
Es difícil saber si en manos del kirchnerismo durante uno o dos períodos presidenciales más Argentina habría terminado siendo Venezuela. Quedan pocas dudas, en cambio, acerca de la voluntad kirchnerista de avanzar en esa dirección. Pero también es cierto que la sociedad argentina bloqueó, con grandes costos, cada uno de los intentos de desarrollar en estas tierras el modelo de Chávez y Maduro. Visto con la perspectiva que dan los años, el gobierno de los Kirchner fue una sucesión de empates agónicos y derrotas catastróficas encubiertas por la retórica berreta que los argentinos aprendimos a llamar “relato”. Veamos.
El kirchnerismo intentó destruir los medios de comunicación independientes e instalar en su lugar un monopolio mediático estatal-privado comandado por los Cristóbal López y los Sergio Spolszky a su servicio; pero fracasó en ambos intentos. Ni los medios privados fueron destruidos ni el oligopolio kirchnerista que crearon se reflejó en la audiencia. Los kirchneristas trataron de colonizar el Poder Judicial mediante Justicia Legítima, pero solo lograron abrir una ventana de impunidad que empezó a cerrarse no bien abandonaron el gobierno. Trataron también de poner de rodillas al campo, a las clases medias y a los sectores productivos avanzados, sin lograrlo, y generaron en el intento ese contrapoder social que terminó jugando un rol decisivo en su derrota electoral. Intentaron generar un Ejército “comprometido con el proyecto nacional y popular” y calcado del modelo chavista, pero se acordaron tarde, y los años de humillación a los que habían sometido a las Fuerzas Armadas le impidieron a los Milani boys ir más allá de los actos oficiales y las declaraciones.
Desde los tiempos de Néstor y su “para hacer política se necesita plata”, el kirchnerismo intentó construir un conglomerado económico que les garantizase un lugar permanente en la mesa de las execradas corporaciones económicas. Los intentos de quedarse con Telecom, la entrada de Eskenazy en YPF y la vasta red de recaudación descripta en los cuadernos de Centeno fueron los emprendimientos mayores de esa estrategia. Pero el proyecto fracasó, aunque no sin causar enormes daños, y a los Kirchner solo les quedaron algunas propiedades en el país y algunos millones de dólares en el extranjero de dificultosa localización y aún más difícil utilización. Lo suficiente para bancar muchas de las maniobras del Club del Helicóptero, pero ningún gran activo empresarial o material que desempeñe un rol significativo en la economía argentina.
Finalmente, el kirchnerismo intentó cargarse el orden liberal republicano, para lo cual planearon reformar la Constitución en la misma dirección que aplicó el chavismo en Venezuela y habilitar la reelección de Cristina. Fue, en palabras de la diputada Conti, el plan “Cristina eterna”. Pero el fin de la etapa festiva del ciclo económico populista, sumado al declive de los precios de los commodities, el hartazgo con un estilo de gobierno opresivo e invasivo del cual las cadenas nacionales fueron la expresión consumada, la elección de pésimos candidatos y el desgaste inevitable de doce años de poder consecutivos (el ciclo más largo de la Historia nacional) bloquearon también este proyecto, como había sucedido ya con todos y cada uno de los proyectos totalitarios kirchneristas. Argentina recorrió un largo camino de degradación durante la Década SaKeada, pero no fue Venezuela. Sin embargo, el peligro no ha pasado. Basta dar un vistazo a las declaraciones de la propia Cristina en la absurda contracumbre organizada por quienes se quedaron afuera del G20 para comprender cuáles son las intenciones de quienes se consideran los propietarios monopólicos de la representación popular y la democracia.
