Podría haberse escondido para hacer lo que hicieron los hombres: decir una cosa y hacer otra; podría disfrazarse con tacones que la bajaban de sus elecciones y la subirían al imaginario de lo que se espera de una mujer con poder; podría haber seguido de novia con un chico para hacer lo que querían hacer de ella; podría darle el gusto a su familia y casarse de blanco, bueh, con casarse ya estaba (aunque no estaba sí es que se puede casar con quien elige y no con los muñequitos de torta que tiran de las cintas para que las mujeres sean títeres de los mandatos ajenos); podría no mostrarse para no confrontar en su carrera política o pasar inadvertida. Pero ella decidió jugarse por su deseo y hacer, además, que el deseo sea parte del juego democrático. Por eso, no solo es distinta, sino que elige serlo.
Ayelén Mazzina Guiñazú es la Secretaria de Estado de la Mujer, Diversidad e Igualdad de San Luis. Ella ocupa el cargo equivalente al de Ministra, con 32 años, un look punk-rock en el que la cartera es reemplazada por una mochila negra de goma y los sacos de formol por pantalones de cuero o trajecitos enteros, pero de rojo furia. No hay perlas, sino un pearcing en la naríz. No pasa inadvertida. No es una más. Y no quiere pasar, sino transformar. “Hoy soy Secretaria de Estado pero no dejo de ser La Aye, cumbiera intelectual me dijeron una vez y me encantó. Me encanta seguir siendo La Aye”, destaca. Su nombre no lleva protocolos. “Me da risa cuando en reuniones dicen ‘La Aye’ y al lado hay un ministro y a él le dicen ‘ministro’. Y ahí me doy cuenta como cuesta aún la cuestión de los estereotipos, edad y género”, sostiene.
El 12 de diciembre del 2019 asumió el cargo, pero sin las cargas tradicionales y el perfume a señora que viene de la peluquería que exigía el protocolo clásico femenino. “Cuando llegué a la secretaria lo primero que hice fue salir a saludar a todas las empleadas y los empleados. Una me saluda al pasar y se vuelve me hace el comentario “esperaba otra cosa” y sonriendo le contesté “claro, vos esperabas el traje, tapado y los ruidos de tacos. Nos reímos y nos abrazamos. Le dije: “Esta soy yo y no habrá tacos, ni tapados de señora al menos lo que dure la juventud”. La juventud le dura y camina con borceguíes, botas o zapatillas en la cárcel de San Luis (a donde sostiene el proyecto pabellón violeta y come con las presas mientras escucha sus historias de vida) o se preocupa por las chicas que se acercan a contarle sus historias mientras hacen deportes, entrenan o pasean en una provincia que es turística, pero que esconde las penurias y las potencias de las que ya no se quieren esconder.
No le pidan tacos, pero pueden descubrir sus tatuajes. Tiene un arcoíris en el pie que comparte con dos amigos como código de amistad diversa. Y un lema que lleva en el brazo “Siempre es hoy”. La piel es su libro y otro mantra que la acompaña cuando se despierta y acuesta es “Ama, sueña, vive”. En los tobillos no la doblegan, pero si la buscan, la encuentran en otra de sus frases de cabecera “Se tu mismx”. Su hermana adolescente acapara su atención, su amor, sus regalos de animé y su nombre en su piel: “Martina”. Ella no está partida, pero tienen que juntarse los dos brazos para que el amor se componga de las piezas que a veces se rompen y a veces se encuentran. En un brazo dice “lo” y, en el otro, “ve”. “Love” cuando se produce el milagro. Y tiene un infinito en el cuello. Las que bajan hasta su cintura se pueden encontrar con su estrella. En su espalda un homenaje a sus abuelos “Siempre estarán en mi corazón”. Para las que suben hay otra estrella de seis puntas en el cuello. El cielo de su cuerpo prefiere decir que enmudecerse blanqueado.
“Siempre sentí que no pertenecía a este mundo, que era rara, que no era normal, que pensaba diferente”, se repasa. El sábado a la noche baila y trabaja 24×7 sin horarios, aunque se ilumina de noche, tal vez porque la noche la iluminó a ella. Una noche descubrió que le gustaban las chicas y su vida se encendió de amores, deseos y libertades. No quiere solo ser libre, quiere que pueden ser libres todas. Se define amante de las causas justas y atravesada por el feminismo desde piba. “Me encantaba salir, bailar, reírme y disfrutar la vida. Si en ese momento me hubiera preguntado si bailar y gobernar eran compatibles seguramente hubiera dicho que no. Pero ahora creo que tenemos que gobernar sin olvidarnos de la edad que tenemos, sin distanciarnos de la gente y sin secarnos por dentro”, apunta.
