El relojero de Sol, “sin presión” ante sus vigésimo séptimas campanadas de Año Nuevo

Marcel Guinot

Madrid, 26 dic (EFE).- En el penúltimo piso de la torre de la Real Casa de Correos, en la madrileña Puerta del Sol, el relojero Jesús López-Terradas limpia y engrasa las ruedas y engranajes del reloj más famoso de España, el que se encargará de dar la bienvenida al año en Nochevieja, una tarea que acomete “sin presión” en sus vigésimo séptimas campanadas al mando.

Desde el habitáculo donde se ubican los mecanismos del reloj, al que se accede por una sinuosa y estrecha escalera de caracol, López-Terradas, ‘el relojero de Sol’, se muestra tranquilo y convencido de que todo saldrá bien, porque la puesta a punto de estos días es la misma que realiza a lo largo de todo el año, tal y como él mismo explica en conversación con EFE.

“No hay presión. No la hay, porque estamos toda la semana viniendo, levantando las pesas, engrasando, mirando, comprobando las variaciones… Hombre, tienes esa tranquilidad de que sabes que el reloj está bien. ¿Puede fallar una máquina? Puede fallar en cualquier momento, pero vamos, dudo mucho que así ocurra, porque todas las semanas del año estamos aquí, dale que te pego”, afirma.

El mantenimiento es el mismo. “Si el reloj va bien, hay que hacer lo que el reloj necesita. Subir las pesas, limpiarlo, engrasarlo, lo que en definitiva es tenerlo a punto. Comprobar las variaciones… Si hay alguna variación se corrige y ya está”, comenta el relojero, al mando de la Nochevieja española desde 1997.

El escenario de que el reloj falle es “muy remoto” pero “posible” porque “con las máquinas no te puedes andar con historias”, indica López-Terradas, dueño de la Relojería Losada y bisnieto de José Rodríguez Losada, también relojero, que donó el Reloj de Sol en 1866, durante el reinado de la reina Isabel II.

El relojero volverá a pasar los últimos segundos del año pendiente de que todo esté en su sitio, siempre acompañado por Santi y Pedro, dos profesionales de la Relojería Losada que se encargan de comprobar el sonido de los cuartos y las horas y el mecanismo de la bola, con especial atención a la parte de abajo de la ‘zona cero’ del reloj de Sol, para que el barullo de la calle no absorba el sonido de las campanadas.

A López-Terradas no le importa que su trabajo le impida tomarse las uvas. “Estás pendiente de que los otros cuarenta millones de personas se las coman a gusto, en la calle, y sean felices. ¿Nuestro mejor rato? Cuando se da la última campanada”, cuenta. En ese momento, los tres relojeros se quedan “tan a gusto” que todo merece la pena.

“Estamos aquí y escuchamos todo, porque antes de que caiga la bola se escucha todo a todo el volumen, con la gente riendo, hablando… Entonces empieza a caer la bola y todo el mundo, callado. Y cuando cae la última campanada, la explosión de alegría la escuchas y es agradable”, señala.

A pesar de que todas las miradas apuntan hacia él cada mes de diciembre, López-Terradas cree que el oficio de relojero “no va a ir mucho más allá” en esta era digital, en la que “muchas personas, más allá de arreglar un reloj, lo tiran y se compran otro”.

Lo que sí perdurará es “la restauración de relojes antiguos, de auténticas obras de arte y demás”, augura. EFE

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