“¿Qué pena le cabería?” “Con el barbijo, disminuye la prevención”. “Eso yo no lo dije yo”. “¿Cómo habilitás las máquinas donde se hacen brazos y piernas?” Estos son apenas algunos de los desopilantes errores que desmenuza la presidenta de la Academia Argentina de Letras, Alicia María Zorrilla, en su nuevo libro, ¡¿Por las dudas?! Desde medios de comunicación hasta carteles publicitarios, los aporreos a la lengua son impiadosos y reiterados: “el bebé falleció muerto”, “pañales para adultos descartables”, “le diré a mato groso lo que hemos decidido”. Sin perder el humor, la lingüista recopila además faltas de ortografía como “apollar”, “arsovispo”, “deshasno” o “expecialista” en el volumen publicado por Libros del Zorzal, así como un texto jurídico de 99 palabras con apenas una sola coma.
¿Cuáles son actualmente los errores más graves que cometen los hablantes? ¿Y cómo los fue compilando?, le pregunta Infobae Cultura a Zorrilla, doctora en Letras por la Universidad del Salvador y licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. Ella pide apenas un momento: “si me permite voy a buscar mi carpeta, que los tengo identificados hace rato”. Y regresa al living de su casa, donde se desarrolla la entrevista, con una prolija carpeta de tapas azules. En su interior, reúne y clasifica los yerros minuciosamente anotados en una libreta.
La profesora especializada en Castellano, Literatura y Latín revela cómo confeccionó este corpus: “Por ejemplo, estoy tomando el té… noticiario… y ahí están los periodistas (se ríe). Y yo anoto en mi ‘libretita del terror’, como digo, y anoto todo, todo, todo. O estoy trabajando en la Internet. O estoy leyendo el diario y aparecen errores hasta en los titulares. Y todo lo aprovecho”.
Zorrilla abre la carpeta y lee errores citados en el libro, así como otros que no llegó a incluir, que también considera gravísimos y que se encuentran “muy de moda”: “Todo esto se hubiese evitado si tendríamos los medicamentos necesarios”. “Esta es la tercer edición del libro”. “Degollan al asesino de la anciana”. “Tres delincuentes estaban perpetuando un robo”. (Versiones correctas: “Todo esto se hubiese evitado si tuviéramos los medicamentos necesarios”. “Esta es la tercera edición del libro”. “Degüellan al asesino de la anciana”. “Tres delincuentes estaban perpetrando un robo”).
La autora de obras como Retrato de la novela, La voz sentenciosa de Borges, Diccionario de las preposiciones españolas. Norma y uso, Diccionario normativo del español de la Argentina y Sueltos de lengua comenta con estupor: “El otro día alguien dijo ‘enrieda’, ‘enderieza’. Gravísimos errores. Pero no dicen ‘aprieta’, dicen ‘apreta’, otro gravísimo error”. O “ese arma por esa arma”, agrega.
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Durante la entrevista, manifiesta su oposición sin vueltas al lenguaje inclusivo, “una manipulación del lenguaje hecha por una minoría que condena la invisibilidad femenina”. “Está completamente fuera del sistema gramatical”, señala la presidenta de la Academia Argentina de Letras. Y apunta que hay “una historia milenaria” de la lengua española, que no puede reinventarse de la noche a la mañana.
Zorrilla defiende apasionadamente el buen uso del español, “una lengua difícil, pero tan rica y tan espiritual que da gusto desentrañarla”. Por eso, se permite ser optimista y confía en que su más reciente libro se convierta en “una guía para escribir y hablar un poquito mejor”.
La presidenta y directora académica de la Fundación LITTERAE advierte que, pese a esta verdadera marea de transgresiones del significado de las palabras, errores de concordancia, tiempos verbales dislocados y eufemismos inútiles, no bajará los brazos.
“A pesar de que se quiere alterar la lengua -hay una anomia, una falta de norma, no se quieren respetar las normas-, busco el camino de lo correcto”, recalca. “Como decía Jean Guitton, el filósofo francés, tenemos que seguir el camino de la perfección, en lo posible. Tratar de llegar a la perfección. Nunca llegaremos, pero, si nos pulimos un poquito, nos van a entender mejor”.
