuerdo uno que se llamaba “Flores para Araceli”, que estaba muy pegado a Cometierra. Era un cuento corto en el que marcaba éste interés por el tema de los femicidios porque Araceli Ramos es una chica que desaparece después de salir de Pablo Podestá, que es el lugar donde yo trabajo, para ir a buscar a trabajo a Caseros, que es donde yo vivo. Entonces hizo ese trayecto que es cortísimo y no volvió nunca, le dejó un mensaje a la madre justamente diciendo eso: “Voy a buscar trabajo”. Finalmente se descubre que va a buscar trabajo a una casa, la atiende un hombre que la había usurpado y que ya había cometido femicidios antes. Y bueno, ese fue el final de esa chica. Tan abrupto y tan… Una chica joven y hermosa como son la mayoría de las víctimas de femicidios.

Chicas muertas, el libro de Selva Almada, es un libro de crónicas. El tuyo es una novela. Cómo se hace para estar tan pegada a la realidad y a una militancia en favor de los derechos de las mujeres, por un lado, y al mismo tiempo construir una ficción de una manera si se quiere más tradicional sin salirse de los límites de la literatura. En tu novela no hay nada de lo que se llama literatura del yo.
— No, para nada. Siempre estuve muy concentrada y muy preocupada porque no fuese una novela o una escritura, si se quiere, con banderas. No llevar nada que fuese externo al trabajo con el lenguaje, a la construcción de personajes, al trabajo con las voces que hay en la novela. Me parece que eso se logra justamente trabajando. Con esta novela hice clínica con Julián López. Me acuerdo que él hacía un gesto, que lo tengo muy patente hasta el día de hoy, que es que cuando yo empezaba a leer, él cerraba los ojos, era como una concentración en las voces, y si había algo que se salía de registro, muchas veces Julián me decía que era como un robo a mí misma o a otro entorno. Y ese ejercicio, después de ese año y medio que trabajé con él, lo interioricé. Leía un montón de veces y trataba de que cada voz fuese leal a sí misma, o sea a ese personaje. Por eso no aparece el tema como impuesto y cada personaje atraviesa esa realidad. Los materiales son de la realidad obviamente, pero no de una forma impuesta o antinatural a la escritura.

— Me gustaría leer un fragmento. Dice: “Acaricié la tierra que me daba ojos nuevos, visiones que solo veía yo. Sabía cuánto duele el aviso de los cuerpos robados. Acaricié la tierra, cerré el puño y levanté en mi mano la llave que abría la puerta por la que se habían ido María y tantas chicas, ellas sí hijas queridas de la carne de otra mujer. Levanté la tierra, tragué, tragué más, tragué mucho para que nacieran los ojos nuevos y pudiera ver”.
— El tema de cerrar los ojos aparece mucho porque está esta cuestión de la soledad, ¿no? La soledad que está presente en el momento de la escritura y está presente en el familiar que está buscando… Generalmente las búsquedas o esa instancia de búsqueda por la cual llegan hasta Cometierra es una instancia final, si se quiere. Empiezan por otros lugares, empiezan por las instituciones, y cuando todo falla se acercan a ella. Entonces era eso también, como cerrar los ojos para estar solo y ver otra cosa, lo que nadie está viendo hasta el momento.

— Porque al mismo tiempo ella se siente como vampirizada, ¿no? Ella tiene ese don, todos vienen a buscarla hay un punto en el que hay como una especie de vampirización…
— También está el barrio, o sea, de la presencia de los otros. Ella nunca dice yo soy Cometierra. Empieza a ser llamada de esa forma por la gente del barrio; son los otros quienes dicen: ella en vez de rezar está haciendo esto de comer tierra cerca del cuerpo de la madre para… En realidad la primera vez come tierra siendo muy chiquita cerca del cuerpo de la madre como para que algo de esa madre pueda quedarse adentro de su propio cuerpo, y ahí es donde cierra los ojos y puede ver los momentos previos a la muerte de su mamá. Ahí la empiezan a llamar la cometierra y cada vez que la llaman cometierra tiene consecuencias malas para ella y para su familia, para el entorno pequeño que constituye con su hermano.

