Cuál fue la pregunta que le ayudó a una madre para dejar de sobreproteger a sus hijos

(iStock)

Hace varios años, inscribimos a uno de nuestros hijos en una escuela privada que quedaba cerca. Era costosa, pero sus maestros nos alentaron a que lo pusiéramos allá donde más lo desafiara. Este centro da la opción de tener pocos alumnos por cada profesor, por lo que los chicos tienen un mejor acceso a sus instructores.

La misión de esta escuela era emular un entorno universitario. La autogestión era esencial. Sin mimos, sin ayudas.

A nuestro hijo le encantó este lugar, los otros estudiantes, los deportes, los instructores, todo. Y nosotros estábamos satisfechos por eso, hasta que sus informes de progreso mostraron una tendencia a la baja en todas las materias. Sabíamos que estaba trabajando por debajo de sus capacidades.

Lo sentamos. No hubo desilusión, ni enojo. No le pedimos que nos mostrara sus calificaciones. No nos reunimos con los maestros. Le dijimos que si él estaba haciendo todo lo que podía, a nosotros nos parecía bien, aunque si no estaba haciendo todo lo posible, considerar ahorrarnos algo de dinero y regresar a la escuela pública.

“¿Cómo te gustaría manejar esto?”, le preguntamos.

Lo manejó usando su tiempo libre antes de los exámenes importantes de las asignaturas difíciles. Iba a ver a los maestros en vez de ir a jugar a los aros. Sus compañeros de estudio cambiaron y los informes de calificaciones mejoraron. No tenía que saltarse las comidas o quedarse despierto hasta tarde. No hacía falta.

Después de tres décadas de crianza, mi nido vacío está cubierto con más plumas que palos. Sin embargo, fueron los palos los que me enseñaron lo mejor que sé sobre crianza de los hijos: los niños escuchan y responden a las declaraciones de nuestras preguntas, más que a las preguntas mismas. Preguntarles cómo manejarán un problema sugiere que pueden ser dueños de la solución y del problema.

¿Hay algún inconveniente en sugerir un nivel de competencia que los niños pueden no comprender que poseen?

“No”, dice Lynn Lyons, una psicoterapeuta de Concord y autora de Anxious Kids, Anxious Parents: 7 ways to stop the worry cycle and raise courageous and independent children. “Es lo que queremos hacer. Se llama ‘siembra’, plantar la semilla con la sugerencia de que tienes o descubrirás pronto los recursos que necesitas para resolver un problema“, agrega al respecto.

Según Lyons, preguntas o comentarios “útiles” como “Déjame cortar eso por ti” o “¿Quieres que te ayude con eso?” o “‘¡Eso se ve terriblemente peligroso!” puede entregar el mensaje opuesto y “la pregunta difícil y muy cargada de ‘¿Estás seguro?’ es la tarjeta de presentación de la ansiedad y detiene a los niños en seco“.

En su libro The Gift of Failure, la educadora Jessica Lahey habla sobre la motivación intrínseca con la que nacen nuestros hijos. “Todos los niños comienzan la vida motivados por su propio deseo de explorar, crear y construir. Cuando los bebés dan el primer paso, es porque se sienten impulsados a descubrir y dominar su entorno. Si hay algún truco para ser padres es mantener a nuestros hijos para lograr que pierdan ese impulso interno“, comenta Lahey.

Aquí hay un palo.

Cuando nuestros cuatro hijos tenían menos de nueve años asistieron a tres escuelas diferentes. Con nuestro hijo de 2 años en su asiento del automóvil, pasaban gran parte de las tardes esperando en una escuela u otra. Lo último que quería hacer después de acomodar a todos en casa con bocadillos y bebidas era tener que volver a ir al automóvil para buscar algún artículo que alguien se había olvidado.

¿Sabía que debería dejar que ellos tuvieran el problema? Sí. ¿Les di el regalo del fracaso y los dejé ir con las manos vacías a la escuela al día siguiente? No.

Hice una tabla porque era más fácil. Enumeré el nombre del niño en la parte superior, las materias en un costado y lo até a un portapapeles. Antes de salir, revisé la lista para asegurarme que “tenían todo”. Durante un par de semanas, ese sistema funcionó. Y luego el olvido comenzó de nuevo.

Ahora no solo les había robado la oportunidad de crear su propio sistema para recordar las cosas, había enviado el mensaje de que no serían capaces de manejar las consecuencias. Peor aún, elevé la gravedad de un simple descuido porque ahora, había un portapapeles que lo indicaba.

“Nunca pierdas la oportunidad de callarte”, nos dijo una vez un profesor de desarrollo infantil sobre el hecho de alejar a los niños del caos de sus propias soluciones. Hubo lágrimas por las tareas olvidadas, entre otras cosas.

Esta cultura de participación excesiva de los padres y la reasignación de la responsabilidad ha surgido de una mezcla de motivaciones, incluida la conformidad con la propia presión entre padres e hijos. Lyons dice: “Ya no se ve como ‘raro’ conectarse a Internet y hacer un seguimiento a las calificaciones y tareas de tu hijo, conocer todos los detalles del horario académico o asistir a las prácticas de los alumnos. Conocer todos los detalles no es tan visto como ‘crianza neurótica’, sino como una crianza ‘involucrada'”.

Según los expertos, nos sentimos impulsados por la creencia de que se trata de una relación causal entre mejores calificaciones y futuros exitosos. Sin embargo, dice Lahey, “lo que la investigación ha demostrado una y otra vez es que los niños cuyos padres no les permiten fracasar están menos comprometidos, menos entusiasmados con su educación, menos motivados y, en última instancia, son menos exitosos que los niños cuyos padres apoyan su autonomía”.

Aquí hay otro palo.

A pesar de las correcciones en mi propia crianza después del incidente con el portapapeles, recaí cuando nuestro hijo más joven tomó “decisión temprana” de la universidad, sin duda, un proceso caótico. Las despedidas se ciernen y los estudiantes se abrazan y lloran mientras los padres empujan, manejan y exigen más de lo que es justo.

“Me gustaría ver tus calificaciones”, dije.

No es necesario, no te preocupes por eso“, me contestó.

“Me preocupa” le dije señalándole la pantalla. “No eres la única persona a quién le importa tu solicitud de entrada a la universidad“.

Lamenté las palabras antes de que terminara de pronunciarlas. Pero el mensaje, que no sabía cómo manejarlo, me hizo sentir, por un momento, como si no reconociera a ninguno de los dos.

Me disculpé y fuimos a almorzar para despejar la situación. Cuando estábamos en la mesa, él propuso un trato:

Como sabía más que yo sobre todo lo que tenía que hacer, y sobre todo lo que le preocupaba, lo dejaría manejarlo como yo había dicho. Y dejaría de controlarlo.

“Te diré lo que está pasando. En el momento en que pienses que no lo estoy manejando bien”, dijo “puedes verificar todo lo que quieras y no voy a decir una sola palabra“.

Aquí estaba el hijo que me vio errar y solucionar las cosas desde su asiento de automóvil, y el mismo que me vio dejar el portapapeles en casa. Las cosas aprendidas estaban siendo devueltas.

“Puedo vivir con eso”, dije. Tres meses más tarde, fue aceptado en la universidad que quería.

Todo está volviendo, de eso va la “siembra”. El mes pasado, en una conversación con nuestra hija mayor, describí una elección que tenía que hacer entre ayudar a un amigo con algo y cumplir con un plazo que era importante para mí.

“¿Y cómo vas a manejar eso?”, preguntó ella. Había aprendido la lección.



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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