“Uno tiene que respetar a todo el mundo, pero yo no respeto todas las opiniones”, afirma Dario Grandinetti en esta charla con Teleshow en la que manifiesta que espera ansioso la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner.
Acaba de estrenar su último filme, La residencia, donde interpreta a un maestro de literatura manipulador y perverso que propone un método extremo para que sus alumnos logren conectar con sus personajes. “Me parece bien que se hable de estas cosas, porque sin llegar a estos extremos como el que cuenta la película suele haber talleres con cierto dogmatismo o intenciones de que la cosa sea medio sectaria”, reflexiona Grandinetti, y recuerda el cuidado que tuvo a la hora de elegir profesor de teatro para sus hijos, que comenzaron muy chiquitos: “En estas actividades en las que se trabaja con los afectos, con los sentimientos, con la emoción, puede ser peligroso según en manos de quién caigas. Mis hijos estudiaron con Julio Chávez, así que estoy bien tranquilo”.
—¿Viviste situaciones que te hayan perturbado?
—En una época, el actor que trabajaba en televisión estaba mal visto por aquellos que estudiaban teatro y los maestros que daban las clases. Eso generaba una cosa interna que no era buena. Yo la viví al poco tiempo de llegar a Buenos Aires. No como una cosa persecutoria ni mucho menos, ni traumática ni nada. Pero como hacía de vez en cuando televisión, cuando iba al taller en el que estaba a algunos compañeros no les gustaba mucho.
—Era menos prestigiosa la televisión.
—Sí, podía llegar a contaminar el taller, de alguna manera. Hasta no hace mucho los actores que hacían televisión no eran convocados para hacer cine. Ahora por suerte eso cambió.
—¿Crees que podrías no haber sido actor?
—Seguramente sí. Fue una vocación tardía la mía. Cuando era pibe no fantaseaba con ser actor. Yo cantaba en la escuela. Me hacían cantar mucho: tenía oído más o menos, cantaba, tocaba poco y mal el bombo y poco y mal la guitarra. Pero éramos un grupito que nos gustaba, teníamos un maestro que nos incentivaba mucho con la música. Alguien podría haber dicho: “Este va a cantar”. Pero no tenía vocación artística. Yo quería jugar al fútbol, nada más. Era lo único que me importaba.
—¿Y qué pasó?
—Que antes de probarme había empezado a hacer teatro en Rosario de una manera muy accidental, una amiga que me insistió, me insistió, me insistió y fui. Y bueno, yo ya tenía una edad que había empezado a salir de noche, fumaba, y para jugar al fútbol eso no podía ser, tenía que terminar. También trabajaba, tenía que faltar al trabajo para ir a entrenar. Había que hacer cierta clase de sacrificios que yo no estaba muy dispuesto a hacer.
—¿Cuál recordás como el momento más feliz de tu vida?
—El nacimiento de mis hijos.
—¿Estuviste siempre ahí?
—Sí. Salvo la primera, que llegué diez minutos tarde porque se adelantó. Estábamos haciendo una obra con Ulises Dumont; el médico me dijo: “No, no, andá tranquilo que no está dilatada, va a nacer a la madrugada o mañana a la mañana, andá tranquilo”. Y en el momento en que estaba terminando la segunda función, nació. Así que llegué; me fui vestido de personaje y todo.
—Alguna vez dijiste: “Soy un laburante. He trabajado mucho. Pero nunca hice muchas cosas a la vez. No gané mucha guita”. ¿Es así?
—Sí. Yo vivo bien, he vivido bien, he podido hacer que mis hijos vivan bien, que hayan estudiado, que hayan crecido, pero no puedo dejar de trabajar.
—¿Pudiste elegir qué hacer?
—Los actores pocas veces podemos elegir, en general. Yo he tenido la suerte de elegir algunas.
—¿Hay algo que te veas y digas: “Que no lo pasen nunca más…”?
—Muchas cosas. Que no voy a nombrarte, por supuesto (risas).
—¿Cómo te sentiste viéndote hacer a Perón?