— El Walter.
— El Walter. Entonces es como que sí, es una vampirización en ese sentido.

— ¿Cómo se construye esa relación increíble que tiene con el Walter? Esa relación de ella sola con su hermano, esa familia de a dos que vemos durante toda la novela. ¿Cómo construiste eso o qué historia tenés vos también en relación con los hermanos?
— Bueno, yo tengo muchos hermanos y tengo muchos hijos, también. Entonces la relación de hermanos es algo muy presente y que tengo a mano todo el tiempo. Eso por un lado. Y, por otro, también pensaba muchísimo en los hijos que dejan los femicidios. O sea en esa soledad absoluta de…

(Crédito: Santiago Saferstein)
(Crédito: Santiago Saferstein)

— La madre muerta y el padre preso.
— En ese acto se pierde todo el basamento, madre y padre. Entonces, siempre pensé en hacer un entorno. Ella dice todo el tiempo: “familia no, somos el Walter y yo”. Y, entonces, yo pensaba siempre ver la construcción del personaje desde ese lugar, el de los hijos de los femicidios.

— Es como si armaran una célula esos chicos, hijos de una madre muerta y de un padre que queda preso o desaparece.
— El padre en este caso está vivo y está rondando, de alguna forma. Y es dual: es el amor y es también lo tremendo, lo funesto.

— Es el amor al monstruo, ¿no?
— Claro, yo quería que eso estuviese y que marcase presencia y que a ellos dos también les resultase un conflicto. Porque es eso, el amor al monstruo y también el recuerdo de la mamá que los uniera de alguna forma ante la adversidad, porque son ellos dos que, de la forma que sea, resuelven la problemática de llevar adelante esa pequeña casita en la que viven.

— Dolores, estudiaste Letras.
— Estudié Letras, no terminé. Estudié Clásicas, me marcó muchísimo. Te comentaba antes que estudié con Victoria Juliá muchos años griego y me sirvió un montón no solo para el trabajo enorme sobre el lenguaje…

— Sino tal vez por la lectura de las tragedias.
— Sí, Medea, Antígona, hay muchísimas, La asamblea de las mujeres, Aristófanes.

— Te veo con el pañuelo verde y sé que tenés muchos hijos. Y sos muy joven, 40 años. ¿Cuántos hijos tenés?
— Tengo siete hijos.

— No es muy común hoy en determinados círculos que una mujer de 40 años tenga siete hijos y además lleve en su muñeca expuesto el pañuelo verde. Contame.
— Bueno, vos lo dijiste bien, en determinados círculos. Allá donde vivo yo, en el conurbano, sí. No sé si la cantidad de siete, pero sí es muy común que chicas muy jóvenes tengan muchos hijos. Yo muchas veces hago la inscripción para primero en la escuela donde trabajo y vienen chicas incluso de la edad de las mías, lo que me impacta un montón, y ya tienen cuatro, cinco, seis hijos, seis hijos propios y dos que les dejó una hermana que se tuvo que ir… Mi militancia a favor del aborto libre, legal y gratuito no tiene por supuesto nada que ver con el tema de tener hijos: los amo y son una parte mía importantísima.

— ¿Qué edades tienen?
— Entre 7 y 23. Y al revés, la ESI, la Educación Sexual Integral o el derecho al aborto es parte de mi lucha hacia ellos también, ¿no? Para que tengan las posibilidades plenas de elegir y de cuidarse, de cuidar su cuerpo y de cuidar su vida y sus elecciones.

