“Mi sistema de juventud es trabajar mucho, tener siempre un proyecto pendiente”, así hablaba el escritor Carlos Fuentes en mayo de 2012, apenas unos días antes de morir.
El escritor mexicano era ya un consagrado en la literatura latinoamericana y había viajado a principios de ese mes a la Feria del Libro de Buenos Aires en donde habló de sus proyectos. Tenía terminado el libro Federico en su balcón y estaba listo ya para embarcarse en su nuevo proyecto creativo, El baile del centenario.
Fuentes ofreció una última entrevista para el diario El País en donde aseguró que no tenía miedos literarios. “Siempre he sabido muy bien lo que quiero hacer y me levanto y lo hago. Entre mis libros, mi mujer, mis amigos y mis amores, ya tengo bastantes razones para seguir viviendo”.
Tenía entonces 83 años y no pensaba en el paso de los años como una carga. “El hecho es que cuando se llega a cierta edad, o se es joven o se lo lleva a uno la chingada”. Él prefirió mantenerse siempre joven, activo y viajando por el mundo.
Nacido el 11 de noviembre de 1928 en Panamá, la infancia de Fuentes estuvo marcada por los viajes, pues como hijo de un diplomático pasó sus primeros años entre Montevideo, Washington, Buenos Aires, Quito, Santiago de Chile, Río de Janeiro y México.
En una entrevista con el crítico italiano Massimo Rizzante, Fuentes recordó el momento en que tomó conciencia de su nacionalidad. “Me di cuenta de que yo era mexicano. En casa hablaba español con mi padre y mi madre. Nunca abandoné esa lengua. Incluso en las embajadas hablaba español. Sin embargo, descubrí mi nacionalidad mexicana gracias a la nacionalización del petróleo. Recuerdo un titular de la prensa norteamericana de esa época: Mexican bandits steal our oil. Me rebelé. Fui a ver una película sobre Sam Houston (el político del siglo XIX y tercer presidente de la República de Texas). De repente, yo tendría nueve o diez años, me levanté y grité ‘¡Viva México! ¡Muerte a los gringos!’. Mi padre me sacó inmediatamente de la sala: ‘Vas a conseguir que pierda mi puesto de diplomático. No digas ese tipo de cosas’. Desde entonces, alimenté un fuerte sentimiento de pertenencia a mi país. Fueron los norteamericanos los que me hicieron sentir que yo era mexicano”.
Una vez que su periplo lo llevó a Buenos Aires, Fuentes se conectó en verdad con la literatura. “Frecuentaba por esa época el Atenas de Buenos Aires y allí fue donde conocí a Borges y a toda la literatura argentina. Había leído muchos libros, pero hasta que no llegué a Argentina no comencé a leer seriamente literatura”.
Supo de Borges gracias a Alfonso Reyes, su gran mentor. “He tenido muchos mentores. Pero Reyes ha sido fundamental. Pasé largas temporadas con él en Cuernavaca. Él me regañaba. Me preguntaba: ‘¿Has leído a Stendhal?’. ‘No, don Alfonso’. ‘¡Con diecisiete años es un pecado mortal no haber leído a Sthendal! ¡Venga, a leerlo!’”.
Otro fundamental en su vida fue Balzac, su guía en medio de una París de la posguerra en donde no tenía amigos y a donde llegó en 1950. “No conocía a nadie. La guerra, o bien sus vestigios, aún estaba presente. No había calefacción. La ciudad era muy triste. No tenía amigos. Entonces decidí que Balzac sería mi guía y que leyendo sus novelas encontraría mis referentes. Eso es lo que hice. Dediqué semanas a leer a Balzac con tal intensidad que cada día terminaba en los lugares de la ciudad mencionados por mi maestro”.
Faulkner, Góngora y, por supuesto, Cervantes fueron los otros maestros del escritor mexicano, que en 1958 irrumpió en la escena literaria con La región más transparente y terminaría consagrándose gracias a otros títulos como La muerte de Artemio Cruz (1962) y, sobre todo, Aura (1962), una novela corta por la que enfrentó un escándalo de censura hace casi dos décadas, cuando a un funcionario mexicano le pareció que no era un texto apropiado para su hija adolescente.
“Aura me vino a la cabeza estando con una muchacha en París. Salió, regresó y en ese momento pasó bajo una luz que la transformó en una anciana. Luego entró y volvió a ser la de 19 años, y dije, ‘¡ay!, qué pasaría si uno tuviera el poder, siendo anciano, de volverse joven, ¡ahí está la novela!’ Me senté a escribirla en un café. La escribí en cinco días, me salió muy rápido.”, relató en alguna ocasión el autor sobre el origen de su libro más famoso en México.
Fuentes habría cumplido 91 años hoy, pero su vida se apagó el 15 de mayo de 2012 en la Ciudad de México. Durante una firma de libros supo que sus obras ya no la pertenecían a él sino a su público. “Los lectores que llegaban tenían, en su mayoría, entre 16 y 30 años, y los libros que firmé más eran esos dos, precisamente. ¡Me da mucho gusto!, quiere decir que Aura y La muerte de Artemio Cruz tienen una actualidad ajena a mí, ya les pertenecen a los lectores”.
Y son los mismos lectores quienes lo siguen recordando a través de sus libros.
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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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