Los atacantes irrumpieron en medio de la noche del domingo en Saran, una aldea de la etnia fulani cercana al municipio de Ouenkoro, en la región de Mopti. Algunos iban en motos y otros en camionetas. En una recorrida mortal, masacraron a al menos 23 personas con armas automáticas.
Su intención era provocar una matanza mayor, por eso fueron a la vecina Bidi. Pero los pobladores de esa aldea habían huido al enterarse de lo ocurrido a pocos kilómetros de distancia. “Como no encontraron a nadie, quemaron las casas y atacaron al ganado”, contó Cheick Harouna Sankare, alcalde de Ouenkoro, que aseguró que los agresores eran cazadores dogones.
El episodio de la semana pasada es el último de esta suerte de guerra étnica que conmueve a Mali desde hace meses. El capítulo anterior se produjo el 17 de junio, cuando un grupo armado fulani asesinó a 41 personas en Yoro y Gangafani, dos pueblos dogones ubicados en la misma región del país.
El hecho más brutal fue la incursión del 23 marzo en Ogossogou, otro poblado fulani. Según las cifras del gobierno, 160 personas fueron masacradas. “Nunca vi nada parecido. Vinieron, le dispararon a la gente, quemaron casas y mataron a los bebés”, dijo Ali Diallo, un sobreviviente de 75 años entrevistado por AFP. Todo apunta contra bandas armadas dogonas.
“El conflicto actual en el centro de Mali tiene muchas causas, que en mayor medida se deben a un Estado fallido, incapaz de mantener a su población, tanto en términos de seguridad como de brindar oportunidades. Si bien las Fuerzas Armadas se encontraban a una distancia relativamente corta de las masacres que hemos visto, no pudieron evitarlas, lo que incrementa los argumentos a favor de una respuesta más violenta, ya que las comunidades creen que su vida depende de su capacidad para tomar la seguridad en sus manos, mediante la creación de milicias”, dijo a Infobae el politólogo Marc-André Boisvert, especialista en África de la ONG Global Integrity.
No es nuevo el enfrentamiento entre estos grupos que conviven en Mali desde hace siglos. Lo novedoso es que haya escalado hasta estos niveles de violencia. Para entender cómo se llegó a esto hay que prestar atención a la combinación de un Estado cada vez más degradado, sobre todo después de la rebelión tuareg y del golpe de Estado de 2012, y del desembarco del yihadismo en los años siguientes.
“Debemos tener en cuenta que Mali estuvo a punto de colapsar en 2012. Aunque las respuestas internacionales, como la Operación Serval francesa y la misión de mantenimiento de paz de las Naciones Unidas, pueden haber evitado que el país se desmorone por completo, estos esfuerzos no han dado lugar a mejoras significativas en el terreno y, en particular en el centro de Mali, la situación se ha deteriorado. Una razón importante para ello es que mientras la atención internacional se centraba en la aplicación de un frágil acuerdo de paz y la estabilización del norte del país, los insurgentes yihadistas se reagruparon en las zonas rurales del centro”, explicó Morten Boas, investigador del Instituto Noruego de Asuntos Internacionales, consultado por Infobae.
Dogones y fulanis, una historia de tensiones
El origen de los fulanis se remonta hasta el siglo IV, con el surgimiento del Imperio de Ghana en un territorio que comprende lo que hoy es el sudeste de Mauritania y el oeste de Mali. Con el correr del tiempo fueron desarrollando su propio idioma y sus costumbres, y llegaron a convertirse en uno de los grupos étnicos más importantes de África, con cerca de 40 millones de miembros. Se los conoce de muchas maneras: fulas, peuls, pels y fulbes son algunos de los gentilicios más utilizados, junto con fulanis. Más del 90% son musulmanes.
El país con la población más importante es Nigeria, donde viven más de 15 millones y el presidente Muhammadu Buhari es el miembro más destacado de la colectividad. En Mali se estima que hay entre 2,5 y 3 millones, lo que representa el 17% de la población del país. Eso los convierte en el segundo grupo étnico, detrás de los mandé.
El presidente de Mali, Ibrahim Boubacar Keita, visita una aldea dogona atacada por grupos armados
Si bien la mayoría de los fulanis están asentados en comunidades semisedentarias o incluso sedentarias, tienen un origen nómade. De hecho, son considerados el grupo nómade más grande del mundo. Históricamente, su principal actividad económica es el pastoreo de ganado vacuno, caprino y ovino.