Los siete hijos de Dolores Reyes, con la novela de su madre en sus manos. (IG de @mariadolores.reyes.3)
Los siete hijos de Dolores Reyes, con la novela de su madre en sus manos. (IG de @mariadolores.reyes.3)

— ¿Y qué dicen esos hijos de una mamá que ahora es escritora?
— Al principio era raro, porque tenían que disputar un poco el tiempo con mamá, que estaba escribiendo. Muchas veces yo era: “un segundo, termino esto y me contás o seguimos conversando”, cocinamos, a mí me gusta mucho cocinar y cocinar con ellos. Ahora, con el libro en las manos es como están maravillados, están contentos.

— ¿Son lectores?
— No todos. En realidad, leer leen todos, pero hay muchos enamorados de Japón que leen manga, animé y todo eso y no tanto narrativa. Pero bueno, las más grandes sí leen bastante. A los más chicos les leo yo un poco, les leí la dedicatoria porque me parece que no es la edad apropiada.

— ¿Cómo llegaste vos a la literatura? ¿Qué pasaba en tu casa con los libros?
— Yo siempre fui lectora, en mi casa había biblioteca, había libros y había un poco del culto al libro, como tiene la gente que no tiene recursos ilimitados para comprar libros: el libro se cuida, el libro no se rompe, el libro se conserva.

— ¿Y de qué trabajaban tus padres?
— Mi mamá trabajaba en un banco. Y mi papá es docente y eran lectores. Me acuerdo que en casa estaba la colección de literatura de Centro Editor que yo la devoraba. Pero antes, me acuerdo que ya en el Jardín era como una maravilla para mí el mundo de los libros. Me mandaban a dormir la siesta, yo no quería dormir la siesta y estiraba el brazo a la biblioteca y me quedaba leyendo.

— ¿Y cuándo surge la fascinación por la narrativa de Juan José Saer?
— También, con esa colección de Centro Editor. Leí varios de ahí, leí Cicatrices y me encantó. Y de ahí también pasé a Di Benedetto.

— En realidad, cuando uno lee a Saer lee también a Di Benedetto, si seguimos la idea de Borges en “Kafka y sus precursores”, ¿no? Porque Saer siempre hablaba de Di Benedetto.
— Sí, y para mí en un punto Saer fue como un profesor de literatura en ausencia, porque nunca tuve un trato persona a persona, y sin embargo todos estos movimientos que hacía me llevaron a leer a Di Benedetto, a Juan L. Ortiz, a Aldo Oliva y a tantos otros.

— ¿Y qué te pasa con las escritoras argentinas? Leí en una entrevista que hablabas de Sara Gallardo, por ejemplo.
— Las escritoras mujeres es un legado que estamos conociendo todas juntas porque ni siquiera en Puán tuve el acceso a escritoras mujeres como estamos teniendo en este último tiempo, que nos las estamos pasando mano a mano en encuentros de escritoras. Y es como que tenemos un legado ahí enorme, unas escritoras argentinas descomunales que estamos empezando a ver y a hacer circular. Durante mucho tiempo he asistido a programas de literatura enteros, enteros, cursos y demás, en los que no había una sola mujer. Ni hablar de análisis, de armado de corpus para notas, como si la literatura fuese esa actividad para hombres solos, nada más.

— ¿Qué fue lo más fuerte que te dijeron sobre Cometierra?
— Bueno, lo más fuerte que me está pasando hace unas semanas es que me escriben chicas víctimas de femicidios que me dicen que leen la novela de a poco; que la voz, lo que pasa en la novela y la voz del personaje las impacta un montón y a la vez cruzan el relato y cosas que acontecen en el libro con su historia personal de esas chicas y es fuertísimo. Yo las escucho, les contesto, chateamos una hora, una hora y media, cuentan su historia, algunas eran muy chiquititas, cuentan cómo llegaron a darse cuenta de que eran víctimas de femicidios, que es un descubrimiento que a algunas les llevó 20 años.

