“El día de la pelea subía al ring vestido de la manera más extravagante. Usaba pantalonetas de lentejuelas y zapatillas de combinaciones inverosímiles, como vinotinto con naranja y verde biche con azul eléctrico. A menudo lucía una boina de cuero de babilla con un sapo vivo encima. Además se ponía seis batas, de las cuales se iba despojando en el centro del cuadrilátero”. Extravagancias como aquellas tenía el mítico Bernardo Caraballo, cuyas glorias dentro y fuera del ring fueron pasadas del plano deportivo al género de la crónica.
‘Caraballo, el campeón sin corona’ fue el texto que escribió Alberto Salcedo Ramos y donde quedaron plasmados los logros obtenidos y aquellos que pudo ver y hasta sentir, pero que no pudo tocar: un título como campeón mundial de boxeo.
Y es que el cartagenero, en los años 60, tuvo la pinta y hasta la actitud de campeón del mundo: solo le faltaba el trofeo. Sus trajes de gala, tan llamativos como sus movimientos dentro del cuadrilátero, eran casi que inéditos, tanto así que parecía bailando cumbiamba; y ni hablar de su bata de piel de tigre, la cual conservó como un tesoro invaluable. Y lo es, pues actualmente son muy pocos los deportistas que visten con este tipo de insumos.
La pluma del periodista barranquillero evocó en aquella crónica las dos oportunidades que tuvo para ser campeón mundial. La primera fue el 27 de noviembre de 1964. Ese día, Bernardo Caraballo se convirtió en el primer boxeador de Colombia en disputar un título mundial.
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Tenía todas las de ganar, pues jugó de local: la pelea fue en Bogotá y había casa llena; sin embargo, el púgil brasileño Éder Jofre lo terminó despedazando en ocho asaltos. Un hecho histórico que pasó de la emoción a la pena.
“Existe una leyenda negra alrededor de esa derrota. Se rumora que Caraballo pasó los tres días previos encerrado en una casa de prostitutas. Él dice que el problema fue que no dio el peso y dos horas antes de subir al ring fue obligado por los empresarios que montaron el espectáculo a enfundarse en bolsas plásticas y escalar varias veces el cerro de Monserrate”, se lee en el relato construido con las experiencias de él y de varios periodistas expertos en combate.
La segunda no fue la vencida: casi tres años después, el 4 de julio de 1967, volvió a disputar el trofeo del peso gallo. Ese día jugó de visitante, en Tokio, y el contrincante fue el local Masaiko Harada. Más de 25 mil almas japonesas tenían los ojos puestos en su compatriota y en el ‘negro’ que fue abucheado como nunca en su carrera. Según contó el boxeador, solo cuatro personas querían que el título se fuera para Colombia: su esposa, Zunilda; Sócrates Cruz, su entrenador; el embajador de Colombia en Japón de aquella época y, por supuesto, el mismo Bernardo.
En aquel tiempo, la información extranjera no llegaba en tiempo real, y menos la de Asia, sino con un retraso de media hora y por teletipo, según explicó el periodista Nelson Aquiles.
Caraballo perdió por decisión dividida, pero afirmó que no tuvo miedo. Más bien sintió rabia, pues se dio cuenta que, “fue uno de los robos más asquerosos en la historia del deporte”; pero lo que sí es cierto es, que si el cartagenero no ganó ningún título mientras estuvo activo fue porque este deporte estaba regido solo por dos asociaciones, y sus 10 boxeadores afiliados eran los que podían soñar con ser campeones.
“En cambio ahora -bromea con gracia el entrenador Eusebio García-, tú compras un gajo de plátanos y te regalan un teléfono celular y una corona mundial de boxeo”, según la crónica que hace parte del compilado titulado ‘La eterna parranda’, de 2011.
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