En Argentina, uno de cada cinco trabajadores es pobre. La tasa de pobreza por estado ocupacional muestra que, aun teniendo empleo, el 21,6% de los ocupados no logra superar la línea de pobreza. En términos absolutos, esto equivale a 4,5 millones de personas sobre un total de sobre un total de 21 millones de trabajadores. Los datos resumen una realidad preocupante, tener trabajo, en muchos casos, ya no alcanza para garantizar un nivel de vida digno.
La pobreza es, en parte, un reflejo del mercado laboral. Entre los desocupados, la incidencia trepa al 58,9%, lo que confirma el impacto directo de la falta de empleo en la vulnerabilidad social. Sin embargo, lo más preocupante es que tener trabajo tampoco exime de la pobreza, especialmente cuando se trata de ocupaciones precarias o de baja productividad.
Entre los inactivos (quienes no participan del mercado laboral por razones de edad, estudio o desaliento) la pobreza afecta al 35,2%. Este grupo combina distintas realidades, por un lado, los adultos mayores, amparados por un sistema previsional con alta cobertura, por otro lado, niños y adolescentes, el segmento más afectado por la pobreza, con una incidencia del 45,4% entre los menores de 14 años. La AUH llega hoy a más de 4 millones de niños, lo que contribuye a atenuar la indigencia, aunque no siempre logra sacar a sus hogares de la pobreza.
La clave, entonces, no es solo tener un empleo, sino la calidad de las inserciones laborales.
Al observar la pobreza entre los ocupados según tipo de trabajo, la incidencia recae fuertemente sobre los trabajadores informales. Entre los trabajadores independientes no registrados, el 40,5% son pobres; entre los asalariados informales, el 37,5%. En contraste, los independientes registrados (monotributistas o autónomos) presentan una tasa de pobreza del 12,3%, y los asalariados formales del 9,7%. Incluso dentro del empleo formal, hay sectores de baja remuneración, como el servicio doméstico, donde persisten altos niveles de vulnerabilidad.
A ello se suma la heterogeneidad sectorial y regional. La pobreza laboral se concentra en ramas de baja productividad, y en provincias donde más de la mitad del empleo es informal, como lo son Tucumán (58%), San Juan (57%), Salta (52%), Santiago del Estero (52%) y Formosa (52%). Estas brechas de productividad y de acceso a empleos de calidad explican por qué la recuperación económica reciente no se tradujo en mejoras homogéneas del bienestar.
Estos datos invitan a repensar el vínculo entre crecimiento, empleo y pobreza. Argentina necesita generar más puestos de trabajo, pero sobre todo, empleos formales y productivos. La creación de empleo en sectores de baja productividad puede mejorar las estadísticas de ocupación, pero no resuelve el núcleo del problema que son los ingresos laborales insuficientes.
En este contexto, las políticas activas de empleo, formación técnica y la transición hacia la formalidad cumplen un rol estratégico. Invertir en capacidades y generar incentivos a la contratación formal no solo mejora los ingresos, sino que reduce las brechas de vulnerabilidad. Asimismo, la articulación con el sector privado resulta fundamental para generar empleos en actividades de mayor valor agregado.
Erradicar la pobreza requiere mucho más que asistencia social, demanda una estrategia sostenida para expandir el empleo formal, impulsar la productividad y fortalecer las capacidades laborales. Las cifras muestran que un mercado laboral más dinámico no sólo mejora los indicadores sociales, sino que también refuerza la estabilidad y la capacidad de crecimiento de la economía.
Reducir la informalidad, fortalecer las trayectorias laborales y mejorar la productividad son, en definitiva, los pilares para una sociedad con mayores oportunidades.
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