Sin dudas la pandemia por COVID-19 abrió un gran signo de interrogación en la historia de la medicina. Como la crisis sanitaria global que es, vino a poner el mundo de cabeza, y a las mujeres y hombres de ciencia a trabajar como nunca antes en busca de respuestas.
Así, mientras la urgencia era tratar a los cientos de miles de personas que enfermaban a la vez en todo el planeta, y en paralelo buscar vacunas seguras y eficaces para prevenir la enfermedad, los médicos comenzaron a ver en quienes se recuperaban un cuadro que luego dieron en llamar COVID prolongado, long COVID o COVID persistente.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) acotó una definición para el COVID persistente de adultos a finales del año pasado: se trata de esa sintomatología inespecífica y variada que arrastran personas que se infectaron por COVID-19 tres meses antes y cuyo cuadro dura al menos dos meses y no se puede explicar con otro diagnóstico.
Por lo general, se manifiesta con afectaciones en órganos que van más allá del sistema respiratorio y que son propias del cuadro inflamatorio sistémico que provoca el SARS-CoV-2 en el organismo.
Entre quienes padecieron una infección por el nuevo coronavirus, muchos manifiestan experimentar luego del alta epidemiológica cierto embotamiento, lentitud mental, pérdida de memoria, niebla mental, confusión o esfuerzo excesivo para lograr recordar algo. También están los que refieren sentir fatiga, tos persistente, taquicardia y otros.
Pero si en los adultos ya es complicado combatirla por la falta de recursos y de pruebas científicas, en los niños la situación se complica más.
¿Qué se sabe del COVID prolongado en niños? ¿Cuáles son los síntomas que más frecuentemente perduran? ¿Hay diferencias entre quienes padecen un cuadro leve, moderado o severo?
Pilar Rodríguez Ledo, de la Sociedad Española de Médicos Generales aseguró en una entrevista con el diario El País que “en niños es más difícil de ver cuadros de COVID persistente porque suelen pasar la fase aguda de la infección de forma asintomática y eso hace más difícil el diagnóstico posterior”.
Un estudio elaborado en 44 escuelas suizas y publicado en la revista Jama comparó los síntomas compatibles con COVID prolongado entre niños que habían dado positivo y un grupo control seronegativo: el 4% de los que habían pasado un cuadro de COVID presentaban síntomas más de 12 semanas después de la infección, especialmente cansancio, dificultad de concentración y más necesidad de dormir. Entre el grupo de negativos, el porcentaje fue del 2%. Los resultados son muy variables: una investigación italiana apuntaba a que el 27% de los participantes de su estudio tenían síntomas 120 días después del diagnóstico de covid, y un estudio británico recogió por su parte que solo el 1,8% tenía síntomas durante al menos 56 días. Otra revisión publicada en The Pediatric Infectious Disease Journal concluye que “la covid prolongada en niños y adolescentes es limitada, y todos los estudios hasta la fecha tienen limitaciones sustanciales o no muestran una diferencia entre los niños que habían sido infectados por SARS-CoV-2 y los que no”.
“El COVID generó 576.610 contagios en niños. En la primera semana epidemiológica se registraron 46.000 casos, es el 8% de la población contagiada de coronavirus en el país. La edad promedio es de 13 años y sólo el 3% tiene menos de un año”. Así comenzó a precisar a Infobae el médico pediatra Diego Montes de Oca (MN 84881) lo que ocurre con la enfermedad entre los más chicos en la Argentina.
Y tras señalar que “es importante saber que el COVID en pediatría puede ser leve, moderado o grave y la gran mayoría de los casos son asintomáticos”, el especialista sostuvo que “los casos leves, que son los más comunes, requieren la evaluación del pediatra pero no estudios ni seguimiento posterior. Los casos moderados a graves tienen evaluaciones sobre todo cardiológicas y respiratorias a mediano plazo”.
“No tenemos estudios que certifiquen la cantidad de casos prolongados; sabemos que los síntomas respiratorios (sobre todo la tos y el decaimiento) a veces se extienden más tiempo del que uno quisiera y puede llegar hasta uno o dos meses -agregó-. En estos casos se requiere la interconsulta con especialistas”.
En la mirada del médico infectólogo pediatra Eduardo López (MN 37586), “el riesgo (de COVID prolongado) es bajo comparado con los adultos, y en general lo padecen los que hacen enfermedad más grave, mientras que los chicos con enfermedad leve se recuperan rápidamente”.
“Ocurre infrecuentemente y generalmente en los que hacen cuadros graves”, insistió el jefe del Departamento de Clínica Pediátrica del Hospital Ricardo Gutiérrez, quien se encargó de resaltar que “de ninguna manera se debe generar una preocupación extra en este sentido”.
El médico infectólogo Roberto Debbag (MN 60253) es el presidente de la Sociedad Latinoamericana de Infectología Pediátrica (Slipe) y ante la consulta de este medio destacó que “dependiendo del momento de la pandemia y de las variantes (si fue en la primera ola con la variante de Wuhan, en la segunda con Delta y Gamma o ahora con Ómicron) el COVID prolongado es más frecuente en los pacientes adultos que en los pediátricos desde la segunda ola que fue estudiado”.
“Los adultos tienen alrededor de 20% COVID prolongado y en algunas series puede llegar hasta 30%, pero en los niños, las publicaciones internacionales a partir de la segunda ola hablan de alrededor del 10%, esto es que el 10% de los niños pueden quedar con efectos de cansancio, decaimiento, dolores musculares e inclusive cuestiones cognitivas y emocionales”, señaló Debbag, quien aclaró que “esto ocurría con Delta y Gamma, y lo que se vio con Ómicron es que pareciera que es menos, y que puede estar alrededor del 1 o 2%, pero debido a que en esta ola pandémica los niños están siendo más afectados y tienen mayor riesgo de infección porque son los menos vacunados, entre otras causas, ese 1% puede ser que genere mayor cantidad de casos en comparación con los que se generaban con 10%”.
En eso radica, para él, la preocupación que tienen los infectólogos pediatras, “y que es una de las bases racionales para evitar la infección en los niños y que se alcancen altas tasas de vacunación a partir de los tres años con vacunas inactivadas y a partir de los cinco años con vacunas inactivadas o de ARNm como la de Pfizer que se autorizó en el país ayer”.
Sobre las manifestaciones que el COVID prolongado puede presentar entre los más chicos, López mencionó que “puede haber cansancio con algún grado de depresión principalmente en adolescentes, y en general las consecuencias a largo plazo dependen de lo grave que fue el cuadro”.
“Hay que aclarar que el síndrome inflamatorio multisistémico del que tanto se habla lo desarrolla un grupo muy reducido de niños”, resaltó el infectólogo, para quien “en esos casos puede verse afectada en el tiempo la parte cardiológica y respiratoria”. “Si hacen enfermedad grave y estuvieron internados, hay que analizar además la esfera socioafectiva”, remarcó.
“Se está viendo que el COVID puede ser disparador de diabetes tipo 1, que es la más frecuente en niños”, agregó López, quien de todos modos reiteró que “la enorme mayoría de niños atraviesa cuadros leves a moderados y se recuperan rápidamente”. “En general el pronóstico es bueno, pero hay que seguirlo en el tiempo”, finalizó.
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