En su historia sus abuelos fueron fundamentales: “Tengo firmeza y seguridad de los valores y el amor que me brindaron mis abuelxs (Nelly y Alberto), mi madre (Betty), mi papá biológico (Gustavo) y mi papá del corazón (Mauri). Eso me dio fuerzas para salir a la vida de otra manera. Con muchos miedos porque la sociedad aún hoy es compleja”, reconoce. Ayelén no tenía lo que quería, sino que tenía lo que había. Pero hoy valora que en su crianza hubo más amor que dinero. “Había mate cocido por las noches, galletitas con mortadela, la infaltable sopa y el amor de mi mamá haciéndome creer que era riquísimo”, recuerda.
Le duele la necesidad y el recuerdo en la panza de la falta de opciones para comer antes de dormirse. “Hoy no puedo probar el mate cocido ni la mortadela”, destaca. Eso sí: “Sigo amando a mi mamá”, defiende. Y su mamá es la primera que se sienta en la primera fila cuando hay actos, charlas, eventos, recitales. El amor no tiene fecha de vencimiento y muestra un orgullo que crece y nunca se apaga.
-¿Cómo fue tu crianza?
-Nos acartonamos tanto que me genera una revolución de emociones hablar de mi vida personal. Claro hay que salir del lugar de confort, desvestirte y contarle al mundo que también fuiste y sos esto. A mí me encantaba jugar con mis muñecas (que hasta el día de hoy están guardadas en cajas), tomábamos el té con mi abuela, jugábamos al tejo, a la rayuela, cocinábamos juntas y cortábamos uvas del parral. Mi vieja trabajaba todo el día, salía del colegio y me iba a la casa de mi abuela materna, con quien pasaba mucho tiempo. Era el lugar soñado en el que sentía que estaba a salvo de todo mal.
-¿Cuáles eran los males que sufrías de niña?
–Mi madre me tuvo a los 19 años, se separaron de mi papá cuando yo tenía 6 años (iba a primer grado) y tengo pocos recuerdos de familia “normal” según esa época. Y los recuerdos que tengo no son buenos, ir a una escuela católica en esa época y tener familia separada era el pecado en carne viva. Pero si algo no faltó fue cariño y amor.
-¿Hacés terapia?
-Desde muy piba me relacionaba siempre con gente más grande, no podía entablar diálogos con gente de mi edad porque sentía que no me entendían porque crecí de golpe. Si algo me duele es sentir que siempre fui grande. Esos son los temas de terapia.
-¿Cómo fue con una educación conservadora salir del closet?
-Estudié en una escuela privada y católica. Mi familia es muy conservadora, van a misa, rezan el rosario y mi abuela hasta hoy sigue pidiéndole a Dios que me cure del lesbianismo (se ríe). Yo le dije que por ahora me deje disfrutar que así soy feliz.
-¿Cómo viviste la etapa escolar?
-En el colegio me iba súper bien, me encantaba aprender escuchar y mandarme cagadas. Tenía amonestaciones y era la oveja negra del curso, pero buena alumna. Era “la becada” y la que nunca tenía libreta porque a mi mamá no le alcanzaba para pagar a tiempo.
-¿Qué hiciste cuando terminaste el colegio?
-Cuando terminé el cole deseaba hacer política. Me anoté en el profesorado de Ciencia Política para recibirme y seguir formándome. A los 20 años ya trabajaba en la Universidad de la Punta.
-¿Cuándo te enamoraste por primera vez de una chica?
-Me enamoré de una chica 10 años mayor que yo con la que nunca pasó nada de nada. Con ese amor descubrí que andaba por el camino de la heterosexualidad errada.
-¿Qué te pasaba cuando salías con chicos?
-Sentía que eran los hermanos varones que siempre había deseado. Sentía compañerismo, cuidado, cariño y a la hora de tener relaciones sexuales me preguntaba si eso estaba bien. Primero pensaba en que Dios me iba a castigar y, después, me replanteaba la cuestión del sometimiento y la idea de satisfacción porque a mí en lo sexual no me pasaba nada. Pero hacía mucha fuerza para seguir por el camino que la sociedad consideraba del bien.
-¿Cuándo hiciste el click?
