Método Livingston ahonda en la vida de un atípico arquitecto, autor de los libros Cirugía de casas y Arquitectos de la comunidad: un método, abogando por la construcción de vínculos basados en la escucha y fuera de toda megalomanía. Diez años después de La hora de la siesta, Sofía Mora lleva la dirección una película, producida por Néstor Frenkel bajo la compañía de VamosViendo Cine, Manza Cine y Werner Cine., que se estrena en el Bafici.
Infobae Cultura dialogó con Néstor Frenkel, productor de la cinta:
-¿Cómo llegaron a Rodolfo?
-La película la dirige Sofía Mora, y recibe, de quien fue la investigadora y co-guionista del proyecto, Candelaria Frías, este personaje muy conocido y muy poco conocido, muy original en su manera de encarar la arquitectura y la vida. Fuimos buscando, entablando una relación con él, su entorno, sus amigos, y ver qué elementos podíamos encontrar para conformar este retrato. En un documental, cuando uno está abierto a lo que sucede, a que aparezca cierta magia, a veces se tiene suerte y pasa, lo cual tiene mucho que ver con él, con Livingston y su manera de encarar la arquitectura: La escucha, el ir con el otro y no con un plan preconcebido, construir con el otro conversando. En éste caso, cómo construimos una película, cómo construimos un retrato, en este oír, en este escuchar.
-¿Cuándo deja de ser una investigación y pasa a ser un material de registro?
-El método de trabajo de VamosViendoCine, nuestra productora, es el no-método. Es tratar en cada momento o con cada personaje o con cada situación o con cada película, ver cuál es el método indicado, según lo que va pasando en el rodaje, según el vínculo que uno puede establecer con el otro. Hay películas que se hacen desde la amistad, hay películas que se hacen desde un primer vínculo, y lo que sucede en ese primer amor, en ese primer golpe de vista que está ahí; hay películas que se han construido con un personaje desde esa cosa dura y difícil de cómo relacionarse con el otro, ahí aparece la película.
Uno siempre está entre cuánto tiene que insistir y cuánto uno tiene que dejar que suceda, y en eso no hay una fórmula, es estar abierto a lo que va pasando y a qué vínculo puede generar con el otro y qué es lo que el otro tiene para dar, o el otro no tiene nada interesante para darnos a nosotros. Entonces, quizás, no es la película para hacer, o no es el personaje que uno abordó, o no le resuena. A uno le tiene que pasar algo con eso, sino hay algo frío, mecánico – que tiene su valor, también. Uno retrata a un personaje, pone en cuestión ciertos hechos a lo largo de su vida y se hacen las películas, pero si uno quiere hacer algo más profundo, comprometido y sensible, necesita que algo de lo que está escuchando le resuene en su propia vida. Por eso nosotros no solemos hablar de nosotros mismos adentro de la película, pero hay algo de sensibilizarse con lo que uno está narrando que aparece siempre.
-¿Cómo era entrar en la casa de Livingston?
-Un lugar mágico, con perros, gatos, tortugas, y arañas, y pájaros, como un soporte para la vida. Claramente la mirada de Livingston es una mirada sobre la vida, y ahí es donde la película se vuelve interesante y se vuelve más que una película de arquitectos o para arquitectos. Puede ser vista desde esta óptica: cómo nos relacionamos desde el lugar donde vivimos a cómo transcurrimos nuestros días, cómo nos relacionamos con nuestros espacios. Tenemos una primera piel, una segunda piel que es nuestra ropa, y una tercera piel que es nuestra casa, grande, chica, fea, diseñada o no diseñada, y es nuestro lugar, y él es un pensador, un filósofo de eso, un artista sobre cómo habitamos los espacios.
-Livingston no es un arquitecto con una gran y larga obra.
-Yo creo que lo ubica a él en el terreno de un teórico, de un pensador, y de donde él se quiere ubicar. Lo que le falta a la arquitectura es este lugar que tiene la medicina, como el médico de la familia. Uno de sus libros es Arquitecto de familia: una parte fundamental de la familia es la casa, y cómo se relacionan con la casa, esa que era ideal diez años o quince años después ya deja de serlo, entonces necesitan volver a consultar a ese arquitecto de familia, a ver si, quizás, no hay que construir un montón de cosas sino abrir una ventana, tirar una pared, correr algo, mover muebles. Son cosas muy pequeñas, a veces un médico te tiene que operar, a veces un médico te dice dormí más. Esa es una de sus grandes enseñanzas, un lugar que él casi inventó, y que es fascinante. Como alguien reinventa una ciencia, un arte, una disciplina, la reconvierte a través de una manera de pensar, de una manera de vivirla. Él dice, los arquitectos dibujan y se reciben: hacen su tesis, un aeropuerto, un museo gigante, y después su realidad es que tienen que ir a armar una parrilla en un patio y no saben cómo hacerlo porque no saben cómo relacionarse con la vida, con el cotidiano, con cómo meterse en una casa, cómo interactuar con una familia. Me parece que es una manera muy sana de ver la arquitectura y de ver la vida en general. Yo hago un paralelo con el cine, en vez de cortar una calle o tener cien personas, y tirar humo, y tirar lluvia, y tener extras, y gritar desde un megáfono, a mi me interesa tener una cámara, estar en un rincón y mirar y esperar que llueva. Hay mucha megalomanía dando vuelta, cualquier ego desmedido, como el de un director de cine o el de Rodolfo, ni hablar – Livingston es un gran ego – y saber colocarlo, saber trabajarlo y saber ubicarlo es un buen ejercicio que todos podemos hacer.
