Convertí mi hogar en el restaurante mejor valorado por TripAdvisor en Londres

Foto: Theo McInnes

El día de la inauguración serví a los clientes platos precocinados.

Hace mucho tiempo, antes de que empezara a vender mi cara para aparecer en VICE.com, tuve otros trabajos. Hubo uno en concreto que me impactó especialmente: escribir reseñas falsas para TripAdvisor. Los propietarios de los restaurantes me pagaban 10 libras (poco más de 11 euros) para que escribiera opiniones positivas de sus locales, pese a no haber comido en mi vida en ninguno de ellos. Con el tiempo, empecé a obsesionarme por cómo evolucionaban las valoraciones de esos negocios, y es que muchas veces acababan llenándose de dinero y yo era el catalizador de su fortuna.

Aquella experiencia me hizo abrir los ojos a la falsa realidad de TripAdvisor y pensar que todas las reseñas que aparecen en la plataforma son obra de gente como yo, que nunca ha comido en los restaurantes que reseñan. Obviamente, no es así, y la mayoría de las opiniones son auténticas. Además, había un factor que parecía imposible falsear: el propio restaurante. Así que pasé página y seguí con mi vida.

Un día, años más tarde, estando en el cobertizo que tengo por hogar, tuve una revelación: ¿y si resultara que, dados el ambiente generalizado de desinformación y la predisposición de la gente a creerse cualquier gilipollez que les cuenten, sí fuera posible inventarse un restaurante falso y convertirlo en un éxito absoluto?

Aquella idea se convirtió en mi misión desde ese preciso instante. Con ayuda de reseñas falsas, un poco de misticismo y palabrería, convertiría mi cobertizo en el restaurante mejor valorado de Londres en TripAdvisor.

Abril de 2017: preparando la apertura de The Shed at Dulwich

En primer lugar, quiero presentarles mi humilde morada, una cabaña ubicada en un jardín del sur de Londres.

Lo primero que necesito es que se verifique mi perfil, y para ello me hace falta un teléfono.

Un teléfono de prepago, después, The Shed at Dulwich (El cobertizo de Dulwich) ya existe oficialmente. Ahora tengo que incluir una dirección, pero de esa forma le facilitaría mucho las cosas a los escépticos. Como técnicamente no tengo puerta de entrada, decido poner solo el nombre de la calle y especifico que es “solo con cita previa”.

Ahora vamos a la presencia en internet: compro un dominio y monto un sitio web. Las extravagancias venden mucho, así que, para ir a lo seguro, necesito un concepto de esos tontos que pondrían de los nervios a tus padres. Como por ejemplo poner a todos nuestros platos nombres de estados de ánimo.

Ahora, unas cuantas fotos un poco desenfocadas de esos deliciosos platos.

(Foto: Chris Bethell)

¿Apetitoso?

(Foto: Chris Bethell)

Pues mejor que no.

(Foto: Chris Bethell)

No, en serio, ¿qué me decís de…

(Foto: Chris Bethell)

… esta esponja cubierta de pintura con bolitas de espuma de afeitar?

Ya lo vais pillando: no es lo que parece.

Es un huevo apoyado en mi pie.

La cosa va tomando forma una vez que tenemos el concepto, el logo (gracias, Tristan Cross) y el menú acabados.

Envío la solicitud a TripAdvisor y me encomiendo a Dios.

El 5 de mayo de 2017, me despierto con un email en mi bandeja de entrada:

Hola,
Estamos encantados de anunciarte que tu solicitud ha sido aprobada y tu negocio ya está visible para todo el mundo.
Gracias por brindarnos la oportunidad de dejarnos dar a conocer The Shed at Dulwich a la comunidad de TripAdvisor.
Atentamente,
El equipo de soporte de TripAdvisor

No, TripAdvisor, gracias a TI por brindarme esta oportunidad de dar a conocer The Shed at Dulwich al público.

Convertir mi restaurante en el n´çumero uno

Empiezo en el puesto 18.149, el peor restaurante de Londres, según TripAdvisor. Voy a necesitar una enorme cantidad de reseñas. Reseñas escritas por gente de verdad desde distintos ordenadores, de forma que la tecnología antifraude que usa TripAdvisor no detecte mi estafa. Necesito opiniones convincentes, como esta.

(Por cierto, he modificado todas las capturas de pantalla de TripAdvisor a petición de nuestro departamento jurídico)

Y no como esta:

Esto es lo que me envió Shaun Williamson, a quien conocí en un pub, expliqué mi proyecto y pedí una foto en la que apareciera comiendo un plato pijo en un sitio pijo; no esperaba una imagen de él comiendo un plato combinado con patatas fritas, la verdad.

