"Coriolano" rompe "la cuarta pared" para que el publico se posicione en noche de abanicos

Pablo Caro

Mérida, 24 jul (EFE).- Lo había anunciado Antonio Simón, director y autor de la adaptación de este “Coriolano”, de Shakespeare, tragedia con la que se llega al ecuador de la 70 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida: la idea era romper “la cuarta pared” y que el público tome partido y se posicione ante lo que se le plantea “sin moralinas”.

Y así ha sido, los espectadores que han asistido al estreno, donde han sido necesarios los abanicos, eran, por momentos, el pueblo que pedía a gritos trigo para apaciguar su hambre, el senado o el ejercito, lo que daba dinamismo al ya buen trabajo del elenco de nueve actores, encabezados por Roberto Enríquez (Coriolano) y Carmen Conesa (Volumnia), madre de Coriolano, que volvían al teatro emeritense 30 y 19 años después de debutar en él.

La acción transcurre en los inicios de la república romana, con una población envuelta en una gran conflictividad social, entre la inminente guerra, el hambre y las luchas políticas, donde solo se piensa en los intereses particulares y en la que el militar Cayo Marcio (luego Coriolano) desafía al pueblo que quiere reformas e incluso a su propia madre.

Como Shakespare hizo para hablar de su época con en este Coriolano, que situó en Roma, la adaptación de esta noche, en la antigua Emérita Augusta, lleva a cualquier lugar del mundo en el que conviven los intereses de la guerra y el juego de la política, y esta es una de las primeras tesituras que se le plantea al público: ética y política.

Esa actualidad al planteamiento de Shakespeare queda plasmado con personajes como los de Manuel Morón (patricio Menenio) y los tribunos Juan Díaz (Sicinio) y José Luis Torrijo (Bruto), que en todo momento están vestidos con trajes de chaqueta y corbata, y que se podrían confundir con algunos de los políticos actuales.

Aunque su propósito sea acabar con la tiranía de Coriolano, ellos son todo menos honrados y no dudan en manipular y provocar al pueblo para generar el enfrentamiento que les lleve a conseguir sus intereses.

Frente a ellos, Cayo Marcio (con gran trabajo de Roberto Enríquez), personaje controvertido y ante el que se duda si admirarlo por su valentía e integridad, porque no renuncia a sus principios para entrar en política, o detestarlo porque es un clasista, que desprecia a la “chusma apestosa” que para él es el pueblo, al que considera voluble, que tan pronto dice una cosa como la contraria.

Tampoco falta la tragedia familiar, encarnada en la relación entre Coriolano y su madre, Carmen Conesa, que confiesa que “es la mejor guerrera sin pisar el campo de batalla”, que representa el poder femenino (en una historia mayoritariamente masculina) y que ansía el poder a través de su hijo, al que ha preparado para la guerra “porque la fama solo se consigue en la batalla”.

“Si hubiera tenido doce hijos, preferiría la muerte de once de ellos por luchar por la patria antes que ver a uno solo renunciar al campo de batalla por los placeres”, clama.

El elenco lo completan María Ordoñez (mujer de Coriolano), Beatriz Melgares, y Javier Lara (Aufidio), líder del pueblo Volsgo y eterno enemigo de Coriolano, al que, sin embargo, idolatra por sus principios.

La escenografía de Paco Azorín, basada solo en un gran cuadrilátero central y dos pequeñas plataformas, permite disfrutar del escenario del teatro, además de acercar al público más a la acción, incluida una intensa lucha de espadas, en esa idea de ruptura de la cuarta pared. EFE

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