-¿Qué sucede con un arquitecto de familia, pensando en casas para una mamá, papá, hijos, hijas, cuando los patrones de convivencia están en permanente cambio?
-En algún momento Rodolfo comentó una experiencia en Cuba – no quedó en la película – con distintos formatos de familia, y cómo tuvo que adaptar sus planes. Si uno está vivo con lo que está pasando, conectando con las necesidades reales, ahí aparece todo. No hace falta tener una actitud frente a un tema en especial, sino ser permeable a lo que pueda suceder. Las necesidades van cambiando, y por eso la arquitectura debe ir cambiando, las casas deben ir cambiando, porque son eso, materia viva, y de alguna manera, el cine también. Cambian las cámaras, cambian los formatos, se desarrollan los lenguajes, y, quizás, eso que hacemos nosotros es cine familiar, un poco parafraseando un poco a Rodolfo Livingston y su arquitectura familiar.
-¿Cómo seleccionaron el material para componer el relato?
-El documental tiene material bastante heterogéneo, aunque clásico: material de archivo en 16mm, 8mm, cosas de él, archivo televisivo, su historia, sus polémicas, sus discusiones, su línea argumental sostenida a lo largo de los años. Lo fuimos buscando, gestionando, buscando cuáles eran los puntos fuertes y qué era lo que más queríamos usar. Después, entrevistas, donde Rodolfo está en su casa junto a situaciones familiares, después se filmaron estos encuentros con amigos, sus viajes en auto, bastante casual y a la vez organizado: se trataba de filmar lo que pasaba. En toda esta situación terminamos encontrando un hecho, algo que sucedió y nos sorprendió que modificó un poco la película hacia el final. También, una capa sobre una mirada sobre la ciudad, en la que tratar de ver con ojos de Livingston o poner en cine algo que estaba muy dicho. Volvimos sobre muchos lugares a hacer un trabajo fotográfico puro para retratar en detalle. La mesa de edición sentarse, mirar, elegir, pelearse con el material, enojarse con lo que no hay, alegrarse con lo que uno encuentra que creía que no estaba pero no está, privilegiar los momentos en los que está él más vivo, más suelto, más conectado, y tratar de recorrer su vida. Quizás algunas cosas estaban más en las entrevistas, otras cosas más en el archivo, sus distintos aspectos, y muchas cosas, por supuesto, quedaron afuera, una vida riquísima llena de distintas aristas y distintas situaciones y anécdotas, muchas quedan afuera. Creo que pretender cierta cosa de completud es absurdo y termina jugando en contra. “Ésto tiene que esta, ésto otro tiene que estar”, no, no tiene que estar nada, uno va , filma, y con lo que filmó, consiguió construye algo.
-¿Qué modalidad de trabajo puede tener el cine independiente para sostener la frecuencia de una película por año?
-Estos últimos años el Instituto de Cine se volvió más lento, más burocrático. Se está volviendo más complicado para las productoras medianas, pequeñas o ultrapequeñas – como somos nosotros – donde se está privilegiando un cine de alto impacto, con mucha convocatoria de público. Es una política posible, que a nosotros no nos termina de favorecer, y sé que hay mucha gente que va quedando en el camino, porque, es muy difícil de sostener el cine de ficción. Hay muchas complicaciones burocráticas, financieras, económicas, pero con los años fuimos solidificando un equipo de trabajo que, más allá de nosotros, tenemos un grupo de gente alrededor donde no hay una relación contractual ni una relación estricta: somos un equipo de hecho y nos apoyamos mutuamente, y eso va ensanchando el tronco de VamosViendo y a tenemos más posibilidades de encarar más producciones. Tratamos de ser fieles a lo que nos interesa, a no hacer por hacer, tratar de encontrar siempre algo que nos estimule y nos de ganas, y cuando eso está, uno va con toda su energía. Pero cuesta mucho, lo hacemos con mucho esfuerzo y experiencia acumulada que nos hace caminar por la cornisa y evitar el tropiezo, que está ahí, siempre, a un paso.
-Visitás regularmente la carrera de Diseño de Imagen y Sonido (UBA, FADU), también la película tiene un paso por la Ciudad Universitaria (Livingston es el arquitecto del Instituto de Astronomía y la Física del Espacio, entre pabellones I y II) ¿Qué sucede con las películas que vuelven a sus escuelas?
-A mi me encanta que uno de los grandes usos que puede tener una película es educarnos, y reeducarnos, ser material de consulta, de interés de gente que está aprendiendo a hacer esto y que van a hacer los nuevos documentales o las nuevas películas, me enorgullece. Ahí andamos, deseducando un poco a la gente, con El Gran Simulador y Amateur. Me parece una de las sobrevidas del cine, más allá de que quede colgada en sitios de internet donde se pueda ver, que sea material de estudio, de discusión, de análisis, de debate y pensamiento, es casi lo mejor que le puede pasar a una película.
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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