En ¡¿Por las dudas?! se cita un dicho anónimo, que advierte: “con la lengua, se tropieza más seguido que con los pies”. Y, a juzgar por los errores recolectados página tras página por Zorrilla, este postulado parece refrendar su vigencia.
—¿Por qué eligió ese título para el libro?
—Tiene dos facetas, dos caminos. Por las dudas que nos acosan todos los días cuando trabajamos con las palabras, o por las dudas de que todavía no estés afligido por las dudas. Es ambiguo, es de doble interpretación el título, como Sueltos de lengua. La duda es algo que corroe. Corroe al corrector, al escritor, al periodista. Una vez un alumno me dijo “por favor, resuélvame esto, porque estoy naufragando en un mar de dudas”. Me encantó la imagen. Y sí, es así. Dudas tenemos todos. La lengua es muy rica. El uso a veces la va limando y alterando. Soy especialista en gramática normativa; entonces mi objetivo es que la norma ayude de guía, no quiero imponer nada. Que sea una guía para escribir y hablar un poquito mejor. ¡Sin dudas!
—¿Es el español un idioma relativamente sencillo en comparación con otros?
—¡Nooo! El español es una lengua difícil, pero tan rica y tan espiritual que da gusto desentrañarla. Hay que estudiarla y bucear en cada palabra. Porque no nos podemos quedar con el significante, hay que ir al significado de las palabras. En este libro hablo de la alteración, de la transgresión de los significados. Como no se saben, se dice cualquier cosa. Y eso no está bien, por supuesto.
—Uno se termina riendo de los errores mientras lee el libro. ¿Es esta una risa triste?
—Es triste. Yo les decía siempre a mis alumnos, me río con dolor. Pero da lugar a la risa, porque como cambian los significados… Hay que estudiar; aprender no solo es adquirir conocimientos. Aprender indica esfuerzo, voluntad. Decía André Malraux que la cultura no es un conjunto de conocimientos. Es el ejercicio de la voluntad para adquirirlos. Y la gente no quiere esforzarse. Todo lo quiere fácil, y no es así. Hay que sacrificarse para llegar a una cierta cultura lingüística.
—¿Qué nos pasa como sociedad cuando las palabras no cumplen con su misión de comunicar, como escribe en el prólogo?
—Si no hablamos, no somos. Y si hablamos sin relacionar bien las palabras en la oración, no nos podemos comunicar. Creen que el siglo XXI es el siglo de la gran comunicación. Yo no creo que lo sea. Hay sectores que sí, que se comunican muy bien. Pero otros no. Realmente la comunicación es un arte, porque comunicar es compartir, es intercambiar. ¿Por qué es un arte? Porque nos debe llevar a la ética, a la verdad, y también a la corrección, a la inteligencia y a la belleza. No es que solo el escritor busca la belleza. Tenemos que buscarla nosotros en nuestras expresiones orales. Es sustancial.
—Quería preguntarle acerca de otro tema que usted analiza, el de los desdoblamientos léxicos, así como saber su opinión sobre el lenguaje inclusivo.
—El lenguaje inclusivo es una manipulación del lenguaje hecha por una minoría que condena la invisibilidad femenina. No existe el lenguaje inclusivo.
—¿Cree entonces que la academia nunca lo va a aprobar?
—No. Es que está completamente fuera del sistema gramatical. La lengua española tiene historia, una historia milenaria. No se la puede reinventar de la noche a la mañana. Un cambio lingüístico dura más de cien años y es diacrónico, es decir, a través de los años se puede ir conformando ese cambio. Pero esto es sincrónico, es de ahora, del momento, del instante. Casi parece un capricho. Cuando lo más importante es reconocer que hay diversidad sexual, por supuesto que sí, y respetarnos todos y sabernos entender a través de la palabra. Porque tenemos toda la libertad de hablar, pero la obligación de que nos entiendan. Entonces eso es importante, el respeto entre toda la diversidad sexual. El masculino genérico, también llamado gramatical, es el que comprende a toda esa diversidad sexual. Yo prefiero llamarlo masculino inclusivo. Siempre doy este ejemplo: si digo “el hombre es mortal”, ¿me estoy refiriendo a los varones nada más? No, estoy haciendo una generalización. Porque si eso fuera cierto, que me estoy refiriendo solo a los varones, las mujeres seríamos inmortales. Respecto de los desdoblamientos, si digo “los profesores y las profesoras”, perfecto, se acepta, aunque atenta contra la economía verbal. Porque hoy lo que se busca es escribir y hablar en forma sencilla y que todos nos entiendan. Lo peor es cuando aparece en los diarios “las y los profesores”, porque si yo desdoblo eso, me queda “las profesores” y “los profesores”, todo masculino, salvo el artículo. Ese es un error grave.
