Pablo Avelluto, en Bogotá: “Rechazo cualquier idea del uso de la cultura como propaganda”

El ministro Avelluto, durante la presentación de la Feria del libro de Bogotá, que tendrá a Argentina como país invitado de honor

Bogotá, enviado especial. Un estado de leve apunamiento –los lugareños lo llaman “soroche“– es el primer regalo que Bogotá reserva para el recién llegado. El clima también desconcierta a quien aterriza en esta ciudad a 2.600 metros sobre el nivel del mar: no hay pronóstico que le acierte del todo. El pasado jueves fue un día caluroso entre un paréntesis de frío matinal y nocturno, y no faltó quien preparara el paraguas para una llovizna que nunca llegó. Se veían, al mismo tiempo, transeúntes protegiéndose con parasoles, mientras sorteábamos el tráfico endiablado para llegar puntuales al almuerzo en el Hotel Marriott, escenario de la presentación de la inminente edición 2018 de la Feria Internacional del Libro (FILBO). Luego de la ceremonia, fue difícil encontrar un momento para charlar a solas con el ministro Pablo Avelluto. En un hueco de su agenda, Avelluto respondió una serie de preguntas sobre diferentes aspectos de las políticas culturales, sin renunciar a discutir algunos tópicos espinosos. Para ello casi hubo que capturarlo en una de las salas del primer piso del Marriott. Su previsible fatiga no le impidió mostrarse distendido y locuaz. En conversación a solas con Infobae, el titular de Cultura despejó equívocos, deslizó puntualizaciones y expresó –como es habitual– más de una opinión polémica.

– En el lanzamiento de FILBO, usted comenzó su discurso aludiendo a la afinidad con la ministra colombiana Mariana Garcés Córdoba en la manera de concebir la cultura. ¿Podría desarrollar ese punto?

 – Yo conocí a la ministra Garcés en 2016, cuando vinimos como invitados al MICSUR (Mercado de Industrias Culturales del Sur). Trajimos una delegación de 60 emprendedores culturales de distintos campos, que habían surgido de una selección previa. Y en realidad, la figura de Garcés tiene que ver con una nueva generación en cuanto al modo de pensar las políticas culturales. Hasta ahora, buena parte de esas políticas estaban concentradas en la preservación del patrimonio, o en el mejor de los casos en cierta visión del Estado como mecenas: es el caso del Fondo Nacional de las Artes, o el INCAA, como modalidades de fomento de las diferentes disciplinas artísticas. Pero en los últimos 10 años, hubo una transformación en la discusión internacional y global sobre las políticas culturales, que tiene que ver con una dimensión económica. Y esa dimensión yo la encontré presente cuando vine a MICSUR y pudimos conversarlo un poco con la Ministra.

– ¿Qué componentes involucra esa dimensión?

– Tiene que ver, por un lado, con los países que han podido lograr una legislación de mecenazgo que permita el aporte de capital privado. Nosotros aún no lo hemos podido lograr: seguimos trabajando e insistiendo con el Congreso para que lo sancione. Pero también apunta, por otro lado, a la idea de que hay una dimensión económica inseparable de toda actividad cultural: es una dimensión que da trabajo –trabajo de calidad, en muchos casos–, que genera exportaciones, divisas. Y que tiene una particularidad: la materia prima para estas industrias se ubica en la cabeza de las personas. Además de la preservación del patrimonio y del fomento de las artes, debemos lograr un desarrollo y una formación cada vez mayor en términos de emprendedurismo y organización. Muchas veces ocurre que proyectos editoriales independientes, pequeños, tienen un enorme talento editorial pero carecen de la posibilidad de armar herramientas comerciales, vender derechos, salir al mundo, exportar.

– Pasemos a analizar el envío de espectáculos argentinos al Festival Iberoamericano de Teatro (FITB), una selección de obras que procura representar un enfoque federal. Pero, ¿cómo se pasa de la mera retórica a la realidad efectiva de esa idea?

– El presente es un paso en esa dirección. Normalmente un conjunto como éste tiene el riesgo de volverse una selección muy porteña. Cuando vino la gente del Festival a ver teatro en Buenos Aires, empezamos a darnos cuenta de que algo faltaba. La gestión de Marcelo Allasino en el Instituyo Nacional de Teatro (INT) ha generado una efervescencia. El propio Marcelo viene de dirigir el Festival de Teatro de Rafaela, que es excelente. Fue él quien nos iluminó un poco y nos entusiasmó con los festivales provinciales que viene haciendo desde hace mucho el INT. Hay que tener en cuenta la gran Fiesta Nacional del Teatro, que cada año se realiza en distintas ciudades. Hay una escena teatral, que en algunos casos puede ser despareja, pero que cuando brilla, brilla muchísimo.

– ¿Es un problema de articulación?

– Durante muchos años el INT y el Teatro Cervantes eran dos universos separados. El hecho de contar con Alejandro Tantanian en el Cervantes y con Allasino en el INT, nos permitió empezar a trabajar juntos. Yo siento que tengo una obligación federal, que tiene que ver básicamente con un hecho objetivo: las instituciones del sistema cultural público nacional están, en su inmensa mayoría, en Buenos Aires. Todas: el Museo Nacional de Bellas Artes, por ejemplo. Está en Buenos Aires, pero su patrimonio no es de los porteños, es de todos los argentinos. Entonces empezamos con una gran exposición itinerante, que ya lleva dos años recorriendo el país, que mezcla historia y presente del arte argentino. Este año sale la exposición de fotografía y otra de tesoros del Bellas Artes, así como otras muestras itinerantes. El propio Cervantes tiene un programa federal, que está dando vueltas por el país. Tenemos la responsabilidad de compensar, de algún modo, el centralismo institucional. Y eso lo hacemos desde el Ministerio y las instituciones que lo componen, desde las becas y subsidios que otorga el Fondo Nacional de las Artes, las tres sedes que tiene la ENERC (Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica) en el Interior… Es un hecho que me obsesiona. Y es un gran desafío, porque tenemos un país muy grande, y porque los recursos nunca alcanzan para hacer lo que uno quiere. Pero es lo que tratamos de hacer.

– Entre las obras seleccionadas para el envío a Bogotá, figuran las de dramaturgos que se cuentan entre las voces más críticas de la actual gestión de gobierno. ¿Permitir que sus obras viajen al exterior en representación oficial es un modo de neutralizar esos ataques?

– A mí no me importan las ideologías de los artistas: ni las de los directores de teatro, ni las de los escritores, ni las de los músicos. Venimos de un país donde tuvimos que luchar y defender el hecho de que las propias posiciones políticas no nos perjudicaran en nuestro trabajo. Yo viví la Dictadura, no me la contaron. Y rechazo profundamente cualquier idea del uso de la cultura como propaganda. Me parece un error, y un error inútil además, porque eso no trae más votos. