“Esto en un rato es un boliche”, le comenta por lo bajo uno de los guardavidas de Playa Grande a Infobae. Apenas son las 16 pero no es difícil de imaginar que la postal que describe es real. Ya a esa hora el alcohol circula, la música está fuerte y la arena es un tetris de cuerpos adolescentes, de miradas que van y vienen, de usuarios de Instagram que se dan follow y se estudian al rayo del sol.
El adn de Playa Grande fue cambiando con el tiempo. La playa está pegada al edificio de la que en un principio fue La Normandie, construida en 1938, reservada entonces para el encuentro de las familias patricias de la ciudad en cenas y bailes. Posteriormente sería dado en concesión al organismo nacional de Biología Marina y luego mejorado y puesto a punto, pasándose a llamar La Normandina.
Una playa en sus orígenes familiar, de las más tradicionales, que desde hace ya varios años es la elegida de los jóvenes. Las familias comenzaron a perder terreno ante la oleada y hoy los primeros 300 metros de costa son ocupados exclusivamente por grupos de adolescentes que plantan bandera en una tierra ganada hace tiempo.
Se trata de la generación Z o centennials, aunque también se encuentran millennials tardíos moviéndose alrededor de algún parlante con “Leña para el carbón”, el tema del verano, que puede escucharse varias veces en un solo día enviado vía bluetooth por DJ´s improvisados e impacientes.
Para ver la orilla del mar hay que caminar hasta tenerla a unos 10 metros. Antes de eso la playa es el campo de un recital a media hora del arranque del show. Los grupos conversan parados o sentados en el piso, la gente se mueve en filas, una que sube y otra que baja hacia la costa, igual que como se camina en una disco al límite de la capacidad.
“A eso de las 19 esto explota, hay gente que viene solamente para estar a esa hora acá”, le aseguró Alejandro (19) a Infobae, que vino desde Tucumán junto a un grupo de amigos, todos ex alumnos del Colegio Tulio García Fernández, que alquilaron siete departamentos para la primera quincena.
Todos los días entre las 15:30 y las 16 están en la playa y recién a las 21 se van, para ducharse y volver a alguna de las discos: Bruto y Mr.Jones las más convocantes. “Salvo que La Caseta haga algún after beach, es acá donde hay que estar”, suma Hernán (19), también parte del grupo de tucumanos que cantan y bailan alrededor de una heladerita roja como si se tratara de un fogón.
A la playa se va preparado. Los grupos peregrinan con heladeritas por el boulevard marítimo Patricio Peralta Ramos. Los que tuvieron la suerte de conseguir departamentos cerca de Playa Grande, encuentran alternativas y puede que se ahorren la carga, pero también recurren a una logística propia.
“Nosotras traemos los termos que nos preparamos con vodka, gaseosa y limón o también fernet, pero como estamos a dos cuadras cuando se nos acaba podemos ir hasta el departamento a reponer”, contó Agustina (19), también de Tucumán y que está de vacaciones junto a cinco amigas.
En relación a la red social que más se usa, nadie duda: Instagram. “Más que nada las historias, ponés la ubicación, que estás en Mar del Plata, en Playa Grande”, contó Lourdes (18), sobre una dinámica que persigue un segundo objetivo: recorrer la playa a través de publicaciones, saber quiénes los rodean sin salir a caminar la arena, desde la pantalla del celular usando la geolocalización.
Celeste y Matías tienen 22 y 24 años, son novios, estaban en Pinamar y llegaron a Mar del Plata para pasar cuatro días antes de volver a Rosario. Cuando tuvieron que elegir un lugar para ir no fue al azar que eligieron Playa Grande. En la charla con Infobae ellos sumaron un detalle clave sobre el uso de las redes sociales: la hora de publicación.
Los centennials llegaron a un mundo en el que los celulares y las tablets ya eran parte de sus casas. La tecnología les es natural y sus códigos también. “A la tarde son las historias, las fotos se suben a otra hora”, explicó Celeste con tono de obviedad. La decisión está atada a los horarios de más y menos tráfico en la aplicación, que cambian según el día, que van a traducirse en más o menos likes. Para la generación Z un sinónimo de status.
Los jóvenes además y en sintonía con el resto de la sociedad están experimentado nuevas formas de relacionarse o mejor dicho, repensando las formas pasadas. En gran parte a raíz de las distintas reivindicaciones de género que en los últimos años comenzaron a debatirse y que se aglutinan detrás de una frase: “no es no”.
“Yo creo que lo que pasa ahora es que las mujeres no están a la defensiva, ni tienen miedo en el boliche o en la playa. Al mismo tiempo el hombre respeta mucho más, no se pasa de la raya“, opinó Francisco (24) de La Plata, estudiante de Ingeniería, aunque del otro lado las versiones son encontradas.
“Ahora si tenés que putearlos los puteás, nosotras reaccionamos frente a eso y quizás antes no lo hacíamos”, admitió Agustina (19), mientras que Luna (19), que escuchaba atenta a su amiga, quiso intervenir con una escena frecuente: “una dice que no pero te insisten y si seguís diciendo que no te terminan insultando. Eso sigue pasando”. Y sumó: “Todavía falta mucho”.
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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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