-A los 15 años conocí un pibe por internet. Él tenía unos meses más que yo, nos quisimos un montón él era de Mendoza, se mudó a San Luis y estuvimos un par de años juntos hasta que me invitó a pasar año nuevo a Mendoza con su familia. Antes, con un grupo, salimos a un boliche gay con mi novio y el resto de las mal llamadas tortas solteras y sus novias. ¡Todo lo que me pasó cuando entré a ese lugar! Sentí que eso era lo que quería para mi vida: libertad, plumas, alegría, sonrisas, besos, espuma, cachengue, nadie miraba a nadie, éramos todes iguales.
Entre tanta alegría mi novio me dijo: “Aye yo de acá me voy”. Y yo le dije: “Yo me quedo”. Comencé a sentirme mal porque había alguien que me parecía interesante y era una piba del grupo. Al otro día me levanté con un dolor de estómago que no daba más, ansiedad, ganas de abrazar a alguien y no saber cómo contarlo. Me subí a un colectivo y fui a ver a mi papá que vivía en San Martín, Mendoza. En el viaje, saco el celular y, por mensaje de texto le escribo, a mi mejor amiga: “Tati, se que no lo vas a entender pero necesito que me leas: anoche me paso algo, creo que me gusta una chica”. En vez de enviárselo a ella se lo envié a él (como hubiera deseado tener whatsapp y eliminar mensajes, pero ya estaba) y se armó el desmadre.
-¿Cómo siguió tu vida en San Luis?
-De regreso a San Luis tuve meses difíciles: cambié mi manera de ser, mi onda, el humor, empecé a jugar al fútbol y a hacer todo lo que en ese momento estaba mal visto. Pero vivía enojada, triste, quería ser tan torta como todas las que había conocido en ese boliche. Mi mamá me preguntaba porque me vestía así. Me pasaba horas llorando pensando en cómo haría para decirle a mi familia. Una tarde tomé coraje y le deje una carta a mi mamá antes de irme a la facultad que decía “sé que algún día vas a poder perdonarme creo que estoy embarazada” y en la postdata le decía que era un chiste y que, en realidad me gustaban las chicas y que me había enamorado y que quería ser feliz.
-¿Cómo recibieron tu carta?
-Cuando llegué a casa era un mar de lágrimas, gritos, puteadas, angustias, silencios. Buscaban las razones de algo que no tenía un porqué solo tenía verdad, realidad y felicidad. Pasaron dos años hasta que mi familia pudo aceptarme, entenderme y cuidarme de todo lo que vendría después: la mirada social y la vergüenza. Pero yo sentí que había vuelto a nacer y, por sobre todas las cosas, a respirar.
– ¿Qué te dijo tu mamá?
-Mi mamá me decía que no podía entender que una chica tan linda e inteligente estuviera con una mujer, “¿qué va a decir tu abuelo/a?” y “¿qué hice yo para merecer esto?”. Además me preguntaba: “¿En qué falle?”. Yo lloraba, sentía una presión en el pecho, pero, a la vez no me importaba. Por dentro pensaba mil cosas que no me salía expresarlas. Deje que hiciera su proceso, para ella era un duelo y para mí era la puerta de entrada a la felicidad.
-¿Cómo fue tu primera vez de tu nueva vida?
-Cuando estuve, por primera vez con esa chica a la que me había gustado en Mendoza me sentí rara. Llevé a la cama a Dios y a la santísima trinidad. No recuerdo haberla pasado bien. Pero sí sentir que estaba en paz conmigo y que era por ahí.
-¿Cómo evolucionó la relación con tu mamá?
-Creo que el pasado también hace que fortalezcamos los vínculos. Hoy mi mamá es todo lo que está bien, muchas veces me enojé y la lloré pero la perdoné con el tiempo. Ahora está siempre en primera fila mirándome fijo con tanto orgullo cuando me toca dar discursos, o en diferentes actividades: eso no tiene precio, me hace sentir que estoy a salvo, que puedo con todo y que nada malo va a pasar.
-¿Te han agredido en campaña por ser lesbiana, feminista y estar a favor del aborto legal?
-Sí, claro. Cuando fui candidata a diputada nacional, en 2019, y cuando fui concejala de la ciudad de San Luis. Sentía comentarios como “yo no voy a hacer campaña para una lesbiana pañuelo verde” o “no la vayan a votar porque es lesbiana” y “cuidado que evangeliza” y con dudas sobre mi capacidad por mi condición o elección de vida y de cama que a nadie le tienen porque importar. Hay cosas que hoy me dan gracia, pero, en su momento, me molestaron. Pero siempre me sentí tan firme en mis decisiones y elecciones de vida que hasta me servían esas palabras para usarlas en los discursos y tratar de hacerles ver que el odio no nos lleva a ninguna parte y que lo que haga en mi cama no es lo que importa. A una persona heterocis no se la cuestiona en su sexualidad porque eso está dentro de lo normado y aceptado socialmente.
