“El 26 de febrero de 2003, el empresario estadounidense Johnny Chen, de 48 años, fue ingresado en el Hospital Francés de Hanoi (Vietnam) después de haber visitado las ciudades chinas de Hong Kong y Shanghai”. Es así como comienza su análisis el Catedrático de Microbiología, Universidad de Salamanca Raúl Rivas González en su documento publicado en The Conversation.
En su escrito relata los síntomas: la fiebre alta, la tos seca y el dolor muscular y de garganta que experimentaba Chen y que apuntaban a un caso grave de gripe. Sin embargo, la dificultad respiratoria y otras complicaciones fueron apareciendo durante los días posteriores a la hospitalización. Aunque el empresario fue trasladado de regreso a Hong Kong para recibir tratamiento, no pudo superar la infección y murió el 13 de marzo de ese año. Para Rivas González “la pesadilla acababa de comenzar”.
Porque desde el ingreso de Chen, unas 40 personas relacionadas con el hospital vietnamita enfermaron, incluido el equipo sanitario del centro. Las radiografías de tórax de los contagiados fueron similares a las del empresario estadounidense. “El pánico comenzaba a filtrarse en el corazón de los sanitarios -cuenta-, quienes comprendieron que se enfrentaban a algo muy grave y extremadamente inusual”.
Con la perspectiva que se requiere en estas materias, el incidente de Hanoi se relacionó con un brote inexplicable de neumonía en la provincia sureña china de Guangdong. Este había comenzado en noviembre de 2002, en la ciudad de Foshan. “Las evidencias científicas señalaron que la enfermedad fue causada por un nuevo virus, el SARS-CoV -expone Rivas González-. Este fue el origen de la epidemia de 2003, que provocó más de 8000 contagios en 26 países”.
Aunque las investigaciones sugieren que la causa fue la capacidad del virus de transmitirse de animales a personas, el reservorio animal todavía es incierto. “Una de las posibilidades es que fuesen los murciélagos los que transmitiesen el patógeno a otros animales, como las civetas, y éstas las que lo contagiasen al ser humano”, concluye.
Un equipo de coronavirus
El SARS-CoV es parte de un grupo numeroso de coronavirus. “Se trata de virus zoonóticos pertenecientes a la familia Coronaviridae y descritos hace más de cincuenta años -dice Rivas González-. Su nombre procede de su morfología, que recuerda a la corona solar”.
Se supone que las primeras observaciones de la capacidad infectiva de los coronavirus fueron realizadas en 1933 por los investigadores Baudette y Hudson. Fueron ellos quienes observaron un síndrome respiratorio en pollos ocasionado por un agente infeccioso. Posteriormente consiguieron transmitir la letal y devastadora enfermedad respiratoria a embriones.
Años después, el patógeno fue identificado como el virus de la Bronquitis Infecciosa Aviar (IBV), una enfermedad aguda y muy contagiosa que afecta a aves gallináceas. En la actualidad, sigue siendo una de las principales causas de pérdidas económicas en la industria avícola mundial.
En la actualidad, “ya conocemos 39 especies distintas de coronavirus, 7 de las cuales pueden infectar a humanos”, explica el catedrático.
En general, los coronavirus son similares en cuánto a organización y expresión génica. Y ese detalle, unido a que se mantienen circulando en la naturaleza, da lugar a situaciones de recombinación que favorecen la aparición de nuevos virus y la capacidad para adaptarse a nuevos hospedadores.
En los primeros 20 años del presente siglo, los coronavirus ya han dado lugar a importantes y peligrosas enfermedades. Entre ellas el síndrome respiratorio agudo severo originado por el coronavirus SARS-CoV, el síndrome respiratorio de Oriente Medio provocado por MERS-CoV y la actual pandemia global de COVID-19, originada por SARS-CoV-2.
Este último virus fue identificado por primera vez en la provincia china de Hubei en diciembre de 2019 y se sospecha que tiene un origen animal. No en vano, el primer caso se detectó en una persona que trabajaba en el mercado local de pescado y animales silvestres. Posteriormente habría sido transmitido de persona a persona a través de gotitas respiratorias o contacto directo.
Algunos nos ignoran
“Los coronavirus son viejos conocido desde la década de 1960 -continúa Rivas González-, dada su capacidad para infectar y causar enfermedades en animales y humanos. Entre los que afectan a animales destacan el virus de la bronquitis infecciosa aviar (IBV), el coronavirus respiratorio canino (CRCoV), el virus de la hepatitis del ratón (MHV), el coronavirus bovino (BCV), el coronavirus del pavo (TCV), el virus de la diarrea epidémica porcina (PEDV), el coronavirus respiratorio porcino (PRCV), el coronavirus de la encefalomielitis hemaglutinante porcina (PH EV), el deltacoronavirus porcino (PDCoV), el coronavirus de la enteritis felina (FECV), el coronavirus de la peritonitis infecciosa felina (FIPV) y el virus de la gastroenteritis transmisible del cerdo (TGEV)”.
En cuanto a los humanos, la primera vez que se identificó un virus de esta familia fue en 1965, gracias al análisis de las secreciones nasales de pacientes con resfriado común. Además de las enfermedades más graves y reconocidas popularmente –las causadas por los coronavirus SARS-CoV, MERS-CoV y SARS-CoV-2–, existen otros cuatro tipos que pueden producir resfriados e infecciones leves y parecidas a la gripe en humanos: el 229-E, el OC43, el NL63 y el HKU1.
Algunas investigaciones apuntan a que uno de ellos, el OC43, se originó en roedores y compartió con el coronavirus bovino (BCV) un ancestro común. Según algunos autores, este podría ser el verdadero responsable de la pandemia de gripe de 1889 y 1890, también conocida como gripe rusa.
“Es importante tener en cuenta que la ecología de estos agentes infecciosos favorece su recombinación viral con otros coronavirus en poblaciones animales -advierte-. Esto puede dar lugar a nuevos tipos de coronavirus que sean transmisibles y patógenos para los humanos”.
Por ejemplo, “los murciélagos albergan de forma natural dos de los cuatro géneros de coronavirus: alfa y beta”, cita en su texto. Esto explica por qué la diversidad de coronavirus que circula en las poblaciones de estos animales es la más alta detectada hasta la fecha en cualquier grupo de hospedadores de mamíferos. “Los otros dos géneros, delta y gamma, se encuentran sobre todo en aves’, sentencia.
“Esta situación, unida a los análisis metagenómicos y a las estimaciones empíricas, sugiere la existencia de dos a cinco coronavirus únicos por cada una de las 1 400 especies de murciélago. Por lo tanto, el número potencial de nuevos virus de esta familia que aún desconocemos podría ascender a unos 7 000” deja como mensaje de alerta.
Por otro lado, un estudio reciente publicado en la revista Scientific Reports evidencia que existen al menos 26 animales distintos que pueden estar en contacto regular con los humanos y que son susceptibles a la infección por SARS-CoV-2.
Dada la enorme diversidad de coronavirus que parece existir en la vida silvestre y su activa capacidad de evolución y adaptación continua a los humanos y otros animales, es presumible y casi indudable que causarán nuevos brotes en el futuro. “Desconocemos cuándo ocurrirá pero, llegado el momento, debemos estar preparados ante ese nuevo desafío -concluye-. Por ello, conviene reflexionar y aprender de la situación actual y, desde ahora, poner todos los medios necesarios para salir victoriosos del próximo combate”.
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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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