El discurso de Cristina en Ferro comenzó, como aconsejan los manuales, abriendo las puertas a todos. Quien en sus doce años de poder constituyó una Inquisición ideológica, con sus bendecidos y sus réprobos, dio la bienvenida a “los de Derecha y los de Izquierda”, ya que esa distinción es “una categoría absolutamente perimida”; a los ricos y los pobres, ya que “no solamente los pobres componen el Pueblo”; a los pañuelos verdes y los pañuelos azules, porque “no puede haber una división entre los que rezan y los que no rezan… un lujo que no nos podemos permitir”; y propuso volver al poder constituyendo “un frente social, cívico, patriótico, en el cual se agrupen todos los agredidos por el neoliberalismo y el neocolonialismo”. Braden o Perón, recargado. Después dicen que no es peronista…
Los objetivos y métodos de semejante unión quedaron, también, claros. Tanto que podrían ser enunciados con una frase de indudable origen peronista: la venganza será terrible. Una nueva demolición del INDEC está en la agenda, ya que las cifras estadísticas no son necesarias cuando basta calcular los niveles de pobreza contando familias en la calle. Un programa económico diferente al aplicado ruinosamente durante los doce años de vacas gordas en que Latinoamérica y el país disfrutaron de las mejores condiciones económicas globales de su Historia no es necesario, ya que las desventuras actuales no se deben a la catastrófica herencia recibida ni al rápido empeoramiento de las variables internacionales, sino a la maldad del neoliberalismo. Y lo que acontecerá con quienes no profesen este credo es también previsible, ya que un poder judicial independiente es una antigualla del siglo XVIII; la división de poderes, un capricho de Montesquieu; la prensa actual es responsable de haber armado un impenetrable cerco mediático que impide que se critique al Gobierno y quienes lo integramos no expresamos una visión distinta y legítima del país, sino que somos meros personeros de un plan colonial dirigido desde el FMI.
Nada que no conozcamos, pero en su versión recargada por años de ausencia de poder y de persecución por parte del Código Penal entendida por los delincuentes como “persecución política”. La venganza será terrible, entonces. Pero ¿será también posible? ¿Sería capaz el kirchnerismo de completar el programa dictatorial venezolano que dejó inconcluso después de doce años de poder si ganara las elecciones en 2019? ¿Podría llevar a cabo su vendetta dolinesca enfrentando a las mismas fuerzas modernizantes y republicanas que frustraron su estrategia bolivariana en el anterior período?
Aventurarse en profecías un año antes de un proceso electoral en un país como Argentina es, por lo menos, irresponsable. Pero -más allá de que juzguemos una eventual victoria de Cristina como inevitable, posible, imposible o improbable- nada impide prever lo que sucedería si se verificara: el retorno de dos viejos contendientes a la misma escena de ayer, pero con muy diferentes capacidades. Uno, el kirchnerismo, volvería compactado y fortificado por los años de exilio y listo a tomarse todas las revanchas. El otro, esa parte de la sociedad argentina que desde 2008 resistió el embate totalitario hasta derrotarlo en las urnas en 2015, quedaría debilitado por la derrota electoral, dubitativo acerca de sus propias fuerzas y con todas las relaciones interpersonales e intergrupales dañadas por ese fracaso. El resultado es previsible.
De manera que, a medida que se aproximan, las elecciones de 2019 parecen configurarse como una enorme divisoria de aguas entre el modelo de democracia liberal republicana y el de democracia populista que se disputan el destino del país desde 1983 al menos. En una perspectiva más amplia, 2019 se anuncia como un punto de inflexión que dejará atrás el “empate catastrófico” que ha mantenido a la Argentina en una eterna decadencia. De un lado, la Argentina moderna y republicana que sostiene como puede al país. Del otro, comandados por la Jefa suprema, los reductos feudalizados del Norte, el Sur y el Conurbano, con sus víctimas sometidas y sus oligarquías vociferantes. Visto a más largo plazo, acaso 2019 sea el año de la definición entre la Argentina cosmopolita, liberal y abierta al mundo y al futuro que existió hasta 1930 -o hasta 1943, si prefieren- y su sucesora hegemónica, la Argentina ombliguista, antimoderna y antiliberal, orientada hacia la nación y su pasado, que nació del Revisionismo Histórico y del Ejército; la que parió al Partido Populista y al Partido Militar y disputó el poder por décadas a golpes, bombazos y metralleta. Del resultado de 2019 y su contienda política cuelgan el futuro del país y la República.
El autor es diputado nacional (Cambiemos).
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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