Los usuarios promedio de un teléfono celular lo emplean 80 veces cada día, o casi 30.000 veces en un año. Según una encuesta de Gallup, la mitad de ellos no se imaginan ya la vida sin el dispositivo.
Mantienen el aparato siempre a mano, como un amigo inseparable, o un secretario o un gurú. Para leer mensajes, para consultar aplicaciones, para atender a algunas de sus alertas un montón de veces por día. “El teléfono inteligente se ha convertido en un depósito del ser, registra y distribuye las palabras, los sonidos y las imágenes que definen cómo pensamos, qué experiencias vivimos y quiénes somos”, escribió Nicholas Carr en Wall Street Journal (WSJ).
Eso explica por qué el teléfono móvil causa tanta angustia entre los usuarios, que son casi tantos como la población del mundo: actualmente existen 6.800 millones de suscripciones a celulares, con una penetración de 96 personas cada 100.
Carr —autor de The Shallows y Utopia Is Creepy, entre otros libros— se preguntó qué sucede en la mente humana cuando se genera esa codependencia entre la percepción del mundo y un objeto que se ubica como un intermediario para comprenderlo. Encontró muchos trabajos científicos al respecto, que le dejaron la impresión de que esa relación entre las personas y sus teléfonos “es a la vez fascinante e inquietante”.
En primer lugar, destacó que la forma en que los celulares dan forma a los pensamientos no se limita al momento en que se los usa. Eso importa porque una de las consecuencias universales del uso de móviles es la dispersión, que debilita el intelecto.
Según un estudio de la Revista de Psicología Experimental, si el teléfono suena o vibra cuando una persona está enfrascada en una actividad, inmediatamente su concentración se pierde y la actividad se afecta. Lo más asombroso es que eso sucede atienda o no el mensaje, la alerta o la llamada. Y según otro trabajo sobre la mediación digital, cuando alguien escucha su teléfono pero no puede responderlo, le sube la presión, se le acelera el pulso y capacidad de resolución disminuye.
Uno de los autores del primer estudio, el psicólogo Adrian Ward, de la Universidad de Texas en Austin, cree que el mero apego al celular nos vuelve menos inteligentes. En 2015, junto a colegas de la Universidad de California en San Diego (UCSD), hizo un experimento para demostrarlo.
Los investigadores sometieron a 520 estudiantes de UCSD a dos pruebas de agudeza intelectual. Una medía la capacidad cognitiva disponible, o cuán completamente una persona se puede concentrar en una tarea en particular. La otra medía la inteligencia fluida, la capacidad de una persona para interpretar y resolver un problema nuevo. Para medir la influencia del celular, dividieron a los estudiantes en tres grupos: uno debía dejar el móvil a la vista en el escritorio; otro debía guardarlo en la ropa o el bolso; el último debía dejarlo en otra habitación.
“Los resultados fueron impresionantes”, evaluó Carr. “En ambos exámenes, los individuos con el teléfono a la vista obtuvieron los peores resultados, mientras que aquellos que dejaron su teléfono en otra habitación obtuvieron los mejores“. Los que guardaron los teléfonos en bolsillos o bolsos quedaron en el medio.
“A más proximidad del teléfono, menor capacidad mental”, sintetizó el autor. Y, sin embargo, en entrevistas posteriores ninguno de los estudiantes dijo que hubiera percibido el teléfono como una distracción, sino que en general ni siquiera habían pensado en él. Pero se sabe que el simple acto de reprimir —conscientemente o no— el deseo de mirar la pantalla del móvil puede debilitar el pensamiento.
En un artículo publicado en la Revista de la Asociación para la Investigación del Consumidor, Ward y sus colegas escribieron que “la integración de los smartphones en la vida cotidiana” parece causar “un drenaje mental” que puede disminuir las capacidades mentales más importantes, como “el aprendizaje, el razonamiento lógico, el pensamiento abstracto, la resolución de problemas y la creatividad”.
Carr reveló que el desempeño intelectual no es el único lesionado por los móviles. “La sociabilidad y las relaciones también sufren”, explicó, y citó un estudio de la Universidad de Essex (Reino Unido), que solicitó a 142 participantes divididos en dos grupos —en uno, las personas llevaban sus teléfonos; en el otro, no— que hablaran de a dos en privado durante 10 minutos.
A continuación las personas hicieron pruebas de afinidad, confianza y empatía. “Tan sólo la presencia de los móviles —publicaron los investigadores en la Revista sobre las Relaciones Sociales y Personales— inhibió el desarrollo de la proximidad interpersonal y la confianza, y disminuyó el alcance de la empatía y la comprensión entre los individuos”.
Dado que la mente humana no es sólo un sistema de pensamiento, sino también un sistema de percepción, “puede ser manipulada por fuerzas externas de las que ni siquiera somos conscientes”, observó Carr. Las advertencias sobre la influencia de los medios no son nuevas, pero lo que puede hacer la nueva tecnología móvil no tiene precedentes.
El teléfono está lleno de formas de información y funciones útiles y de entretenimiento. “Actúa como lo que Ward llama ‘un estímulo superior a lo normal’, que puede ‘secuestrar’ la atención cuando es parte de nuestro entorno, algo que siempre es”, publicó el WSJ.
Si la popularización de internet trajo la promesa de una humanidad más inteligente, más informada, más razonadora, “hoy sabemos que no es tan simple”, advirtió el autor. Así como el medio da forma al contenido del mensaje, “el modo en que se diseña y se usa un dispositivo ejerce al menos tanta influencia sobre nuestras mentes como la información que el dispositivo ofrece”.
Es decir que, por extraño que parezca, es posible que la tecnología reduzca el conocimiento y la comprensión de los seres humanos. Dos manifestaciones han llamado ya la atención: la descarga de información (cada vez se recuerda menos, ya que todo se puede consultar en el móvil) y la incapacidad para discriminar si la mente o el aparato generaron la información.
La ironía, resaltó Carr, es que las cualidades más atractivas del celular son también las que pueden secuestrar las mentes. “Los fabricantes de teléfonos, como Apple y Samsung, y los creadores de apps, como Facebook y Google, diseñan sus productos para que consuman tanto de nuestra atención como puedan durante cada una de nuestras horas del día, y les agradecemos comprando millones de aparatos y descargando miles de millones de aplicaciones cada año”.
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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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