-¿Quién es ése que está gritando y haciendo señas como loco?- preguntó Diego Maradona en medio de una de las primeras prácticas que dirigía al frente de Mandiyú de Corrientes. Alguien del cuerpo técnico caminó hasta el hombre que estaba a los gritos –¡Poneme, Diego, poneme!-, desde una cancha auxiliar en desuso pegada al campo principal. Al tenerlo frente a frente le llamó la atención la vestimenta de ese personaje de unos cuarenta años: los pantalones cortos gastados, los botines tipo Sacachispas y medias tres cuartos de vestir. Eran medias para usar con un traje, para un abogado, pero quedaban ridículas con zapatos de fútbol. Tenía el pelo algo largo y bigotes, un estilo a la Pepona Reinaldi, el astro cordobés de los ’70.
“Soy el Pacha Manavella y vine desde Laboulaye para que me pruebe Diego, además… Preguntale, él me conoce, jugué con él”. Desde ese pueblo de Córdoba hasta esa cancha auxiliar de ese complejo correntino hay más de mil kilómetros de distancia. El ayudante de Maradona comprendió de inmediato el panorama cuando le preguntó dónde estaba parando y el aspirante señaló el Fiat 128 rojo, medio destartalado, estacionado a la sombra de unos eucaliptus: “Duermo en mi auto”. Una cama demasiado corta para el metro ochenta y pico del hombre que pedía unos minutos para mostrar su arte futbolístico.
El ayudante le pidió paciencia sin hacerle más preguntas y volvió al sector donde entrenaban los jugadores, entre ellos el arquero que había sido figura atajando penales para la Selección en Italia 90, Sergio Goycochea. El asistente le explicó a Maradona con cierta compasión el caso de aquel hombre que había imitado la rutina del equipo, pero en soledad y en la cancha auxiliar, con pastos que le llegaban a las pantorrillas. El flamante técnico de Mandiyú entendió todo. Diego Armando Maradona sonrió, se dio vuelta, levantó la mano y gritó: “¡Vení, hermano, vení!”, tomó una pelota y la llevó bajo el brazo hasta el punto del penal, seguido de cerca por el hombre que estaba ante una de las oportunidades más grandes de su vida: “Hermanito, vení, tenés que meterle un penal al Goyco, ¿te animás?”. “Por supuesto”, dijo el Pacha, lo abrazó a Maradona, le dijo que lo quería mucho y se fue a tomar carrera, demasiada carrera, hasta la mitad de la cancha.
La anécdota fue contada hace unos días, entre tantas otras, por el kinesiólogo Ricardo Papastavros en Infobae, uno de los integrantes del cuerpo técnico de Maradona cuando dirigió a Mandiyú de Corrientes en 1994. ¿Quién era ese personaje que se fue a probar ante Diego hace 25 años atrás? ¿Qué se hizo de él? Papastavros recordaba que el Pacha se había presentado como oriundo de Laboulaye, pero no le terminó de creer: “No supe más de él. Hasta dudé si había llegado desde Córdoba. Para mí, el Pacha había bajado de un planeta, de su propio planeta. Contaba tantas cosas, que era difícil discernir entre fantasía y realidad”. Pero Manavella no sólo es de Laboulaye, en el sur cordobés, sino de muchos otros lugares porque su locura futbolística lo llevó a acercarse a varios equipos: Belgrano de Córdoba, el Boca de Bianchi, el Mandiyú de Maradona y hasta llegó a ser una especie de cábala del San Lorenzo que dirigió Oscar Ruggeri en 2006.
Aunque no le creyeron, era cierto que Maradona ya se había cruzado con Manavella. Si el ayudante le hubiese preguntado dónde habían jugado juntos, el Pacha hubiera ido hasta el Fiat 128 a buscar la foto que encabeza esta nota. Diego y él, ambos con la camiseta azul con el logo amarillo de Alarmas X28, posaron a cámaras el 15 de abril de 1992, cuando se jugó en Vélez el partido homenaje al que fuera jugador de River, Juan Gilberto Funes.