—Más o menos. Creo que la serie (Santa Evita) está muy bien. Me gusta también que se hable de eso. Yo conocía la novela de Tomás Eloy Martínez y me pareció que contaba cosas que la gente tiene que saber porque se puede trazar un paralelo fácilmente viendo la serie con cosas que todavía nos siguen pasando. Hay todavía una semilla de odio, de rencor, de maldad que apareció en aquella época que no solo ha germinado, que incluso, ha crecido. Y entonces está muy bien que se sepa desde dónde se arrastra todo eso, entre otras cosas. Yo no me gusto casi nunca, entonces verme haciendo a Perón… no sé, me pareció muy raro todo como seguramente a mucha gente le habrá pasado (risas). Habrá sentido: “¡Qué raro!”, pero me gustó participar de ese proyecto. Tiene bastante de novela pero tiene un disparador histórico muy importante: es el odio hacia Eva y hacia el peronismo que lleva a hacer eso que hicieron con su cuerpo.
—Argentina, 1985 es candidata al Oscar. ¿Qué te genera?
—Yo celebro que se haya hecho una película como esa porque hay un gran espacio de muchas generaciones que lo han oído nada más, que no conocen de qué se trató, y me parece muy bien que tenga la divulgación que tiene. No me sorprende para nada el recorrido que ha tenido.
—¿Creés que a las nuevas generaciones nos está faltando contarles un poco más el horror que vivimos?
—Eso sí, siempre. Pero no solo el horror que vivimos: a las nuevas generaciones les falta saber los horrores que venimos viviendo desde hace muchos años, de los que no se habla en los planes educativos.
—¿A qué te referís en particular?
—A lo que ha pasado con este país históricamente. De cómo se ha vendido, de cómo se ha entregado, de cómo está en manos de las grandes corporaciones, de cómo es muy difícil tomar decisiones que nos liberen de todo esto.
—La última vez que charlamos en el 2017 me contabas que la extrañabas a Cristina ¿Cómo estás hoy?
—Igual. La extraño igual. Sí, la sigo extrañando. Creo que es la única posibilidad de conseguir de verdad un crecimiento, como fue el que hubo durante sus gobiernos. Que son datos, no opinión.
—Pero hoy es gobierno.
—(Hace un silencio).
—Es vicepresidenta. ¿Igual la extrañas?
—Sí, claro. La quiero como presidenta.
—Ella dijo que no va a ser candidata; por lo menos, a hoy.
—Ella sabrá y ojalá revéa la situación. También durante su gobierno fue vicepresidente (Julio César) Cobos y no estaba en el gobierno. Cuando tuvo que decidir si estaba en el gobierno o no, votó en contra. Entonces ser vicepresidente o no, las decisiones no las toma Cristina. Y esto lo sabemos todos.
—¿Te parece que hoy falta que la decisión esté en manos de Cristina?
—Yo no quiero quedar bien con todos. No me parece que sea bueno.
—¿Alberto Fernández queda bien con todos?
—Bueno, es lo que parece: que no confronta con nadie. Es la opinión de un ciudadano. Porque si no, a partir de determinadas cosas que uno dice empiezan las polémicas entre uno que dijo algo y otro que le contesta, y entonces queda todo en que es una discusión entre Fulano y Sultano.
—¿Tiene que ver eso con el enojo que tenemos los argentinos entre nosotros?
—Yo creo que tiene que ver con el rol que cumplen los medios de comunicación, que toman partido, y entonces a partir de esa posición que toman, que no es periodística sino empresarial, por ahí va todo.
—Pensaba por ejemplo en las peleas en la calle, en el enojo que tiene la gente manejando. Estamos con un nivel de exacerbación tremendo. ¿Eso no tiene que ver con…?
—¿Con Cristina? Sí, tiene la culpa Cristina seguro, ¿no?
—No, no iba a decir con Cristina, iba a decir con todo lo que vivimos. Con estarla pasando mal, e incluso estar tan peleados entre nosotros.
—Esto es como creer de verdad que la grieta la inventó Cristina o se inventó ahora entre el macrismo y el kirchnerismo. No, la grieta en nuestro país existe desde hace muchos años. Lo hemos visto con esta película que todos alabamos y decimos “qué suerte que se hizo”. En un país donde las cosas están mal económicamente como lo están aquí ahora, sí, es probable que el humor de la sociedad no sea el mejor. Ahora, de ahí a decir el mal humor que estamos en la calle, yo no veo gente peleándose. No veo por la calle pelearse a peronistas contra macristas. Tampoco exageremos las diferencias que hay. Tienen que existir y tienen que ser aprovechadas para crecer. Yo no le tengo miedo a la discusión. No creo que el conflicto se resuelva dejando de discutir.
