Cuidadores extranjeros de ancianos, en primera línea contra el virus en Israel

Cuando sale rápidamente a hacer compras, María, una india, que se ocupa de una mujer israelí que sufre de Alzheimer, teme atrapar el nuevo coronavirus y contagiarla.

Sacando con discreción la basura a la calle, empujando una silla de ruedas o caminando cargadas de bolsas de compras, decenas de miles de asistentes domésticos, en su mayoría mujeres de Filipinas e India, pueden verse a diario en las ciudades israelíes, ocupándose de personas mayores.

Cuando comenzó la pandemia, estas personas anónimas, a veces con estatuto legal precario, no fueron repatriadas y continúan acompañando a los ancianos en silencio.

En primera línea frente al virus, se encuentran a menudo solas, pues las medidas de distanciamiento social impiden a las familias visitar a los viejos.

“Voy lo más rápido posible a la tienda de la esquina. Estoy aterrorizada con la idea de agarrar el virus y transmitirlo” a Rivka (nombre ficticio), explicó María, de 31 años, en una entrevista telefónica con la AFP, alzando la voz debido a los gritos de la nonagenaria perceptibles en ruido de fondo.

“Antes podía salir media hora cuando uno de sus seis hijos venía a visitarla. Pero ellos viven fuera de Jerusalén, por lo que tampoco pueden ayudarme con las compras y estoy completamente sola con ella”, explicó María, quien vive en Israel desde hace 11 años.

– “Volverse loca” –

Lejos de su casa y de su familia, 24 horas al día sola con Rivka en plena crisis sanitaria, María lucha también por mantenerse serena.

“Entre sus gritos y el confinamiento, a veces siento que me estoy volviendo loca”, dice.

De los aproximadamente 14.300 casos de infección registrados oficialmente, la pandemia ha causado más de 180 muertes en Israel, en su mayoría personas mayores de 70 años.

Más de un tercio de los decesos han ocurrido en las residencias de ancianos, según el ministerio de Salud.

Los empleados domésticos extranjeros están “en primera línea” en la lucha contra el virus, subraya Meytal Russo, coordinadora de Kav LaOved, una asociación de defensa de los derechos de los trabajadores extranjeros en Israel.

“Recibimos muchas llamadas de angustia, principalmente de quienes trabajan con personas mayores que necesitan mucha atención. Como las familias no pueden visitarlos, trabajan de hecho permanentemente”, explicó Russo.

Una situación que contrasta con las disposiciones muy estrictas de la legislación israelí en cuanto a sus condiciones de residencia y de trabajo en Israel.

La dificultad para obtener una prórroga del visado de trabajo más allá de los cinco primeros años empuja a muchos de ellos a la clandestinidad.

A menudo, las trabajadoras se convierten en ilegales al quedar embarazadas, ya que la obtención de un visado de trabajo para los extranjeros está condicionada al hecho de no fundar una familia en el país, salvo excepciones.

Decenas de familias son expulsadas regularmente a sus países de origen. Según la oenegé United Children of Israel (UCI), que defiende a los hijos de trabajadores extranjeros, unas 600 familias estaban amenazadas de expulsión a principios de año, antes de la crisis sanitaria.

– “Todo el tiempo miedo” –

Pero con el nuevo coronavirus estas expulsiones están actualmente en suspenso. Y muchos asistentes domésticos tuvieron que abandonar sus proyectos de viajes al país para ver a sus familias, estancias a menudo raras y previstas con mucha antelación.

Tan pronto como Avshalom, un nonagenario que vive en la periferia de Jerusalén, se va a dormir, su asistente doméstico Francis Vas, un indio de 37 años, salta al teléfono.

“Lo más difícil de toda esta crisis es no saber cuándo podré volver a ver a mi hija de dos años y medio y a mi esposa. Pensaba ir a verlas en diciembre para Navidad. Ahora no sé”, dice.

Y el virus, del que tratan de protegerse a diario en Israel, es también una fuente de angustia para sus propias familias confinadas a miles de kilómetros.

“Pienso en eso todo el tiempo y tengo miedo”, explicó una auxiliar de enfermería filipina de 40 años, que trabaja en Jerusalén y prefiere guardar el anonimato.

“Miedo de coger el virus, miedo de transmitirlo a la anciana de la que me ocupo, miedo por mi marido y mis dos hijos adolescentes confinados en Manila”, manifestó.

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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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