Adiós a Pablo Milanés, luz de la revolución cubana y voz de los poemas imbatibles

Pablo Milanés en un concierto en La Habana, el 29 de agosto de 2008 (REUTERS/Claudia Daut)
Pablo Milanés en un concierto en La Habana, el 29 de agosto de 2008 (REUTERS/Claudia Daut) (Claudia Daut/)

Cada vez que alguien -empezando por Pat Metheny, que algo sabe de música- decía que Milton Nascimento es el dueño de la voz más hermosa de la humanidad, yo pensaba también en Pablo Milanés. Es que Pablo es (¿o era?, qué raro suena hablar de él en tiempo pasado) otro cantante sublime, formidable, muy difícil de igualar y más aún de superar. Así lo pensaba por ejemplo Mercedes Sosa, que además lo quería tanto. Pablo Milanés es quien acaba de morir a los 79 años.

Con él, saquemos cuentas claras, se va no solo un gran cantante y un gran músico, sino que también se siguen apagando las luces de la revolución cubana que fueron como el sol para buena parte del planeta a partir de los 60. Ya no están el Che y Camilo, los primeros caídos, y no está Fidel, el que resistió todo; ahora tampoco está él, que -hay que reconocerlo y valorarlo, ahora que es la hora de los resúmenes finales- supo decir esto sí y esto no.

En la Argentina de hace muchos años que es también recientemente, según se vea, o mejor digamos más claro en el país en el que se caía la dictadura que se había instalado en el 76 y se anunciaba el regreso de la democracia, Milanés fue tan célebre, que alcanzaba con nombrarlo por su nombre. Pablo. Eran Silvio y Pablo, por Silvio Rodríguez y él, casi un dúo, los dos jóvenes y cubanos, el más acabado símbolo de la rebeldía y el canto valiente. Pero eran distintos: solo bastaba con hacer un leve zoom sobre esas dos figuras para encontrar diferencias. Si bien los dos eran sutiles y muchas veces metafóricos, Silvio era un militante de Fidel, un barbudo más sin barba, un puño alzado; Pablo era también revolucionario pero más pensante y menos pasional, iba por las canciones de reflexión y de amor, aunque sus temas de barricada -como aquel que prometía pisar las calles nuevamente de lo que fue Santiago de Chile ensangrentada o aquel en el que se lamentaba del cantor de nuestros días que no arriesgaba su cuerda por no arriesgar su vida- fueran también una bandera de esperanza y de amor por el viento que la hiciera flamear. Tan famoso fue, que Luca Prodan, que estaba tan cerca del espíritu del rock cuanto lejos del compromiso político de izquierda, conocía su canción “Años” y más que eso: también quiso grabar su versión, modificándola y diciendo que “el tiempo pasa, nos vamos poniendo… tecnos”.

Pero más allá de esas particularidades que la historia evaluará como circunstanciales y aledañas a lo central, qué notable es -fue- artísticamente este Pablo Milanés que acaba de morir. Si tuviera que pensar en esos términos, elegiría decir que fue la más maravillosa voz del filin cubano de los últimos 60 años, lo cual, claro, no es poco. Digo filin y traduzco: filin por feeling, o sea sentimiento, o dicho en otros términos, del bolero. Canciones de amor. Es que Pablo, al igual que Silvio, sabía bien de dónde venía, y allí, en la canción de autor sencilla y con guiños al folklore de su isla, estaban sus raíces. Después fue que puso lo suyo, lo que encontró cuando el destino lo colocó en la primera fila del combate de guitarras.

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También destacaría que fue un notable musicalizador de poetas. Es soberbio su álbum Canta a José Martí, que aquí nunca fue debidamente difundido -el de Yo soy un hombre sincero, Mi verso es como un puñal, Banquete de tiranos y Si ves un montón de espumas y también el de Es rubia, el cabello suelto-, en el que da una hermosa cátedra de cómo solo una guitarra española puede alcanzar para darle alto vuelo a unos poemas imbatibles. Quizá el punto cumbre de sus aciertos en este aspecto sea su musicalización del poema “De qué callada manera” de Nicolás Guillén que pasó a llamarse sencillamente “Canción”, y que en otros lugares aparece con el nombre de “Como si fuera la primavera”.

Fue un buen amigo de Joaquín Sabina en Madrid. Y hasta vecinos en el mismo edificio. Alguna vez Joaquín me contó de las trasnoches de tragos, habanos y risas que compartía con su querido y notable colega cubano del piso de arriba.

Pablo Milanés en un recital en Cuba, en junio de 2022 (REUTERS/Alexandre Meneghini)
Pablo Milanés en un recital en Cuba, en junio de 2022 (REUTERS/Alexandre Meneghini) (ALEXANDRE MENEGHINI/)

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Durante largos años, Pablo luchó contra un cáncer de extraño origen. Recuerdo algunas veces que la aceptación de sus compromisos artísticos dependía de cuál fuera su estado de salud. Algo de eso fue su única condición que puso como prioritaria cuando fue contratado para hacer el que sería su último show en la Argentina, frente al Obelisco, en los festejos del Bicentenario.

Su canción “Yolanda” y las otras también lo sobreviven. Por siempre. Y no solo en el ámbito más intelectual. En los últimos años Milanés hizo colaboraciones con artistas y grupos de distintos perfiles, algunos valiosos y otros no.

Y murió. Era uno de los dos, sí, pero no era la mitad del dúo de aquellos dos cubanos en la Argentina del 84. Silvio Rodríguez, que hoy tiene 75, eligió llamar Para la espera a su disco más reciente, acaso empezando a decirnos adiós, y hasta eligió ponerse en la portada en la misma posición en que está Vladimir Lenin -o su momia, que no es lo mismo pero es igual- en su mausoleo, en la Plaza Roja de Moscú. Pablo Milanés se murió y ya. Y no estaba en su isla. Hasta en eso son distintos.

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