En muchos momentos y lugares, esta práctica los llevó a tener conflictos por los recursos con pueblos agricultores, que son sedentarios. El acceso al agua y a las pasturas, o el daño que provoca en las cosechas al paso del ganado, pueden desencadenar enfrentamientos violentos cuando no hay ninguna instancia estatal o paraestatal en condiciones de dirimir las disputas.
Los conflictos en el centro de Mali han surgido generalmente entre las comunidades que se dedican a la ganadería y las que se dedican a la agricultura
Entre esos pueblos están los dogones, que se dedican al cultivo de mijo, sorgo, arroz, cebolla y tabaco, entre otras otras cosas. También tienen su propia identidad cultural y su lengua, pero son un grupo mucho más chico, que está en torno al medio millón de individuos. La mayoría se concentra en Mali.
“Los dogones se asentaron en la zona antes de la llegada de los fulanis. La antropología histórica afirma que se retiraron a las regiones montañosas ante la presión de los pastores de ganado, que emprendieron varias incursiones. Allí desarrollaron, por necesidad, una agricultura muy intensiva, con técnicas innovadoras. Con la colonización francesa y la ‘pax colonial’, los dogones volvieron a las llanuras. Las causas de lo que está pasando ahora son, pues, múltiples: hay componentes históricos, al igual que tensiones entre agricultores y ganaderos en torno a los campos y a los pastos”, dijo a Infobae el antropólogo alemán Georg Klute, profesor de la Universidad de Bayreuth.
A lo largo de los años, los dogones sufrieron múltiples desplazamientos, entre otras razones, por su negativa a convertirse al islam. Hoy hay una minoría que es musulmana, pero el grueso predica su propia fe. Las diferencias religiosas pueden volverse explosivas en tiempos de yihadismo.
“Los conflictos en el centro de Mali han surgido generalmente entre las comunidades que se dedican a la ganadería y las que se dedican a la agricultura. El acceso a las tierras de pastoreo y al agua ha sido el problema más frecuente, agravado por el cambio climático. La policía y los jueces intervenían, por lo general poniéndose del lado de los agricultores, y los veredictos solían estar atravesados por sospechas de corrupción. El resentimiento se acumuló a lo largo de generaciones, especialmente entre los pastores fulani. Pero, por más que la violencia haya estallado ocasionalmente en los años 90 y 2000, siempre fue contenida y las muertes fueron pocas. Incluso eran comunes las amistades y los matrimonios entre miembros de estas etnias”, sostuvo el antropólogo Bruce Whitehouse, profesor de la Universidad de Lehigh, Pensilvania, en diálogo con Infobae.
El estallido de la violencia
“Los choques se han vuelto violentos, en primer lugar, porque las armas automáticas son fáciles de conseguir —dijo Klute—. Antes se combatía con garrotes y espadas, arcos y flechas, o pistolas de un solo disparo. Ahora hablan las Kalashnikov. La segunda razón de la violencia generalizada es la ausencia del Estado, que ya no puede imponer su monopolio de la violencia. Sus representantes, como la Policía y el Ejército, apenas pueden protegerse a sí mismos, mucho menos a la población civil. Este es el motivo por el que los grupos armados, desde los señores de la guerra hasta los bandidos, los rebeldes tuaregs o las milicias islamistas, deambulan por el país en busca de botines. No hay que olvidar que hay una inercia muy fuerte en este tipo de disputas. Las acciones violentas provocan venganzas y, por lo tanto, nuevos actos de violencia”.
Los tuareg son otro grupo étnico de relevancia en la región, con cerca de 500.000 representantes en Mali. Pero, a diferencia de fulanis y dogones, mantiene desde hace mucho tiempo un enfrentamiento con el Estado central, ya que pretende independizarse y formar su propio país.
La rebelión tuareg de 2012 fue uno de los principales disparadores de la crisis que vive el país en la actualidad. El Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad, como se conoce a la región norte de Mali, estuvo conformado por milicianos que había participado de la guerra civil libia, y que lograron hacerse del control de buena parte del territorio que reclamaban como propio.
