Rusia, el Mundial como pretexto para conocer un asombroso país

Las coloridas cúpulas de la catedral de San Basilio son una de las postales favoritas de Moscú.

Hizo falta una prueba de fe (que su selección ganara por goleada el segundo partido de su zona) para que los rusos asumieran que la Copa Mundial de Fútbol se juega en su casa. Sólo después del 3 a 1 a Egipto salieron a la calle para festejar. Hasta entonces, el torneo se limitaba a cuatro manzanas alrededor de la Plaza Roja –el epicentro turístico de Moscú–, cerrada desde que comenzó a rodar la pelota hasta el lunes 18 de junio.

Era difícil encontrar a uno de sus casi 13 millones de habitantes con la camiseta de su país. OK, ellos mismos admiten que el fútbol no está a la cabeza de sus preferencias deportivas: el hockey sobre hielo y el atletismo lo superan en popularidad.

Hasta ese momento, la Plaza de la Revolución y la calle Nikolskaya, famosa por sus guirnaldas de vereda a vereda, estaban copadas por peruanos, mexicanos y argentinos, marcados de cerca, aunque sin exagerar, por la Policía. Para los rusos, los latinos somos “demasiado ruidosos”.

Una pareja de recién casados en el mercado Ismailovo.

Pero, como sea, los ojos del planeta redondo estarán posados aquí a lo largo de un mes, con la colorida catedral de San Basilio –que en realidad son siete iglesias– como postal favorita. Y bien vale la pena recorrer la ciudad, por más que no albergue la pasión futbolera que tenemos en la Argentina.

Si no fuera por su idioma –y aun más por los caracteres cirílicos de su escritura, que hacen incomprensibles los carteles a quienes no están familiarizados con ese alfabeto–, Moscú sería una de las ciudades preferidas del turismo internacional. Tiene todo. Incluso, es más barata que otras urbes que se convierten en un imán para viajeros: convertidos desde rublos (1 equivale a 0,43 pesos argentinos), el Big Mac cuesta 60 pesos, una entrada a un cine 150, el atado de cigarrillos 30 (según la Organización Mundial de la Salud, Rusia ostenta el mayor porcentaje de fumadores), el mismo precio tiene una cerveza, una pizza grande 150, un Ushanka (gorro ruso) en el mercado de Ismailovo –donde todo se regatea–, insistiendo se puede conseguir a unos 280 pesos; y una matrioshka de 5 piezas, allí se obtiene por 150.

La Duma, el Congreso ruso.

Para empezar una rápida recorrida, habrá que decir que los rusos decidieron no esconder su historia bajo la alfombra. Se puede palpar todo: el esplendor de los zares (quizás esto se perciba mejor en San Petersburgo), la musculatura de las edificaciones de la Unión Soviética, y el consumismo que se desató luego de la perestroika.

La avenida Tverskaya –la preferida de los locales– y sus calles adyacentes, en especial Stoleshnikov, albergan tantas marcas internacionales como Nueva York, París o Londres. Esta arteria parte desde la Duma, el parlamento, y la estatua de Yuri Dolgoruki, el fundador de Moscú, cuyo apellido significa Mano Larga.

Aquí no hay problemas en mezclar a Louis Vuitton o Christian Dior con la estrella, el martillo y la hoz del comunismo o el águila bicéfala del Imperio. El mejor ejemplo son las moles llamadas Siete Hermanas, que mandó a construir Stalin para conmemorar los 800 años de la ciudad. Una más estaba planeada, pero la muerte del líder soviético en 1953 y su reemplazo por Giorgi Malenkov la dejó sin efecto.

Hoy, dos de ellas son ministerios, otras dos hoteles internacionales, la más alejada cobija a la Universidad Estatal, escenario del Fan Fest moscovita; y las restantes dos son edificios de departamentos: uno de 120 metros cuadrados cotiza a unos 500 mil dólares. En proporción hay pocas casas en esta ciudad: la mayor parte de sus habitantes viven en los grises monoblocks construidos en la época soviética. Eso sí, muchos tienen dachas, casas de fin de semana adonde huyen no bien el calor lo permite.

La juguetería Detsky Mir, la más grande de Europa.

También la hoz y el martillo siguen en la puerta del macizo edificio de la KGB. Los propios rusos, con ironía, la calificaban en la época comunista como “la construcción más alta de la Unión Soviética”, a pesar de sus escasos ocho pisos. Es que desde allí, decían, se podía ver hasta lo que sucedía en Siberia… Humor negro, si prefieren.

En aquellos años circulaba un chiste que retrata la mordaza que sufrían sus habitantes: un hijo le pregunta a su padre: “¿Cómo era Lenin?”. “Un buen hombre, el padre de la Patria”. “¿Y Stalin?”. “Malo, hizo purgas contra su pueblo”. “¿Y el actual, Kruschev?” Shhh, calla hijo; cuando muera, lo sabremos”.

La KGB

La que sí pasó zozobras y sufrió la “grieta” es la catedral Cristo Salvador, la de mayor tamaño de Moscú. Dinamitada por orden de Stalin cuando la religión estaba proscripta, se pensó que el amplio terreno donde está ubicada, junto al río Moskova, sería la sede del Palacio de los Soviets: una estatua de Lenin acostado, con una mano extendida para ser un helipuerto y cada órgano destinado a una dependencia. La Segunda Guerra Mundial dejó sin efecto el plan.

Más tarde, Kruschev hizo allí una gigantesca piscina pública al aire libre, con agua climatizada. Pero pronto se dieron cuenta de que los vapores que despedía afectaban las pinturas del museo Glazunov, situado enfrente. Finalmente, en 1994 se emprendió la reconstrucción de la catedral tal cual era originalmente. Hoy, sus cúpulas doradas resplandecen desde el vecino Puente del Patriarca.

La estación Mayakovskay

ERA POR ABAJO. Si Moscú es espectacular en la superficie, bajo tierra es lujosa. Al metro lo llaman Palacio del Pueblo, y no es una exageración. Fue inaugurado en 1935, luego de que el tránsito de la ciudad colapsara en varias oportunidades. Cuenta con 212 estaciones, 14 líneas y 365 kilómetros de vías. Pero, sobre todo, es un espectacular museo subterráneo, con estaciones revestidas en mármol, esculturas de bronce, hermosos frisos y majestuosas arañas.

Como cada lugar de Moscú, y sobre todo después de los atentados que sufrió el metro en 2010, para ingresar se debe pasar el control del detector de metales. Luego, descender por escaleras mecánicas interminables, que recuerdan a las… montañas rusas, claro. El pase es de lo más caro en esta ciudad: unos 25 pesos. La “SUBE” local sirve también para circular en ómnibus, trolebús y trenes. Ah, lo principal: la frecuencia no supera el minuto de demora.

Quizás sea sólo para consolarse. Pero si el Mundial viene difícil para la Argentina, por lo menos nos quedará el recuerdo de haber descubierto una gran ciudad.

Por Hugo Martin.
Fotos Télam y Milu Fuente.

SEGUÍ LEYENDO:
Mundial de Rusia: las fotos de Susana Giménez y Lucía Celasco en Moscú antes del debut de la selección

La otra lista para Rusia 2018: actores, músicos y conductores jugarán su propio mundial

Mauro Icardi no fue convocado para Rusia 2018: el descargo cantado del futbolista y la bronca de Wanda Nara



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

Sé el primero en comentar en"Rusia, el Mundial como pretexto para conocer un asombroso país"

Dejá un comentario

Tu dirección de Correo Electrónico no será compartida


*