— Descubrir que su madre había sido asesinada, decís.
— Sí, porque por ejemplo le decían mamá a la abuela, o mamá a la persona que las crió. Sabían que el papá está preso pero no sabían bien por qué. Y bueno, también está esta la cuestión del cementerio, siempre el cementerio rondando. A mí me gusta mucho ir a sacar a fotos a cementerios, recorrer cementerios, es algo que me encanta.

— Es muy literario.
— Y para las víctimas de femicidios, varias me han contado que ese fue el momento en el que descubrieron que eran víctimas de femicidios. Llega una carta, un telegrama diciendo que hay que correr el cuerpo de tierra y ahí se enteran de que la mamá es en realidad esta persona cuyo nombre está ahí y empiezan a buscar por la casa y por ahí encuentran una caja mínima con fotos, una o dos fotos con esa mamá que perdieron siendo muy chicas, 2 años, 3 años.

— Hay en la novela algo que podría llegar a ser polémico en cierto sector más progresista y es la relación de Cometierra con el policía.
— Yo esperaba todo el tiempo que alguien me dijese eso. Es verdad, ella tiene un romance con un policía pero, a ver, parándonos siempre en el lugar donde se desarrolla la novela, eso no es tan lejano. En las familias muy humildes generalmente una forma de ascenso social es ser policía.

— Claro.
— Y se da muchísimo que en una familia por ahí tenés primos policías y primos chorros, primos policías y otros, no sé, docentes: pasa un montón. Yo soy docente y tengo un montón de compañeras que tienen maridos o padres policías. Tengo vecinos policías. El policía de la novela también es un policía muy particular porque él ve el límite de la institución. O sea, él es el primero que sabe que a la institución no le interesa para nada investigar los casos de chicas desaparecidas o muertas.

— ¿Qué clase de lector buscabas mientras escribías? ¿Sigue siendo el mismo lector ahora que el libro ya está circulando?
— Bueno, un poco a raíz de esto que hablábamos del placer de leer, la verdad es que yo tenía ganas de abrir un poco el pequeño grupo de lectores que suele darse, la gente que lee un montón. O sea, quería que la novela sea para esa gente súper lectora y también para otra gente. Que se pudiesen acercar a la novela sin bajar la calidad de escritura, sin bajar el trabajo con el lenguaje, que todos la pudiesen leer y disfrutar. Y esto me gusta mucho porque se está dando, o sea, recibo un montón de devoluciones de gente que se acerca a una novela después de muchos años o que me dice: mirá, no recuerdo haber leído nunca una novela en dos o tres días y que me gustase tanto y que no la podía largar. Nunca pensé que iba a trascender tanto ese pequeño grupo de oyentes de los talleres pero siempre era ir encuentro a encuentro como si fuera alrededor de un fogón, contar una historia y que quedasen enganchados y que tuvieran ganas de seguir escuchando, porque eso me incentivaba la lectura. Y bueno, mis compañeras sí son súper lectoras, escriben, son mi ida y vuelta permanente con mi trabajo.

(Crédito: Santiago Saferstein)
(Crédito: Santiago Saferstein)

— Veo que tenés varios tatuajes.
— Tengo por el momento tres tatuajes de Henn Kim, que es una artista mujer coreana. Los tres me los hicieron tres mujeres distintas. Pienso seguir haciéndome tatuajes y quiero que solo sean hechos por mujeres, o sea que la escritura de mi cuerpo sea de mujeres. El de la espalda, que también es de Henn Kim, dice “Amanece y ya está con los ojos abiertos”, como un pequeño homenaje a Saer, que me encanta (N. de la R.: se trata de la primera línea de El limonero real, una de las novelas más importantes de Saer). Y el más impresionante, que tengo en la pierna, es un revolver con una mujer adelante, dice “Basta ya de chicas muertas”, que es una consigna que desafortunadamente tenemos que seguir llevando adelante porque los femicidios se agudizan, los casos de violencia persisten y nuestra lucha también, nuestro trabajo de no naturalizar, de no invisibilizar, de estar caso a caso acompañando y tratando de prevenir y viendo cómo revertimos esto.

 

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