Brasil: un militar, un juez y dos vueltas electorales

Por primera vez desde fines de la década de los 80, la contienda por la presidencia del Brasil no tendrán la presencia de Lula da Silva. Durante casi dos décadas, este dirigente metalúrgico compitió y perdió por ese puesto, al cual llegaría finalmente en el 2002 y luego conseguiría su reelección. El boom de los precios internacionales de las materias primas que caracterizó el comienzo del siglo XXI produjo un inmenso flujo de dólares a la economía brasileña. A ello se sumó la prudencia y hasta ortodoxia de Lula y sus equipos económicos para respetar y continuar las políticas macroeconómicas heredadas del ex ministro de Economía, padre del Plan Real y luego dos veces presidente, Fernando H. Cardoso.

Un círculo virtuoso de baja inflación, crecimiento de exportaciones y la orientación de billones de reales a programas sociales y de asistencia revolucionaron la vida y la estructura social del Brasil. La irrupción de millones de nuevos miembros en la clase media era elogiada en todo análisis que se hacía del gigante sudamericano de la década pasada. Lula era aplaudido en Wall Street, en la Casa Blanca, por gobiernos de centro-derecha y centro-izquierda de Europa, por los piqueteros y los empresarios argentinos, por George W. Bush y por Fidel Castro.

Para el 2005 ya se sintió con la suficiente espalda como para reclamar una banca permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, lo cual no prosperó. Para el 2007 decidió darle un fuerte impulso al poder militar de Brasil firmando un acuerdo por más de cinco mil millones de dólares con Francia por nuevos submarinos y astilleros; volcó más y más recursos al programa del submarino nuclear que busca construir la Marina de Brasil desde 1979. Al mismo tiempo, se ofrecía como mediador por el tema nuclear de Irán y los Estados Unidos, lo cual no fue aceptando por Washington.

Pero mientras este carismático político sacaba conejos de la galera para fascinación de público de izquierda o derecha, se descuidaba un fenómeno que la ciencia política abordó en profundidad en los años 60 y comienzos de los 70, tal como es el impacto del desarrollo y la modernización acelerada en el campo político y social. Entre las luminarias que lo analizaron se destacan titanes teóricos como S. Huntington, S. Lipset y nuestro G. O’Donnell. El emerger de nuevas y masivas capas medias trae grandes beneficios de todo tipo, pero también nuevas exigencias y lógicas para los líderes políticos. Entre otras, una menor tolerancia a la corrupción. Son sectores que no viven de la dádiva y la ayuda del aparato clientelar de los Estados. Temprano o más tarde comprenden que lo que los gobernantes pueden terminar robando o mal usando no es otra cosa que los impuestos al consumo, las ganancias y las rentas que estas capas medias pagan. Esta falta de entendimiento por parte de la dirigencia política tradicional del Brasil desde el regreso de la democracia en 1984, así como condimentos imponderables como el rol de un metódico, sistemático e implacable juez como Sérgio Moro, son factores claves, si bien no los únicos, del tsunami que produjo y produce el Lava Jato.

No casualmente, la elección presidencial del próximo octubre y la muy probable segunda vuelta en noviembre tienen como algunos de los principales protagonistas a símbolos de dos corporaciones que tienen mucha mejor imagen que los políticos. Nos referimos a los militares y la Justicia. El primero, encarnado por el capitán retirado del Ejército y el siempre polémico e histriónico Jair Bolsonaro. Si bien es diputado desde hace más de veinte años, siempre ha sido visto como un dirigente fuera de lo convencional y que no ha dudado en elogiar los logros del gobierno castrense que tuvo el poder entre 1964 y 1984. Si bien cabe recordar que el mismo Lula en su momento no dejó de admitir la visión estratégica que tuvo este período no democrático en impulsar la industrialización de Brasil.

