Delegar el poder en Cristina y Massa, primera opción para lo que queda de Alberto

cristina kirchner alberto fernandez sergio massa portada

Quizás él ni siquiera lo sabía. Como tantas otras cuestiones que ignoró en estos tiempos. Y eso que las señales estaban allí, a la vista de todos, desde hacía muchos meses. Pero cuando recibió la noticia de que Martín Guzmán iba dejar el Ministerio de Economía, Alberto Fernández comenzó a transitar una nueva etapa de su gobierno. Una etapa con menos margen de maniobra, una etapa con mucho menos poder propio, una etapa con el protagonismo determinante de Cristina Kirchner.

El gobierno de Alberto Fernández, tal como lo conocimos durante estos treinta meses, está terminado.

El proceso de demolición que Cristina emprendió contra su propio gobierno fue implacable. Su primera detonación pública fue aquella carta inicial hablando de los “funcionarios que no funcionan”. El cambio que exigió en ese momento fue en el Ministerio de Justicia, básicamente porque veía que las acusaciones por corrupción en su contra seguían avanzando.

Pidió la renuncia de Marcela Losardo al Ministerio de Justicia y Losardo se fue. La reemplazó el ultra kirchnerista Martín Soria.

Después, Cristina pidió la renuncia de Matías Kulfas en el Ministerio de Producción. Era el ministro de mayor confianza del Presidente. Alcanzó con una revelación inconveniente sobre los contratos del gasoducto Néstor Kirchner con Techint. Kulfas se fue y lo reemplazó Daniel Scioli. Alberto lo repatrió de la embajada argentina en Brasilia y la Vicepresidenta lo aceptó.

Y esta semana fue el enésimo mensaje para que se fueran Martín Guzmán de Economía, y Miguel Pesce de la presidencia del Banco Central. El dólar blue tocó los $240 y el riesgo país alcanzó los 2.500 puntos básicos. Fue suficiente. El vocero anticipatorio de Cristina, el ministro bonaerense Andrés “Cuervo” Larroque, no dejó ninguna duda: “Ya no esperamos nada de Guzmán; la etapa de la moderación está acabada”, sentenció. Un día después, Guzmán le avisó al Presidente que renunciaba. Y renunció.

Pesce, cualquier cadete de la City financiera lo sabe, tiene las horas contadas en la presidencia del Banco Central.

Alberto Fernández define en estas horas de qué modo quiere transitar el año y medio de gobierno que le queda por delante.

Martin Guzman y Miguel Pesce
Martin Guzman y Miguel Pesce

El reflejó clásico del Presidente ha sido siempre preservar alguna cuota de poder cada vez que Cristina lo obligó a cambiar un ministro. Anoche evaluó algunas de esas opciones en la soledad política de la Quinta de Olivos. Se barajaron los nombres de la vicecanciller y economista, Cecilia Todesca. El del jefe del Indec, Marco Lavagna, y el de la economista Silvina Batakis, quien fue ministra de Economía bonaerense con Daniel Scioli y hoy es secretaria de Provincias junto al ministro del Interior, el kirchnerista moderado (perdón Cuervo), Eduardo “Wado” de Pedro.

Batakis podría ser parte de un tándem con Scioli, que fortalecería al ministro de la Producción, quien ha dejado en claro a todo el mundo que quiere competir para ser el candidato presidencial del Frente de Todos. La gran pregunta sobre semejante hipótesis es si podrá contar con la bendición de Cristina. Cualquier movimiento que no la tenga está condenado de antemano.

Por eso, y como se explicó en esta columna el último jueves, la ecuación política que mayor consenso recoge en el peronismo es el nombramiento de Sergio Massa ya no como ministro de Economía, sino como un Jefe de Gabinete con poderes plenipotenciarios. Esto es, a cargo de un super ministerio que pueda alinear los seis ministerios que regulan la economía de la Argentina (Economía, Finanzas, Producción, Agricultura, Vivienda y Energía, que hoy es secretaría de Estado bajo dominio K).

Massa habló de esa posibilidad con el Presidente en Washington, hace dos semanas, y volvió a hacerlo el último fin de semana en Munich, donde Alberto Fernández participó como invitado especial a la Cumbre del Grupo de los Siete. El presidente de la Cámara de Diputados traía el mandato de los 17 gobernadores peronistas, entre ellos Axel Kicillof y varias de las figuras de confianza de Cristina. No querían más a Guzmán en Economía, ni tantos planes en manos de los grupos piqueteros albertistas.