¿El Pacha había jugado para el equipo de Maradona ese día? No, sólo tenía una foto. Era, como muchas otras historias en la vida de Pacha, una verdad a medias. Ese día también se había colado al campo de juego, aunque no hay registro de cómo lo hizo. ¿Pero estuvo entonces con Maradona? Sí, y está filmado. Cuando faltaban pocos minutos para terminar el partido homenaje, Diego dejó la cancha para recibir el aplauso de la tribuna y dar una entrevista a Fernando Niembro para Canal 9. Como se ve en el video, mientras Maradona agradecía que la recaudación a beneficio de la familia de Funes había llegado a los 110.000 dólares, Pacha Manavella aparecía asomado detrás del Diez, “robando cámara”, con su pelo largo bien cuidado y sus bigotes, pero vestido de elegante sport. ¿Cómo obtuvo esa foto donde se lo ve a ambos, el Diego y el Pacha, vestidos de jugadores?
Cuando Manavella volvió a Laboulaye, tal vez en 1993, un año antes de hacer su excursión a Corrientes, se cansó de mostrarles a sus amigos la foto con Maradona, ambos con la camiseta del mismo equipo, el azul, en el partido homenaje a Funes. El encuadre apretado deja ver que ambos están en un pasillo o en un vestuario, como si estuvieran listos para salir a jugar. Y también deja ver que la mano de Diego se apoya sobre el hombro de Manavella. Lo que le sirvió al Pacha para sentenciar parado en la cumbre de su ego: “Fijate quién abraza a quién”. En sus momentos de euforia maradoniana, Manavella mandaba a hacer copias de esa foto histórica -y de otras- y las distribuía como parte de su marketing personal.
En cada lugar que aparecía Manavella -en su provincia, en Corrientes, en Mar del Plata o en Buenos Aires- siempre tenía historias con deportistas famosos y, como al pasar, como para decir “la imagen no me deja mentir”, andaba con las fotografías encima. Maradona es la máxima, pero tiene una segunda foto en el ranking de sus preferencias: es la que está con Gabriela Sabatini. Y como si cerrase un círculo entre aquella noche de 1992 en que se fotografió con Maradona, cuando posó con Gaby Sabatini tres años después sostenía la foto donde estaba con Diego. El Pacha también fue un adelantado en el meme donde el Hombre Araña se señala a sí mismo.
¿Dónde y cuándo se tomó la foto con la mejor tenista que tuvo la Argentina? Fue en Angra dos Reis, en la ciudad litoraleña cercana a Río de Janeiro, donde Sabatini llegó para prepararse para el torneo de Wimbledon, en Inglaterra. Al parecer Pacha saltó desde Corrientes, donde la experiencia de Maradona había naufragado, hacia Brasil. Es improbable que haya llegado en el Fiat 128.
Una tarde, un integrante del cuerpo técnico de Maradona vio que el Pacha había puesto en marcha el auto luego de un entrenamiento y lo había movido por primera vez desde que había llegado. Un misterio, porque él mismo había contado que no tenía un peso para cargarle nafta.
-Pacha, ¿cómo hiciste para llenarle el tanque?
-Vendí la rueda de auxilio, respondió Manavella como si fuera lo más natural del mundo
El Fiat 128 rojo, pese a su estado, no moriría en Corrientes. Cinco años después apareció en Tandil, donde Boca Juniors organizaba las pretemporadas, como se verá luego. A él no le importaban las camisetas, no le importaban los clubes, le importaba el fútbol, su fútbol. Así como había ido a probarse con Maradona, le pidió a Carlos Bianchi que lo pusiera en Boca y también a Oscar Ruggeri cuando era técnico en San Lorenzo. Y para eso no dudaba en vivir como si fuera un linyera motorizado. En las cercanías de La Posada de los Pájaros en Tandil o en Empedrado, a pocos kilómetros de la ciudad de Corrientes donde entrenaba el Mandiyú de Diego.
