Cinco años después de la ola migratoria, la difícil integración de los sirios en Suecia

Su llegada masiva condujo a Suecia a cerrar la puerta a los migrantes, en un contexto de auge de la ultraderecha. Cinco años después, los sirios siguen en busca de la clave de la integración, con más o menos suerte.

Llegado a Malmoe (sur) en 2015 procedente de Damasco, Abdalá Saleh, un palestino de 24 años, encontró su primer empleo como cajero al cabo de diez meses.

Durante tres años, trabajó, aprendió sueco e inglés y siguió cursos para mejorar su nivel. Hoy es auxiliar de ayuda a domicilio para personas ancianas en Halmstad (sur) y acaba de ser aceptado para cursar un máster de Informática: “Mi sueño desde la secundaria”, afirma a la AFP.

En proporción a su población, el reino escandinavo fue el país de la Unión Europea que más refugiados acogió en 2015: más de 160.000, un tercio de los cuales, sirios.

“Todos los días, la fila de solicitantes de asilo era interminable. Al final del día, golpeaban la vitrina diciendo ‘por favor, ayúdenos'”, recuerda una exencargada de la autoridad de inmigración.

Si bien los expertos consideran que todavía es demasiado pronto para hacer un balance de la integración, juzgan que las primeras tendencias son más bien positivas.

Pieter Bevelander, profesor de Migraciones Internacionales en la Universidad de Malmoe, alude a las cifras de 2016 para esbozar una idea: “De los sirios que obtuvieron un permiso de residencia en 2010, un 70% tiene empleo hoy en día”.

“Podemos esperar un resultado similar para los que llegaron en 2015”, apunta.

Y más aún si se tiene en cuenta que el nivel de educación de los sirios es prácticamente similar al de los suecos, según Eleonora Mussino, profesora en la Universidad de Estocolmo.

– Crispación –

Frente a este afluencia, Estocolmo terminó por adoptar en 2016 una ley temporal que hace más difícil la obtención de un permiso de residencia permanente y la reagrupación familiar.

La ley expira en 2021 pero el tema, explosivo, volvió a estar sobre la mesa del Parlamento, que parece inclinado a dejar las puertas cerradas.

El país, que tiene algo más de 10 millones de habitantes (un 12% de los cuales nacidos fuera de la Unión Europa) ha acogido a una importante población migrante desde los años 1990, de la ex-Yugoslavia, de Somalia o, más recientemente, de Irak.

A lo largo de los años, la opinión pública se ha ido crispando.

El partido antiinmigración de los Demócratas de Suecia (SD), que a principios de los años 2000 no tenía gran relevancia, se ha convertido en la tercera fuerza política y roza ya el 20% en los sondeos.

“Es un error de análisis pensar que la actitud de los suecos hacia la inmigración era generosa antes de 2015 y que esto cambió después de la crisis migratoria”, señala Joakim Ruist, especialista en inmigración en la Universidad de Gotemburgo.

“En realidad, esta tolerancia siempre fue frágil: todo el mundo sabía que gran parte de la población no quería refugiados en el país”, agrega el docente.

Para Jonas Andersson, un diputado de SD, “la ley temporal era necesaria pero no fue más que un pequeño avance en la buena dirección”. “Suecia debe endurecer su legislación”, declaró a la AFP.

Desde que entró en vigor, el número de llegadas de sirio se hundió: 5.500 en 2016 y aún menos en los años posteriores. Y lo mismo ocurre con el número de solicitudes de asilo concedidas.

Hala Alnahas, de unos 30 años, ha pagado el precio esto. Dentista diplomada por la Universidad de Damasco, ejerce en la pequeña ciudad de Mariestad encadenando premisos de residencia temporales, pese a la falta de dentistas que hay en Suecia.

Le negaron el permiso definitivo por que faltaba un documento.

“Fue un choque, porque pago mis impuestos, me gano bien la vida, tengo mi propio apartamento y no necesito la ayuda de nadie”, explica, indignada.

– Obstáculos a la integración –

A ello se suma, a veces, el sentimiento de marginación. Ali Haj Mohammad, de 45 años, no ha conseguido ningún empleo desde que llegó y cada día le cuesta más hacer lazos con los suecos.

“Tengo la impresión de que no quieren hablar con los refugiados. Mi sueco no es muy bueno, ¿pero cómo voy a mejorarlo sin trabajo y pasando mi tiempo libre con otros sirios o iraquíes?”, comenta entristecido.

En ausencia de vivienda y de vínculos sociales, la integración “es un fracaso”, considera Teodora Abda, presidenta de la federación siria de Suecia.

“Los que llegaron hace cinco años eligieron vivir con familiares”, llenando así los suburbios “en lugar de estar solos en el norte de Suecia”, explica.

El desamparo social, el paro y la alta densidad de población de origen extranjero atizan la marginación, el fracaso escolar, la economía sumergida y, más recientemente, los tiroteos.

Culturalmente homogéneo, el apacible país puede ser un destino difícil para personas llegadas de un Estado devastado por la guerra. ¿Cómo encontrar un empleo de baja calificación, una etapa obligada a causa de la lengua y de los códigos culturales, en un mercado de trabajo que tiene muy pocas ofertas de este tipo?

Aún así, pese a las dificultades, Suecia sigue siendo para algunos el país de las posibilidades.

“Al principio, fue muy duro, nuestra vida estaba patas arriba”, comenta sirviendo un café y galletas Majda Ibrahim, nacida hace 38 años en Siria.

Estancias de hotel con obligación de pasar cada día por los servicios sociales, rentas en negro… un vía crucis con un desenlace feliz.

“Es la primera vez en siete años que tenemos un verdadero contrato de alquiler”, cuenta Alia Daud, su hija, de 16 años, en un sueco impecable.

Llegada a Suecia en 2013, un poco antes de la gran ola migratoria, la familia solo tuvo que esperar un mes para obtener un permiso de residencia de tres años.

“Hoy, todos tenemos la ciudadanía sueca”, dice sonriendo Majda, sentada en el sofá de su apartamento de tres habitaciones, situado en Skogas, un suburbio de Estocolmo con mucha población inmigrante.

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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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