Las encuestas conocidas desde la segunda mitad del 2017 colocan a Bolsonaro con entre 18% y 20% de los votos. Solo superado por Lula con poco más de 30 puntos, lo cual los colocaba a ambos en una segunda vuelta. Habrá que esperar unos días más para conocer los estudios de opinión pública ya sin el ex Presidente como candidato y detenido desde el 7 de abril. Bolsonaro ha basado su campaña en un manejo masivo e inteligente de las redes sociales y un discurso de prudencia en el manejo de la economía, así como de frontal y ácida crítica a los políticos tradicionales y a la corrupción. Sus seguidores y él mismo no dudan en destacar semejanzas con Donald Trump, así como una fuerte identificación con los Estados Unidos y Occidente.

Este es un punto no menor a destacar y a tomar en cuenta en caso de que gane. Desde comienzos de los 70, no se daba en Brasil una línea discursiva tan alineada a la superpotencia por parte de un dirigente con posibilidad cierta de llegar al poder. Una de las tradiciones históricas del Brasil tanto en su etapa monárquica en el siglo XIX, la primera república, a fines del mismo siglo, durante el período de la dictadura de G. Vargas en 1930 y en el primer tramo del gobierno militar iniciado en 1964, fue el interés de tener una fluida y cercana relación con Washington. Eso llevó a que, tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial, Brasil se alineara contra Alemania. Durante la Guerra Fría, la postura en general fue de respaldo a los Estados Unidos versus la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

A comienzo de los 70, la negativa norteamericana a facilitar el desarrollo nuclear brasileño y lo que parecía ser el emerger de un mundo más multipolar motivó que la política exterior del régimen militar y luego de los gobiernos democrático pos 1984, quizás con la breve excepción del destituido Collor de Mello, mostraran rasgos no alineados con la superpotencia. Si bien en todo momento buscando diálogo y relaciones constructivas, pero evitando los volantazos de acercamiento o confrontación que llevó a cabo la Argentina.

El otro candidato no político convencional al que haremos referencia es el ex juez de la Corte Suprema, Joaquim Barbosa. De origen humilde y afrobrasileño, fue protagonista de una de las primeras grandes investigaciones que tuvieron que enfrentar Lula y su partido, el PT, conocido como el Mensalão o la entrega ilegal de fondos a legisladores oficialistas y opositores para lograr sus votos en el Congreso. Pese al nivel de escándalo, el Gobierno de ese momento logró moderar la tormenta política, cosa que luego no pudo hacer con el Lava Jato. Barbosa se afilió recientemente al partido de centro-izquierda PSDB, históricamente rival del PT. El PSDB gobernó Brasil durante los 8 años de la presidencia de Fernando H. Cardoso.

En este contexto, y más allá de imponderables y sorpresas, ya surgen hipótesis sobre una segunda vuelta electoral entre Bolsonaro y él. Qué más claro mensaje de las urnas sobre el hartazgo de amplios sectores sociales a la élite política que dirige el país desde 1984. La existencia de una economía que ha vuelto a crecer desde el año pasado, baja inflación, precios relativamente buenos de los productos que exporta Brasil, así como la postura moderada y promercado de ambos candidatos, son a primera vista una buena noticia para la Argentina.

Gane quien gane, deberá articular complejas alianzas tácticas y estratégicas en un Parlamento fragmentado, y con un PT reducido en su poder pero con un discurso más y más áspero y antagónico. De ser así y de todo llegar a buen puerto en materia de transición política en Brasil, quedará para futuros libros de historia el papel constructivo y prudente que han tenido las Fuerzas Armadas de este país a lo largo de los últimos cinco años, a partir del arrasador efecto del escándalo del Lava Jato. Más que una democracia tutelada como algunos pueden indicar, ha sido una democracia ayudada. Como se vio claramente también en la megacrisis del 2001 y 2002 en Argentina, la masa crítica de los militares tuvo posturas más republicanas y moderadas que sectores políticos y sociales. La principal diferencia ha sido y es que las Fuerzas Armadas no tuvieron su Malvinas ni un colapso económico como el heredado por Alfonsín en 1983. Eso les ha dado un peso mayor a uniformados brasileños. Más aún cuando, desde el 2008, con Lula en el poder, se los convocó para enfrentar el caos de violencia y narcotráfico en las favelas.



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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