Cuando Juan Antonio Samaranch dejó en 2001 la presidencia del COI tras 21 años, parte de su herencia fue una estrategia de largo alcance: la apuesta por China.
Aquella sesión en Moscú que significó la despedida del español eligió a Pekín como sede de los Juegos Olímpicos de 2008, punto inicial de años que tuvieron a China en el centro de la escena olímpica, con los Juegos de la juventud de 2014 en Nanjing y los de invierno de 2022 que comienzan en pocos días en Pekín.
Tan estrecha fue la relación entre Samaranch y China, que parte de los objetos personales del hombre que presidió el COI durante 21 años están en un museo conocido como “Samaranch Memorial” en Tianjin, a menos de dos horas en auto de Pekín. Y su hijo, Juan Antonio Samaranch Salisachs, presidió la comisión de coordinación de Pekín 2022, algo recibido con agrado por la dirigencia china.
Los “años chinos”, sin embargo, no fueron solo los Juegos. Esos años influyeron decisivamente en el Comité Olímpico Internacional (COI) y en los dos presidentes que debieron gerenciar esa herencia de Samaranch, el belga Jacques Rogge y el alemán Thomas Bach. Políticamente explosivos, su huella es profunda.
China es un país con régimen de partido único al que muchos definen como dictadura. Esa fuerte carga política que implica la relación con Pekín llevó a Bach a ser, pocas semanas atrás, inusualmente claro en cuanto a lo que es razonable esperar del COI y del olimpismo.
“Esperar que los Juegos Olímpicos puedan cambiar fundamentalmente un país, su sistema político o sus leyes, es una expectativa completamente exagerada. Los Juegos Olímpicos no pueden resolver los problemas que generaciones de políticos no han resuelto”, dijo Bach durante una entrevista con la agencia de noticias alemana DPA.
“¿Cuál es nuestra responsabilidad y cuáles son nuestros límites? Nuestra responsabilidad es organizar los Juegos de acuerdo con la Carta Olímpica y el contrato de la ciudad anfitriona, y reunir a los atletas de 206 equipos y al equipo de refugiados del COI bajo un mismo techo”, añadió.
Pocas semanas después, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, impulsaba un boicot diplomático a los Juegos, secundado por países como el Reino Unido, Australia y Canadá.
Un golpe al orgullo de China, un país para el que estos desaires no son poca cosa. En 2008, la ceremonia inaugural impactó por el poderío exhibido, por un mensaje no precisamente sutil de que China era la nueva gran potencia del planeta. Que Washington dijera a Pekín 14 años después “no nos interesa ver su ceremonia ni sus Juegos” es algo que la potencia china no olvidará.
China y Oriente en general tienen una ventaja, dijo recientemente Laura Chinchilla, ex presidenta de Costa Rica y miembro del COI.
“Japón fue vital. Dudo que lo hubiéramos conseguido si esas Olimpiadas (Tokio 2020) se hubieran organizado en un país latinoamericano. La cultura asiática, más acostumbrada a la gestión de pandemias, con poblaciones civiles muy disciplinadas, ayudó mucho en esa colaboración que queríamos”.
Poblaciones civiles disciplinadas. En Japón, y ni hablar en China.
El paso de estos años por China afectó también al recorrido de la antorcha olímpica, un símbolo muy apreciado por el olimpismo.
En las semanas previas a 2008 el fuego olímpico llegó incluso a apagarse en medio de manifestaciones de protesta por la política china en el Tíbet. Aquello determinó cambios en el recorrido del fuego olímpico en Juegos posteriores, reduciendo la internacionalidad y la exposición de un símbolo con el que siempre se pretendió unir al mundo más allá de diferencias de culturas, idiomas y poder económico.
“Es que habíamos llegado a extremos absurdos. La antorcha fue al espacio exterior y estuvo bajo agua en la Gran Barrera de Coral”, recordó a Around the Rings un hombre con gran experiencia en la puesta a punto de los Juegos Olímpicos.
“Y que la antorcha recorra diferentes países es una linda oportunidad para generar problemas. El COI se propuso simplificarlo, que la antorcha haga el recorrido solo dentro del país que ganó los Juegos”.
Pero en la recta final hacia Pekín 2022 el recorrido será meramente simbólico, la antorcha solo saldrá a las calles el 2 y el 3 de febrero antes de ingresar al estadio olímpico el 4 para la inauguración de los Juegos.
¿Razones? Muchas y ninguna en concreto: Yang Haibin, vicedirector de deportes de Pekín, dijo que la reducción del relevo de la antorcha era necesaria debido a varios factores, como la pandemia, los preparativos del lugar de celebración y la posibilidad de incendios forestales.
Aunque no sean ya Juegos Olímpicos, China seguirá albergando grandes eventos polideportivos en los próximos años. Los Juegos Mundiales Universitarios en Chengdu este año y los Juegos Mundiales en 2025.
China fue, también, una tabla de salvación del COI cuando las cosas se complicaron. Europa es la capital mundial de los deportes de invierno, en especial del esquí, pero la combinación de referendos fallidos y de un ambiente que podría sintetizarse en un “no me hagan financiar Juegos con mis impuestos” llevó a que en la definición de la sede de 2022 hubiera solo dos candidatas: Kazajstán y China.
No era fácil encontrar candidatos a ser sede de los Juegos, algo que el COI comenzó a solucionar en la presidencia de Bach: París 2024 y Los Ángeles 2028 decididos en un mismo movimiento como sedes, Brisbane 2032 elegida en un proceso suave y veloz, Milano-Cortina 2026 como símbolo del regreso a Europa de los Juegos invernales.
“Es una gran satisfacción ver que los Juegos vuelven a sitios tradicionales y se sale de la dependencia de Oriente, con todo el costo que eso significa”, señaló a Around the Rings otro agudo observador del mundo olímpico.
Así y todo, hay algo de lo que nadie duda: el despliegue de Pekín 2022 será apabullante en lo deportivo y lo tecnológico. Y sin tickets a la venta, aunque con público decidido por las autoridades chinas, los Juegos se verán maravillosamente bien por televisión.
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