-¿Cómo fue entrar a la política y ocupar un lugar como lesbiana visible?
-Voy a cumplir 33 años y ya pasé por varios lugares de visibilidad, responsabilidad, poder y toma de decisiones. Si bien de piba siempre hice tareas sociales y comunitarias, me costaba ver qué esa era una manera de hacer política. Cuando entendí que era lo que quería y que había herramientas para hacer cosas transformadoras empecé a caminar de otra manera. En mi interior sabía que podía lograrlo, pero sabía que en ese momento la sexualidad era un condicionante.
-¿Qué le transmitís a las personas que ocultan lo que desean para no sufrir malos comentarios en sus aspiraciones públicas?
-Cuando pude expresar lo que quería para mi vida dejó de importarme lo que pensaran. Ya lloré demasiado por salir del closet y, después de eso, ya no hay nada ni nadie que me haga sentir menos. Aprendí a consensuar, negociar, hablar y perder miedos y vergüenzas a las miradas externas.
-¿Cómo es vestirte con zapatillas e ir a una reunión de gabinete?
–En mi primera entrevista de trabajo fui con un saco rosa de corderoy, un jean gastado, un cinto de la abuela y unas botas blancas de bailanta. Esa era la imagen que yo creía que debía tener. Iba en el colectivo mirándome los pies y tratando de caminar derecha como me había dicho mi mama. Hice la entrevista y a los días me llamaron. Intenté no ser yo por unos días y después, con mi primer sueldo, me compré un pantalón roto, unas camisas, cadenas, zapatillas, medias de colores, relojes y entré como si el piso de la oficina fuera solo mío. En cambio, en el gabinete de San Luis, la mejor. El gobernador (Alberto Rodríguez Saa) nos alienta a que no nos vistamos como viejos si somos jóvenes. Y nos permite ser felices.
-¿En qué contribuye el amor a la política y la política al amor?
-El amor humaniza la política, propone transformar realidades. Y la política al amor lo transforma. Para mí no hay política sin amor, y amor sin política.
-¿Qué diferencia hay entre las políticas de genero a nivel nacional y en las provincias?
-Muchas diferencias, primero deberíamos replantearnos la idea de federalización que existe poco. Y voy a ser dura, pero la realidad es que cuando no conocemos el territorio es muy difícil pensar en políticas públicas que lleguen. Muchas veces pensamos desde un escritorio qué es lo que la gente necesita y cuando pateás la calle te das cuenta de que no era por ahí. Hay que escuchar y hay que abrir el juego. Pensar en políticas estandarizadas responde a patrones netamente nacionales, la implementación de las políticas deben ser flexibles pensando no solo en el impacto real y eficaz sino en la necesidad y particularidad de la dinámica local, es la única manera de hablar de federalización.
-¿Cómo se hace para seguir luchando contra los abusos sexuales en un momento que se quiere volver a callar la voz de las mujeres y diversidades?
-Los abusos sexuales me hacen mucho daño y quiero revolucionar el mundo para aliviar esos dolores, la violencia de género que cada día crece más me pone la piel de gallina, me preocupa y me ocupa intentar hacer más de lo que está a mi alcance para cambiar esa realidad que hoy nos atraviesa.
-¿Cómo se prepara San Luis para el Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, No Binaries e Intersex en octubre?
-San Luis está pronta a ser la sede del Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, No Bianries e Intersex. Tengo una responsabilidad política pero también moral de acompañar, apoyar y cuidar a todas y todes quienes viven en la provincia a encontrarse. Cuando inicié la gestión pude ser parte de la sanción de la ley de aborto legal y, en octubre, luego de dos años, llega el encuentro a San Luis. Lo que nos va a pasar será totalmente transformador. Nuestra provincia va a recibir casi la misma cantidad de personas que habitan nuestra ciudad. Estoy convencida de que será una verdadera fiesta. Yo tengo mis luchas personales de ser lesbiana, joven, política, pero soy una más en este universo multicolor. Y estoy muy movilizada con lo que sucederá en nuestra provincia. Ya estamos viviendo lo transformador del Encuentro.
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