“Casi ni recuerdo mi otra vida”, asegura Amrit, que hasta hace seis años era Alejandro Rial. La propuesta es desgranar sus inicios en el periodismo. Y con 60 años recién cumplidos, desde Traslasierra, Córdoba, el maestro de yoga que “en otra vida” fue conductor de noticieros, suena amable y dispuesto. “Siempre fui muy curioso. Me hice periodista para conocer vidas interesantes y charlar con cirujanos, piqueteros, presidentes y artesanos”, rememora Amrit. “Empecé como cadete a los 20 años en Editorial Perfil”, cuenta el periodista que luego pasó un año por el grafotécnico.
Criado en el barrio porteño de Villa Devoto, define a su familia como “de clase media compleja” y explica: “Teníamos un buen nivel cultural, pero económicamente la cosa estaba movidita”. Hijo de una ama de casa –”lo usual en la época”– y de un padre “vendedor y busca”, los libros estuvieron siempre. “A mi papá me lo acuerdo leyendo sentado, frente a una biblioteca enorme. Lo llamábamos para comer y le costaba soltar el libro. Crecí intrigado por eso que tanto lo atrapaba y, cuando pude, yo también leí mucho”, cuenta Amrit.
Siguió su carrera en la revista El Porteño –de dónde saldría Página 12– e integró el suplemento Cerdos y peces, con Enrique Symns. Un día, cuando un amigo le pidió que lo acompañe a un casting para ser cronista de una señal de cable que nacía –Cablevisión–, Amrit hizo una prueba y consiguió un nuevo trabajo. Entonces durante años hizo radio y televisión como productor y al frente del micrófono. Pasó al canal América y condujo el noticiero de la mañana, además de otros programas. “Hasta que un día me cansé y me tomé un año sabático. Había hecho un par de seminarios para conocerme mejor y estaba descubriendo mi poder interno. Empecé a ver el tema de los vínculos, porque tenía problemas con mi pareja, con mi ex pareja, con mis compañeros”, cuenta el periodista que en ese entonces ya tenía una hija, Lucía, fruto de una relación anterior y vivía con Liliana Parodi –hoy directora de contenidos de América–, su mujer durante 7 años.
“Hice talleres de desarrollo personal con meditación y coaching. Me cambió la vida. Durante un año –eso pacté internamente– me dediqué a hacer cosas conmigo: estudiar, escribir, leer, disfrutar el tiempo libre, practicar arquería, salir en kayak por el rio en el Tigre. Cuando se me acabó el dinero y se cumplió el año, volví a trabajar otra vez. Me presenté en Canal 26 y les propuse un noticiero a las 7 de la mañana. Costó, pero los convencí. Fue un éxito”, recuerda Amrit sobre aquello que pasaba en su vida a fines de los 90. “Había descubierto que podía crear. Usaba remera y saco para conducir el noticiero, cuando nadie lo hacía”, agrega. Y detalla que por entonces nunca descuidó su vocación de búsqueda: se recibió de counselor y de coach ontológico. Además, empezó a dar talleres y atender consultas. A esa altura, se había vuelto a enamorar y se había casado con María, la mujer que pondría a prueba todas sus herramientas personales.
“Cuando llevábamos cuatro años juntos, Mary tuvo un accidente automovilístico. Fue en el Acceso Oeste. Primero la llevaron al Hospital Posadas, luego al Instituto Fleni y después le armamos la internación domiciliaria en la casa de su madre, en el cuarto de su infancia. Estuvo 6 años y medio en coma, en estado de mínima conciencia. Es decir, tiene sueño y vigilia, abre los ojos, pero no hay comunicación. No hay certeza de que este escuchando, ni comprenda nada a su alrededor”, relata Amrit que por ese entonces vivía en La Reja, Zona Oeste, y que tiene dos libros publicados por Urano, Necesito un cambio ya (2012) y Más amor por favor (2016).
—¿Cómo es la vida en espera ante un diagnóstico como ese?