Fue allí en Corrientes donde el propio Papastavros le consiguió un lugar para dormir mientras acompañaba la experiencia maradoniana. El kinesiólogo le dio la llave de unos consultorios que compartía con su entonces esposa, con la única condición de que dejara el lugar a las siete de la mañana. Duró poco, porque un día a la kinesióloga le advirtieron que vieron salir a un personaje extraño del consultorio. Papastavros tuvo que reconocer ante su pareja que él le había dado la llave al Pacha y de paso le aclaró el tema de la caramelera. La dueña del lugar se quejaba porque los caramelos que tenía a disposición de los pacientes desaparecían por las noches: “¡Los jugadores que atendés en el consultorio se comen todo!”, reclamaba la mujer. El Pacha perdió así el alojamiento gratis y tuvo que cortar su dieta de caramelos rellenos.
Muchos años después, Pacha contó que en Corrientes había parado en el mismo hotel que se alojaba Maradona, a metros del río Paraná. Aunque pasaba demasiado tiempo en los entrenamientos o por donde anduviera el equipo, Manavella dormía donde podía, menos en el hotel de Maradona. Cuando salió de Laboulaye en 1994 con su Fiat 128 rojo, no existían los GPS. Su única brújula fue una mapa rutero que le regaló Kelo Risatti, el corredor de Turismo Carretera que tenía ese pueblo de 20.000 habitantes en el sur cordobés. Con esa guía llegó al lugar donde iba a patear el penal más importante de su vida.
Elvio Paolorroso, preparador físico de aquel equipo de Mandiyú, tiene un lejano recuerdo del Pacha, “un muchacho de pelito largo”, que concurría a los entrenamientos y que era divertido. Y hasta arriesga que en algunos momentos colaboraba con Diego. Es que el Pacha era materia dispuesta. Una tarde, el equipo debía volar para jugar de visitante, y Manavella fue hasta el aeropuerto para despedirlo. Roberto Cabrera, arquero suplente de Goycochea, tenía un ticket viejo en el bolso y se lo dio al Pacha delante de todos: “Acá tenés tu pasaje, vos tenés que venir con nosotros, sos imprescindible”. Cuando embarcó todo el plantel, el Pacha seguía intentando convencer al personal de admisión a pista que él debía viajar, que ése era su ticket. Insistió hasta que vio despegar al avión.
Ninguno de los integrantes de aquel cuerpo técnico, ni los jugadores, sabía que ese hombre apasionado por el fútbol, con una ingenuidad casi infantil, se había recibido de abogado en tiempo récord en la Universidad de Córdoba. Manavella obtuvo su diploma luego de cursar tres años y un par de meses.
En su pueblo y antes de que empezara sus aventuras extrañas para llegar hasta las figuras del fútbol, lo llamaban “el doctor Luis Domingo Manavella”, pero ejerció muy poco. El Pacha decidió escapar de la formalidad jurídica y explorar otros mundos donde podía mezclar realidad y fantasía sin necesidad de atarse a los expedientes. Caminó más el andarivel del fútbol -marcador de punta izquierdo en Sporting Club de Laboulaye- que los pasillos de los tribunales.
Seis años después de que padeciera la broma del avión en Mandiyú, el Pacha intentó hacer la suya en noviembre del 2000 cuando el Boca de Carlos Bianchi viajaba para jugar con el Real Madrid en Japón. Eran las 14.30 y el entonces flamante hall del Aeropuerto Internacional de Ezeiza se llenó de hinchas para despedir a su equipo. Un periodista de La Nación describió con detalles la escena y las palabras que lo sorprendieron: “Bianchi me prometió que iba a jugar la final y acá estoy. Soy el jugador número 22”, decía Luis Domingo Manavella ante un grupo de periodistas. Al menos, eso creía este hombre de 45 años, que empujaba un carrito con un bolso de cuero viejo, una raqueta de tenis y un libro con la foto de Maradona. “Miren, tengo el pase libre -mostraba un papel-, los botines de Sócrates y me voy para Japón”, decía, serio, aunque despertaba risas.