“En primer lugar habría que remontarse a 2011, tras la caída del régimen de Muammar Gaddafi en Libia. Muchos malienses que vivían en Libia y trabajaban allí principalmente como milicianos en manos de Gaddafi regresaron a Mali con armas pesadas y conquistaron parte del Estado. Muchos de ellos eran tuaregs. Para contrarrestarlos, malienses de otros grupos étnicos decidieron unirse a grupos militares rivales. Este fue el caso de algunos de los fulanis, que decidieron unirse al Movimiento para la Unicidad de la Yihad en África Occidental (MUJAO)”, contó a Infobae Luca Raineri, investigador de relaciones internacionales y estudios de seguridad en la Escuela Sant’Anna de Estudios Avanzados, de Pisa, Italia.
Los choques se han vuelto violentos, en primer lugar, porque las armas automáticas son fáciles de conseguir. Antes se combatía con garrotes y espadas. Ahora hablan las Kalashnikov
El contexto caótico propició el golpe de Estado del 21 de marzo de 2012, encabezado por un sector importante del Ejército, que derrocó al presidente Amadou Toumani Touré para asumir directamente el combate contra los rebeldes en el norte del país. El autoproclamado Comité Nacional para la Restauración de la Democracia y el Estado no duró mucho. Recibió una condena internacional generalizada y se encontró rápidamente sin bases de sustentación. Los golpistas entregaron el poder a un gobierno de transición en abril.
“Después de que el gobierno fuera derrocado, las fuerzas de seguridad malienses abandonaron rápidamente el norte y partes del centro —dijo Whitehouse—. Entonces, los conflictos locales de larga duración se desbordaron y la policía ya no estaba presente para intervenir. Los pastores fulani, que acumulaban reclamos de larga data por el trato injusto que recibían del Estado, se unieron a las milicias yihadistas que les prometían una distribución justa de los recursos locales. Cuando las tropas malienses regresaron a la zona, asistidas por el Ejército Francés en 2013, cometieron con frecuencia violaciones de los derechos humanos contra civiles fulani ante sospechas de que eran islamistas”.
Cuando las organizaciones terroristas fueron expulsadas del norte de Mali por una las tropas francesas, muchos de los fulani que estaban en sus filas regresaron a sus comunidades en el centro del país. Eso llevó a que otros grupos étnicos aprovecharan la oportunidad para saldar cuentas con ellos.
“Esto creó una escalada en una zona con recursos naturales muy limitados y, al mismo tiempo, una amplia disponibilidad de armas ligeras procedentes de Libia —dijo Raineri—. Las etnias rivales básicamente afirmaban que todos los fulani eran de alguna manera yihadistas, cuando en realidad sólo unos pocos se habían unido a esas organizaciones, y la mayoría no lo había hecho por razones religiosas, sino sobre todo para contrarrestar a los tuareg”.
Esta dinámica propició el regreso del terrorismo islámico, especialmente a partir de 2015, con el surgimiento del Frente de Liberación de Macina (FLM), liderado por el predicador Amadou Koufa. Afiliado a Ansar Dine, organización que tiene vínculos con Al-Qaeda en el Magreb Islámico, busca imponer la Sharia en Mali y perpetró numerosos ataques terroristas en distintos puntos del país.
El FLM ha reclutado a pastores fulani y creció explotando las divisiones entre las comunidades. Los dogones, pero también miembros de otras etnias, como los bambara, formaron sus propios grupos armados para defenderse, como último recurso ante la multiplicación de las amenazas en un contexto de absoluta inacción del Estado.
“Lo que esto pone de relieve es la posibilidad de que el conflicto se vuelva cada vez más étnico. La violencia intercomunal de esta magnitud rompe la confianza entre grupos que han coexistido de manera relativamente pacífica, más allá de disputas por los recursos de baja intensidad. En una región como Mali central, donde se reúnen los principales grupos étnicos del país, las consecuencias podrían ser catastróficas, ya que la violencia se extenderá a países fronterizos, como Burkina Faso y Níger, que tienen constelaciones étnicas similares en sus zonas fronterizas. Desafortunadamente, esto ya está ocurriendo en el primer caso, lo que muestra lo frágiles que son estos estados y cómo la gente desesperada termina tomando las armas, no tanto por la religión, sino para proteger su modo de vida”, concluyó Boas.
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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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