—Los dos primeros años estaba la posibilidad de que Mary recuperara la conciencia. Hicimos todo lo posible. Pero las personas que tienen daño cerebral presentan complicaciones del sistema inmune. Y después de que Mary tuvo meningitis ya no había posibilidad de recuperación. Entonces los últimos cuatro años y medios solo quedaba esperar a que muera, acompañarla y darle bienestar. De todas maneras, desde el primer día sentí que había pasado algo definitivo. Volví a casa y supe que no íbamos a volver a estar juntos en esa cocina… En el Posadas me habían dicho que lo más probable era que muera. Pero Mary duró seis años y medio más haciendo esa vida…
—¿Cómo viviste el proceso de acompañarla a morir?
—Hubo distintas etapas para mi… No me preguntaba porqué me pasó, sino para qué. Y a la madre de Mary le sugería que hiciera lo mismo. Di charlas a médicos para hablar de la muerte con tranquilidad. Hice talleres sobre cómo la muerte nos convoca a la vida. Cómo nos llama a pensar qué hacer con nuestra vida. Patenticémosla. Nos vamos a morir todos. Mary tenía diez años menos que yo y esperaba a que ocurrirán cosas para ser feliz. Yo le decía: ‘es aquí y ahora’.
—Porque cuando Mary quedó en coma vos ya tenías herramientas personales y espirituales…
—Sí. El universo me dijo: ‘Vos que ayudás a las personas a atravesar las crisis, ¿a ver como te arreglás con esto?’ Y fue un gran aprendizaje. Amo a Mary y la voy a amar siempre, aunque ya no esté. Le agradezco la experiencia que me regaló. Y si bien no podría desear vivir algo como lo que viví, la creación que soy ahora es el resultado de lo que hice con lo que me tocó vivir.
—Y dejaste el periodismo, ¿te costó?
—Nada. Lo decidí en junio del 2012. Quise correrme para dedicarme a acompañar a las personas en la búsqueda de una vida distinta. Se lo comuniqué a las autoridades del canal: ‘El 31 de diciembre hago mi último programa’. E hice el noticiero divirtiéndome hasta el último día. No me fui cansado de los medios. Me fui porque sentí este llamado a la transformación, a ayudar a las personas a no tomar todo tan dramáticamente. Fue en la época que Mary estaba en internación domiciliaria.
—¿A qué te dedicás desde entonces?
—Además de ser coach y counselor, estudié y me convertí en instructor de kundalini yoga. Guio meditaciones en Instagram (@amrit.rial) los siete días de la semana a las 9.30 de la mañana. Cerca de 250 personas nos siguen en vivo y otros tantos después, como Reina Reech. Doy talleres, clases y atiendo consultas, ahora de manera virtual, por el confinamiento. Con el accidente de Mary aprendí que frente a las circunstancias podés hacer un mar de lágrimas o un paraíso.
—¿Por qué te fuiste a Córdoba?
—Porque me di cuenta que no quería vivir solo en Buenos Aires y quise hacerlo con gente afín. Visité aldeas y llegué al Centro Umepay, en las sierras de Córdoba, a orillas del rio Grande. Fui el número 38 en llegar, en 2016, y ahora somos más de 100. Cada uno tiene su casa y no comemos todos juntos, pero tenemos acuerdos de convivencia. Construimos casas de adobe y madera, y buscamos impactar lo menos posible en el medio ambiente. Vivo en una hectárea, pero no puedo disponer de más de 200 metros. Limpiamos lo que nos pasa: si tenemos un malentendido, entramos a resolverlo. No lo hacemos explotar con furia. Claro que somos humanos y no es algo que sale perfecto. Aquí conocí a mi pareja. Estamos juntos desde el verano. Ella hace lectura del aura. Había estado acá de paso, volvió buscando un lugar y decidió quedarse.
—Y ¿allá todos te conocen como Amrit?
—Es que soy Amrit. Es mi nombre de maestro de kundalini yoga. Me lo cambié hace seis años. No en el documento, porque en su momento era mucho trámite y no estaba con ánimo. Pero Alejandro Rial tiene toda una historia, y Amrit no tenía, entonces creé una nueva. No reniego de Alejandro; lo amo. Todo lo que hice me habita. Pero si acá preguntás por Alejandro, nadie sabe de quién estás hablando. Amrit es mi nombre y así me gusta que me llamen. Porque me transformé y me fui creando.
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