El jueves 18 de enero un auto invadió el concurrido paseo marítimo de Copacabana, en pleno Río de Janeiro, dejando un bebé muerto y 17 heridos, luego de que el conductor perdiera el control del vehículo. “El automovilista explicó en la comisaría que tuvo una crisis de epilepsia, y se encontraron los medicamentos en el vehículo”, informó en su momento el coronel Angeloti, de la comisaría de Copacabana.
Las imágenes de las personas tiradas en el suelo, heridas, en la playa más famosa del mundo, fueron vistas en todas partes. Lo más conmocionante fue la noticia del deceso de María, una bebé de ocho meses que se encontraba con su madre y con su abuela. Equipos médicos intentaron resucitarla por casi 50 minutos, pero no tuvieron éxito.
Casi tres meses después, el caso volvió a las portadas de los principales medios brasileños. Pero de una manera completamente inesperada.
Entre las cuatro víctimas que quedaron más gravemente heridas había un hombre con pasaporte australiano: Daniel Marcos Philips, de 63 años. No podían —ni pueden— preguntarle nada porque estaba —y continúa— en coma. Los médicos del Hospital Miguel Couto explican que su cerebro quedó tan dañado que es muy probable que permanezca en estado vegetativo hasta que su corazón deje de latir.
En el afán por saber quién era y alertar a sus familiares de lo ocurrido, las autoridades brasileñas trataron de averiguar cuándo había ingresado al país. Sorpresivamente, no había registros de su entrada. Eso levantó las primeras sospechas.
La Policía de Brasil se puso en contacto con Interpol. Así se dieron cuenta de que no hay ninguna persona con ese nombre que tenga un pasaporte legalmente emitido. Eso sólo podía significar una cosa: Daniel Marcos Philips era una identidad falsa.
El único recurso que quedaba para descubrir quién era consistía en tomar muestras de sus huellas dactilares. En Brasil no encontraron ninguna coincidencia, pero enviaron las pruebas a Australia. Así hallaron la verdad: las huellas correspondían a un hombre llamado Christopher John Gott.
El misterioso sujeto había sido a principios de los 90 maestro en una escuela ubicada en Darwin, en el Territorio del Norte. Lo tenían fichado porque en 1994 había sido arrestado por 17 casos de abuso sexual contra menores.
Gott había sido condenado a seis años de prisión, de los cuales cumplió sólo dos. En 1996 obtuvo el beneficio de la libertad condicional. Dijo a la Justicia local que se iría a vivir a la casa de sus padres, en Melbourne. Pero nunca se volvió a saber de él.
El pederasta logró pasar 22 años oculto. Se presume que la mayor parte del tiempo estuvo en Brasil, pero es muy poco lo que se sabe de él en ese período. Legalmente, ahora podrían pedir su extradición, pero es improbable que se ejecute la medida, considerando su precario estado de salud.
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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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