Alberto Fernández avión Massa
Sergio Massa, Alberto Fernández y Santiago Cafiero

Pero el pedido de Massa para dejar la estratégica (y cómoda en términos políticos) Cámara de Diputados es convertirse en ese Jefe de Gabinete que centralice los ministerios económicos bajo su mando. Todo en el contexto de una gran reestructuración del Gobierno que reduzca a doce los ministerios para darle a la sociedad alguna señal de mayor racionalidad en términos de la gestión administrativa estatal. Un mensaje que se parezca a una respuesta frente a las acusaciones de “casta política” que en la última elección popularizó el diputado conservador Javier Milei.

El empoderamiento de Massa cuenta con el apoyo de los gobernadores peronistas, con el de una gran cantidad de intendentes del conurbano bonaerense y con el de la mayoría de los dirigentes sindicales. Todos creen que la única manera de rescatar lo que queda del gobierno de Alberto Fernández es con un gran acuerdo bajo el liderazgo de Cristina que preserve el Frente de Todos, y sirva de sostén a la gestión de Massa.

“Sergio es Jefe de Gabinete o nada”, decía uno de los diputados que le responde anoche. La televisión anunciaba que Massa se iba a reunir con el Presidente en la Quinta de Olivos, pero ese encuentro jamás ocurrió. Las conversaciones se daban por textos y audios de whatsapp. La definición se conocerá este domingo porque otra jornada de incertidumbre financiera este lunes podría ser letal para el gobierno débil de Alberto Fernández.

Siendo abogado y no economista, Massa podría convocar para el Ministerio de Economía a un elenco encabezado por Martín Redrado, quien fue presidente del Banco Central con Néstor y Cristina Kirchner y logró sortear una corrida cambiaria en 2009. Claro que para que el economista, de éxito vigente en el sector privado, sólo aceptaría semejante desafío si le permiten asumir con su propio equipo de profesionales y con el compromiso de sancionar una serie de leyes en el Congreso para regular la emisión monetaria, contener el déficit fiscal y hacer converger todas las políticas económicas para vencer a la inflación.

Martin Redrado Malasia
Martín Redrado

No todo es tan simple. El Plan Massa tiene algunas dificultades propias de la personalidad desbordante del Jefe de Diputados.

-Como súper jefe de gabinete, Massa entraría en colisión con Scioli, con quien disputa la intención muy lejana de ser candidatos presidenciales en 2023 y con quien compite en el territorio bonaerense. Una solución sería, por ejemplo, otorgarle más poder a Scioli unificando Producción y Agricultura, y nombrar al ministro Julián Domínguez como embajador en Brasilia, justamente donde estaba Scioli.

También habría tensiones con los funcionarios de Energía, quienes responden y reportan a Cristina Kirchner y nunca aceptaron la jefatura de Martín Guzmán. ¿Alcanzará la relación que Massa tiene con Cristina y con Máximo Kirchner para acordar una política energética alineada con la política económica que intente poner en marcha Massa?

-En la misma línea, ¿podría acordar el tándem Massa-Redrado con Cristina Kirchner políticas económicas de perfil ortodoxo para bajar el déficit fiscal o frenar la emisión monetaria cuando la Vicepresidenta ha dejado en claro que sus ideas siguen siendo la emisión como herramienta de mercado, los subsidios a ciertas actividades productivas y las restricciones compulsivas a la salida de dólares?

-Y la última, seguramente la más importante. ¿Qué margen de maniobra le daría Cristina Kirchner a Sergio Massa, sabiendo que el Jefe de Diputados intentará cualquier mejora en la economía para fortalecer su propio proyecto político y electoral? Sobre todo sabiendo, como se sabe ahora, que Cristina espera una victoria de Lula en Brasil para aprovechar la ola regional de la izquierda y explorar la posibilidad de lanzar una tercera candidatura presidencial.

Entre todas estas incógnitas que comenzarán a develarse hoy, cuando se conozca al reemplazante de Martín Guzmán y la dimensión del cambio en la estructura del Gobierno, hay una certeza a esta altura insoslayable. Es el debilitamiento inexorable de la gestión de Alberto Fernández, arrinconado por su propia y exasperante ineficacia, por su discurso random que destruyó aceleradamente la credibilidad de sus palabras y por la ausencia asombrosa de audacia política, que lo llevó a sepultar cualquier posibilidad de construir algún proyecto político propio.

En el comienzo de su mandato, algunos de sus ministros y de sus secretarios de Estado más leales se ilusionaron con un movimiento mitológico al que llamaron albertismo. Una fantasía que jamás se dejó ver en el universo escéptico y cruel de la política. No hubo, no hay ni habrá albertismo en la historia sorprendente y conflictiva de los herederos de Perón.

Como el Unicornio Azul al trovador cubano Silvio Rodríguez, el albertismo a Alberto Fernández se le ha perdido ayer. Se fue.

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