El libro con la foto de Maradona que menciona el cronista era el opúsculo que el mismo Pacha escribió con sus pasiones futboleras. Ilustrado con aquella imagen del partido de homenaje a Funes, varios vecinos de Laboulaye conservan ese puñado de hojas titulado “Preludio y homenaje a la locura”, firmado por Luis Domingo Manavella. Una especie de autobiografía donde se mezclan fotos de Maradona y también del propio Pacha con otras glorias del fútbol, como el entonces técnico de Estudiantes de La Plata, Carlos Salvador Bilardo. El apodo de Manavella -Pacha- se lo pusieron cuando empezó a jugar en las inferiores de marcador de punta, en alusión a Carlos Pachamé, el defensor de Estudiantes que luego fue ayudante de campo de Bilardo en la selección nacional. Cuando presentó su obra en Laboulaye, lo hizo en lo que había sido su estudio de abogado, rodeado de amigos, la mayoría del fútbol local.
No es casual que fútbol y literatura convivan en ese mundo ideal del Pacha. Su mamá, Anita Casale, fue profesora de literatura de varias generaciones y directora de la Biblioteca Popular Juan Bautista Alberdi de Laboulaye. Su papá, Pinino Manavella, fue el primer “jugador profesional” del pueblo al integrar la delantera de Sarmiento de Junín, en la provincia de Buenos Aires. La hermana de Pacha, Lelia Manavella, también fue una aventajada alumna de Derecho que ingresó muy joven a la justicia cordobesa, primero fue fiscal y luego jueza en Río Cuarto. Y fue, con algunos amigos de Pacha, quien tenía que hacerlo entrar en razones cuando su hermano se ausentaba sin razones de la casa familiar para ejecutar sus incursiones futboleras espontáneas. Aunque se cumplieron 25 años de su raid correntino, por dar un ejemplo, la propia familia de Manavella desconocía la historia del penal a Goycochea. Pacha contaba lo que quería y como quería.
Meses después del fallido viaje a Japón con Boca, el Pacha volvió a aparecer en una crónica deportiva cuando despuntaba el verano de 2001. “Hola, ¿qué tal? A mí me mandó Bianchi. Vengo a hacer la pretemporada.” Primer día de trabajo de Boca en Tandil. El hombre, con camisa floreada, pantalones cortos y… botines, se detiene delante de la puerta de acceso a La Posada de Los Pájaros. Justo en un improvisado encuentro de guardias de seguridad. “¿Perdón?”, le dice uno que no logra salir del asombro. La respuesta no tarda: “Sí, me convocaron a último momento. Me llamo Luis Domingo Manavella. ¿Puedo pasar?”.
Una vez más, el Pacha se presentaba ante el equipo del momento con un vestuario similar al que usó para lograr que Maradona le tomara la prueba del penal. Manavella no se rendía en el fútbol y el enviado de La Nación lo contó así: “No pudo entrar a La Posada de Los Pájaros, pero esa misma tarde estuvo en el entrenamiento serrano de Boca. El silencio de las sierras enmarcaba la charla de Bianchi, cuando se escuchó un grito desde la tribuna popular: “¡El que mejor le pega soy yooooo…!” Si buscaba protagonismo, allí lo tenía: los jugadores, el técnico y los cien hinchas apuntaron sus miradas al hombre de los botines”.