Así que contacto con amigos y conocidos y los pongo manos a la obra.

Subiendo puestos en el ranking

Durante las primeras semanas, todo es bastante sencillo: en muy poco tiempo nos posicionamos en el puesto 10.000, pero todavía es pronto para despertar el interés de la gente. Sin embargo, una mañana ocurre algo extraordinario: suena el teléfono de prepago de mi presunto restaurante. Contesto la llamada, totalmente desprevenido y resacoso.

“¿Hola? ¿Estoy llamando a The Shed?”.

“… ¿Sí?”, digo con voz de cazalla.

“He oído hablar mucho de vuestro restaurante… Sé que es bastante precipitado porque siempre estáis llenos, pero… ¿por casualidad tenéis una mesa para esta noche?”.

“Lo siento, pero tenemos las reservas completas para las próximas seis semanas”, respondo precipitadamente, presa del pánico, y cuelgo. No doy crédito. Al día siguiente, el móvil vuelve a vibrar: una reserva para celebrar un 70 cumpleaños. Con cuatro meses de antelación. Para nueve personas.

¿Emails? Miro la cuenta: en el buzón de entrada se agolpan varias decenas de solicitudes de “cita”. Un tipo intenta aprovecharse del trabajo de su novia en un hospital infantil para conseguir mesa. Los ejecutivos de la televisión escriben desde el correo del trabajo.

En muy poco tiempo, nos situamos en el número 1.456 del ranking. Parece que The Shed at Dulwich empieza a resultar atractivo. ¿Por qué?

Me doy cuenta de que la razón es la cantidad de reservas que tenemos, el hecho de que no haya una dirección concreta y el aire de exclusividad que empieza a rodear al negocio. A la gente le ciegan esas cosas, hasta el punto de que babean viendo fotos de comida dispuesta sobre mi pie. Durante los siguientes meses, el teléfono no deja de sonar.

Las cosas empiezan a desmadrarse

Hacia finales de agosto, estamos ya en el puesto 156.

Y las cosas están empezando a desmadrarse un poco.

Para empezar, hay empresas que utilizan la ubicación aproximada del local en Google Maps para enviarme muestras gratuitas. También contactan conmigo muchas personas que quieren trabajar en The Shed. Luego recibo un correo del ayuntamiento, que quiere reubicarnos en un edificio nuevo que están construyendo en el municipio de Bromley. Y otro de una productora australiana interesada en promocionar nuestro local por todo el mundo en los videos que se reproducen en los aviones de una compañía aérea.

El autor durante una llamada por Skype con una agencia de RRPP

Y por último, tengo una reunión por Skype con una agencia de relaciones públicas que me promete una promoción de The Shed en el diario The Mail Online con una inauguración ambientada en Batman y la aparición de la presentadora de televisión Lizzie Cundy. El representante me dice que, “obviamente, soy bastante guay”, lo que me halaga, pero le respondo que por el momento prefiero ocuparme yo mismo de la promoción del restaurante.

El empujón final

Ha llegado el invierno y somos el número 30.

Pero de ahí no pasaremos, por muchas reseñas positivas más que escribamos.

Lo que es innegable es que ha habido un cambio.

La gente me para por la calle para preguntarme si sé cómo llegar a The Shed y el teléfono no deja de sonar. También noto un cambio en el tono de los emails que recibo de todas partes del mundo.

Entonces, una noche, recibo un correo de TripAdvisor. Título: “Solicitud de información”. Mierda, se acabó lo que se daba. Me han pillado. Abro el mail con dedos temblorosos: 89.000 vistas en resultados de búsquedas en solo un día; decenas de clientes pidiendo información.

¿Por qué? Pues porque el día 1 de noviembre de 2017, seis meses después de inscribir The Shed at Dulwich en TripAdvisor:

Es el restaurante mejor valorado de Londres.

Un restaurante inexistente ocupa el puesto más alto en uno de los sitios web más valorados por sus usuarios en una de las mayores ciudades del mundo.

En su web, TripAdvisor asegura que dedica “una cantidad considerable de tiempo y recursos a garantizar que el contenido de la plataforma refleje las experiencias reales de los viajeros”. Cuando todo termina, decido ponerme en contacto con ellos para enterarme de cómo he conseguido burlar su riguroso proceso de verificación.

“Por lo general, las únicas personas que crean restaurantes falsos son periodistas con intención de ponernos a prueba”, responde un representante por email. “Nadie recibe incentivos por crear un restaurante falso, por lo que no es un problema que tengamos en la comunidad de usuarios normales de TripAdvisor. Por tanto, esta ‘prueba’ no constituye un ejemplo real”.