—¿Qué querés para este 2023?
—Que vuelva Cristina (risas). Deseo que estemos mejor, que visibilicemos al enemigo, que dejemos de inventar enemigos internos. Y que se acabe el neoliberalismo en el mundo.
—¿Qué es lo que pasó tan malo, si hay que hacer autocrítica, para que si las elecciones fueran hoy la derecha tenga una posibilidad importante en la Argentina?
—Algo que está pasando en el mundo: la desinformación, la frustración que la gente siente porque las medidas económicas no son lo suficientemente buenas como para que mejoren, y entonces siempre se cree que aquel que tuvo éxito con el dinero lo va a salvar. Esto pasó en Argentina, pasa en muchos lugares. Una serie de cosas que se dicen y que, insisto, los medios de comunicación acentúan y proponen instalar: los ricos no roban. Te encuentran 50 y pico de cuentas offshore y nadie dice nada. Los medios juegan. Los medios juegan mucho.
¿Qué pasó para que una figura como Milei crezca tanto?
—¿Pero eso suele pasar sabés cuándo? Cuando empezamos a creer que todos los políticos son iguales y que queremos que se vayan todos. Cuando pedimos que se vayan todos aparecen los Macri, los Milei. Estos muchachos que política no han hecho nunca, que nunca les importó, que no han militado, que no saben cuáles son las reales necesidades de la gente de bajos recursos. ¿Vos crees que los medios no tienen ninguna responsabilidad sobre eso? Casi todos los días aparece en los medios este muchacho que quiere vender órganos.
—¿No te interesó nunca participar activamente como ser candidato o meterte?
—No.
—¿Te lo propusieron?
—Alguna vez sí pero no porque debería dejar de actuar. Debería dejar mi actividad. Y no: lo paso muy bien actuando. Y antes que eso, no estoy preparado yo…
—Qué raro y qué bueno escuchar a alguien decir: “No estoy preparado”.
—No, no estoy preparado. Seguramente incluso todo lo que dije puede considerarse que no tiene todo el rigor que debiera tener porque no tengo el conocimiento de un montón de cosas, entonces hablo solo como ciudadano. Ahora, como ciudadano, no puedo aspirar a un cargo de diputado ni nada de eso. Yo creo en la política y creo en la gente que se prepara para eso y en la que se ha preparado, en la que milita, en la que sabe cuando habla de lo que habla. Yo, para ejercer un cargo y cobrar un dinero de los impuestos de los ciudadanos, no.
—¿Cómo te llevás con el universo de las redes sociales?
—Tengo Twitter y lo uso bastante poco. Sobre todo para leer algunas cosas, hacerme eco de algunas con las que estoy de acuerdo, retuiteo; de vez en cuando me agarra y digo alguna cosa, y entonces me putean y todo. No tengo Facebook, no tengo Instagram. Pero debe haber alguna cuenta con mi nombre porque me lo preguntaron varias veces,
—Bien la aclaración. Nicolás Cabré tuvo que hacerse un Instagram porque había otro con su nombre que vendía cosas polémicas usando su imagen.
—Pobre Nico. Sí, que es peor que yo. En una época decían que era por culpa mía porque como trabajábamos juntos, yo lo había ideologizado en eso. No, no. Él solito, es cabrón solito.
—¿Del 1 al 10, cuán cabrón sos?
—Lo suficiente cuando siento que debo serlo. La gente que me conoce sabe que soy un tipo tranquilo, relajado. No me enojo todo el tiempo, ni con todo el mundo ni por todo. Pero lo que sí no soy uno al que todo le vaya bien. Uno tiene que respetar a todo el mundo pero yo no respeto todas las opiniones. Hay opiniones que yo no respeto. Recién hablábamos de un personaje que dice unas barbaridades que yo no las respeto. Cada uno puede decir lo que quiera en todo caso, ¿pero respetar a un tipo que cree que hay que salir a vender órganos? O sin llegar a eso otros disparates iguales, qué sé yo, que se diga que se pueden devolver las Malvinas, que hay que regalar Aerolíneas. Yo no estoy de acuerdo con esas opiniones.
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