Por las mañanas, cuando el equipo de Riquelme salía a trotar por la zona del dique y las sierras, Manavella no les perdía pisada. Pero el Pacha iba en su Fiat 128 rojo, o lo que quedaba de él, vestido de jugador, por las dudas…
En el fútbol, el Pacha fue antigrieta. Lo mismo que intentó en Mandiyú, lo había tratado de hacer en Belgrano de Córdoba, quería jugar en Boca o en el San Lorenzo de Oscar Ruggeri. Pacha sólo quería jugar con los mejores. No le importaba con qué camiseta. En su carrera en el fútbol local siempre vistió la de Sporting Club donde fue campeón en la quinta división en 1966, y en 1972 volvió a ganar el título de la liga local en la primera división. ¿Era un marcador de punta rudo o era un exquisito? ¿Jugaba como el Colorado MacAllister o como Silvio Marzolini? Juan Peralta, periodista del programa A Fondo de Radio Laboulaye no tiene dudas: “El Pacha tenía un estilo elegante, era ‘más Marzolini’”…
En todos los lugares donde Pacha “fue a probarse”, él contaba su pasado glorioso en Sporting de Laboulaye y su campeonato de 1972. Y por eso exigía a los gritos a los técnicos que sorprendía en los entrenamientos. A Oscar Ruggeri, entrenador de San Lorenzo en 2006, el Pacha lo convenció. En esa época, Manavella ya había cumplido los 50, pero seguía corriendo alrededor de la cancha donde practicaba San Lorenzo, y cuando se armaba un picado le empezaba a gritar al ex campeón del mundo: “¡Poneme, Oscar, Poneme!”. Ruggeri terminó sumándolo a los picados, aunque quedó en evidencia que el paso de los años no respeta ni los deseos más apasionados. Pero como el Pacha los divertía con sus salidas, quedó como una especie de cábala aunque nadie lo admita. Una cábala que duro poco porque Ruggeri salió eyectado antes de ese fin de año por los malos y abultados resultados.
Al parecer ésa fue la última experiencia del Pacha Manavella con el fútbol grande. Esas historias fueron aderezadas y modificadas a su gusto. Pero lo que buscaba por ahí, estaba en su pueblo natal: en 2015 tuvo su reconocimiento como “gloria del fútbol” en un acto que se hizo en Laboulaye con toda la pompa, con la presencia de la vicegobernadora de Córdoba. El Pacha recibió diploma y medalla como gloria del Sporting Club.
Manavella sigue poniéndose la camiseta de Sporting de vez en cuando, una costumbre que mantiene como el cuidado de su pelo (“el pelito largo” que recordaba Paolorosso), que tantos elogios ganó dentro y fuera de las canchas. De vez en cuando recuerda alguna de sus epopeyas con el sobrino que se encarga de que tome todos sus medicamentos. Por estos días, el Pacha anda más triste de lo habitual por la muerte de Maradona, el técnico que lo probó una tarde correntina de 1994.
Ese día, cuenta el kinesiólogo Papastavros, el Pacha fue feliz cuando venció a Sergio Goycochea de penal: “Vino caminando desde la mitad de la cancha, y cuando le pegó, su pie mordió el pasto y la pelota serpenteó, hizo un camino rarísimo pero se le terminó metiendo a Goyco y el tipo saltaba de la alegría”.
Si alguien quiere ver una luz en los ojos del Pacha no tiene más que recordarle aquella jornada histórica, el día donde tocó el cielo con su zurda, el mágico momento donde venció a Goyco aplaudido por Diego. La llave para levantar el ánimo del Pacha, para escuchar sin esfuerzo su hilo de voz es preguntarle directo. “Pacha, ¿cómo hiciste para meterle el penal al mejor atajador de penales que tuvimos en la Argentina?”.
Y Luis Domingo Manavella, el abogado recibido en tiempo récord, el loco que aparecía en los entrenamientos pidiendo pista, el de la foto con Maradona, la gloria del Sporting de Laboulaye, mirará a la distancia y dirá como al pasar, con fingida modestia:
-Le pegué tres dedos, de zurda. Y Goyco fue para el otro lado…
SEGUÍ LEYENDO:
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
Sé el primero en comentar en"A los 40 años se probó con Maradona, le metió un penal a Goycochea y fue cábala de Ruggeri: el Pacha Manavella, un loco del fútbol"