El hombre tiene razón. No creo que esto ocurra muy a menudo.

En el mail, el representante añade que “a la mayoría de los estafadores solo les interesa intentar manipular las valoraciones de los negocios reales”, por lo que “es importante distinguir entre los intentos de fraude de negocios reales y aquellos realizados por negocios que no existen”. Para detectar fraudes, TripAdvisor usa “la tecnología más avanzada de detección de patrones de reseñas sospechosos”. “Los miembros de nuestra comunidad también pueden denunciar cualquier actividad sospechosa”, señala la plataforma, en la que también se cita un estudio de 2015 que reveló que “el 93 por ciento de los usuarios de TripAdvisor opinaban que las reseñas que leían se correspondían con su propia experiencia”.

Pues ahí está. Hecho.

La soledad del éxito

El éxito no conoce límites.

Dejo el teléfono de mi restaurante fantasma en casa de un amigo durante un fin de semana largo y, cuando lo recojo, hay 116 llamadas perdidas. Contesto las siguientes. “Estamos a tope”, miento. “Tenemos un bautizo”. Otra mentira.

“The Shed at Dulwich, dígame”.

“¡Ay, Dios mío!”, oigo decir a una mujer al otro lado, “¡Me lo han cogido! Os llamé por primera vez en agosto y no he vuelto a saber nada de vosotros”.

Ahora que he creado esta realidad, creo que lo único que queda por hacer es, bueno, convertirla en una realidad tangible. En cuatro días, nacerá el mejor restaurante de Londres, The Shed at Dulwich.

La gran noche

Pero, ¿cómo voy a hacerlo? En mi vida he recibido en casa a más de tres personas a la vez, y mucho menos he tenido que dar de comer y beber a 20. Solo hay una forma de abordar esto: recrear exactamente el mismo lugar que la gente lleva describiendo en las reseñas los pasados seis meses.

¿Que dicen que la comida les recuerda a la que les hacían en casa? Pues les serviré lo que he crecido comiendo: platos preparados.

¿Que a la gente le gusta al ambiente campestre pero con clase? Vale, pues voy a llenar de gallinas esa caseta que veis ahí, como si fueran langostas en un restaurante caro. Así los comensales podrán escoger la que quieran comerse.

¿Que nuestro éxito se debe a TripAdvisor? Pues llenaré la mitad de las mesas con gente conocida que vaya diciendo en voz alta y clara lo rico que está todo.

¿Cómo lograremos ese ambiente inconfundible de restaurante de verdad? Pues con ayuda de un DJ que pinche música de restaurante.

Manos a la obra. ¿Caseta?

Corral. ¿El césped?

Cortado. ¿Temperaturas por debajo de cero?

Solucionado. ¿Faltan sillas?

Hecho.

Al poco aparece mi amigo Joe, que será el cocinero de The Shed por una noche. Joe se ha pasado los últimos diez años viajando por el mundo y trabajando en restaurantes de lujo. Quién mejor que él para ponerse a los fogones de The Shed. Bueno, ahora hay que hacer la compra.

Hecho. Todo ha costado 31 libras (35 euros).

Cuando volvemos a casa, nos encontramos a Phoebe, una gran amiga y mejor camarera, conocedora de las sutilezas de nuestros platos. Suya es la brillante idea de servir el pudding en tazas para recrear la experiencia única de saborear un pudding en taza.

Como entrante serviremos minestrone di verdure. De plato principal, a escoger entre macarrones con queso a la trufa o lasaña vegetal “Una vez en la vida”. Y de postre, helado de chocolate al estilo The Shed.

Le pido a Phoebe que, por favor, recoja todas las opiniones de cada uno de los invitados en privado, para que respondan con sinceridad.

Y con esto, mi visión queda realizada.

Los invitados acomodados en el tejado, dando sorbos a sus tazas de vino.

En el corral, las gallinas cacarean alegremente, listas para ser descuartizadas.

Los actores dan buena cuenta de sus comidas precocinadas.

Un DJ ambienta el restaurante pinchando temas.

Todo luce, huele y suena genial, y todos estamos listos para la llegada de los dos primeros clientes. Me dirijo a recibirlos en la calle y ahí están, puntuales:

Joel y Maria han venido por primera vez de vacaciones a Europa desde la soleada California. Anoche estuvieron en París y esta es su primera noche en Londres. Han venido por una convención de Pokémon que se celebra mañana, pero no han querido perderse la oportunidad de cenar en The Shed.

Les pido que se pongan unas vendas en los ojos y me miran con cara de pánico, pero acaban accediendo después de ver cómo dos amigas que hacen de gancho se las ponen sin rechistar.