—¿Las nuevas tecnologías, como los mensajes de WhatsApp o las redes sociales, también inducen a un empobrecimiento del lenguaje?
—Creo que esa brevedad se da ahí. A mí lo que me importa es que, fuera de eso, sepan bien la lengua española, sepan redactar una oración, sepan decir una oración. Después, en las redes, cada uno se arregla con su brevedad y su economía verbal.
—¿Nos habituamos ya a leer erratas, a las que usted denomina “garrapatas de los textos”, en libros, diarios, etcétera?
—La errata es un tema aparte. La errata se cuela, pero lo peor es la sintaxis. El uso de los gerundios. La alteración de la concordancia en los tiempos verbales… Hay que cuidar la sintaxis. El léxico ya es de cada país, por suerte. Por eso la norma hoy se dice policéntrica, porque cada país tiene sus normas y sus léxicos, también.
—Usted dedica parte del libro a analizar el rol de los correctores. ¿Qué sucede con los correctores en nuestro país?
—Desde el año 1989, que se inauguró la carrera de corrector de textos, es una profesión. Después se convirtió en corrector internacional de textos. Por ejemplo, la fundación (LITTERAE) que presido hizo su convenio con la Fundéu y ahora con la FundéuRAE. Vi un reflorecimiento del estudio, de la voluntad por ser más lingüísticamente, por ser culto lingüísticamente.
—¿Es una profesión valorada por la sociedad?
—No tanto, lamentablemente. Yo les digo siempre a los correctores que se van graduando: “por favor, háganse valer, demuestren que ustedes saben fundamentar lo que corrigen, pero nunca se conviertan en coautores”. Porque ahí sí que los subvaloran. Incluso encontré un epígrafe de Ángeles Pavía que dice que el texto es como un gran jardín. El corrector debe barrer la hojarasca, lo que está de más, pero nunca intervenir en lo que está bien. No cortar las buenas flores, sino las secas. Es una tarea muy delicada, muy difícil. Hay correctores que trabajan independientemente, que están ganando muy bien, y otros que están estudiando. Tengo más de 200 alumnos en este momento que estudian la carrera. Sienten que los completa mucho, sobre todo, traductores. El traductor necesita escribir bien.
—¿Hizo una selección de los errores citados en el libro?
—Hago un corpus, como digo yo. Los voy anotando y distribuyendo en los distintos libros. Ya empecé otro, dentro de esta misma línea, tal vez un poquito más técnico. Pero con ejemplos desopilantes (se ríe).
—¿Encuentra algún punto de inflexión en el deterioro del lenguaje? ¿Qué rol desempeña la educación?
—No se puede detectar cuándo comenzó. Creo que en todos los tiempos. Que el hombre hoy está más preocupado por divertirse que por formarse, sí. Hoy más que nunca. Los maestros no se quieren actualizar; los profesores, no mucho. Cuando uno es docente, el esfuerzo no termina nunca. Hay que estudiar, estudiar y estudiar. Y preparar las clases, no improvisarlas. ¿Y cómo se preparan? Estudiando. Para que la palabra “educar” se cumpla, que es guiar a los alumnos en el conocimiento. El alumno tiene que aprender y luego tratar de esforzarse para comprender todos los conocimientos. Y al profesor y al maestro les queda la otra tarea, el ser guía, que es la más difícil. Yo sé que los sueldos son muy bajos, sí, ese es un problema. Pero tenemos una responsabilidad, es como les sucede a los médicos. Tenemos que entregarnos al buen ejercicio de la docencia.
—¿Se incrementaron los errores durante la pandemia y el confinamiento?
—No sé si el encierro influyó en eso. El que habla mal, habla mal en el encierro y en la playa. Hay una dejadez, una desidia… “total nos entendemos”.
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