Guío a los cuatro, cogidos de la mano, al jardín. A medida que nos acercamos a la casa, Maria dice, “¡Oigo el sonido de una cocina!”. No, Maria, no lo oyes. Se retiran las vendas de los ojos. Los estadounidenses no dicen una palabra.

“Aquí servimos estados de ánimo. Yo interpretaré los vuestros y os traeré un plato acorde a ellos. Maria, desprendes una energía muy casera. ¿Joel? te sientes ‘guay’, ¿verdad?”.

Me dirijo a la cocina a paso ligero y cojo dos platos que me entrega Joe. Tal como le había indicado, el DJ reproduce un sonido parecido a un “¡ding!” regularmente para enmascarar el timbre del microondas.

Sirvo los dos platos, me retiro y desde la distancia observo cómo miran sus macarrones con queso. Maria saca el móvil, analiza el plato a través de la cámara, hace una pausa y vuelve a guardar el móvil sin haber hecho ninguna foto.

La noche transcurre pausadamente. Joel se fija en los dos que hay sobre el tejado y no les quita el ojo de encima. Después de 40 silenciosos minutos, la pareja se marcha. Joel parece muy enfadado.

Entretanto, aparecen dos clientes londinenses con una batería de preguntas sobre el restaurante. Dejo a Phoebe encargarse de ellos mientras preparo una mesa para cuatro.

Después de sentarlos y retirarme a la cocina para buscar las bebidas, oigo un grito. Fuera, veo a una señora corriendo y chillando. Trevor —ah, buen momento para presentaros a Trevor, el hombre a quien alquilé las gallinas— va detrás de la mujer, intentando atrapar una de las gallinas.

Trevor with a chicken

Cojo la gallina y la vuelvo a meter en el corral. Más relajada la cosa, la amiga de la mujer empieza a reírse. “¿Por qué tenéis gallinas?”, me preguntan. “¡Para que puedan escoger. Cocinamos la que más les guste”. Su expresión se tuerce en una mueca amarga. “Yo pensaba que era un restaurante vegetariano. Os encontré como uno de los restaurantes vegetarianos mejor valorados de Londres”.

Me da un vuelco el corazón… Esto no lo había previsto. Sonrío. Estamos jodidos.

Parece que los clientes están disfrutando de la comida, pero yo no puedo dejar de darle vueltas al tema de la gallina. Más vale que quedemos bien con la mesa de cuatro.

Alguien me da unos toques en el hombro; es un cliente, un hombre que me informa de que es el cumpleaños de su amigo. La oportunidad perfecta para impresionarlos.

Hablo con mi amiga y humorista Lolly Adefope, que accede a cantar el “Cumpleaños feliz” al homenajeado. Lolly empieza su actuación, haciendo callar a los que intentan unirse, hasta que solo se oye su voz. Queda precioso, la verdad.

Aunque quizá no sea suficiente. La mesa de dos termina y veo llegar a los cuatro. Despido a la pareja con disculpas y excusas sobre el nuevo menú y una serie de contratiempos cuando la señora me interrumpe: “Ya, y el tema de la disponibilidad… Ahora que hemos venido una vez, ¿será más fácil?”.

“¿Cómo?”.

“Que si será más fácil reservar mesa ahora”, añade el hombre.

“Sí, nos gustaría volver”.

Me quedo atónito, sin saber qué decir.

“Eh, bueno, se podría mirar”.

Se despiden y desaparecen en la noche.

A esas alturas, el restaurante ha bajado bastante en la lista (ahora la página ya no existe, pero se puede consultar una versión archivada aquí), pero estuvimos casi quince días en lo más alto y eso, obviamente, tuvo un impacto.

Vuelvo al jardín y les anuncio eufórico la noticia: “¡Quieren volver!”. Joe, Trevor, todo el equipo, me miran y de repente nos echamos a reír. “No me sorprende”, dice Phoebe, y me enseña las opiniones de los clientes, que son todas excelentes. Quizá fuera porque no les cobré nada (les dije que esa noche era todo gratis porque “estábamos grabando un documental para televisión”), aunque puede ser también porque se lo pasaran bien.

Pues queda demostrado: invité a varias personas a cenar en un espacio improvisado en el jardín de mi casa y se marcharon pensando que era el mejor restaurante de Londres basándose únicamente en la calificación de TripAdvisor. Uno podría verlo con cierto cinismo y decir que el hedor de internet es tan intenso últimamente que la gente ya tiene el olfato atrofiado y no es capaz de juzgar por sí misma. Pero a mí me gusta ser positivo y pensar que, si he sido capaz de transformar mi jardín en el mejor restaurante de Londres, cualquier cosa es posible.

Publicado originalmente en VICE.com.



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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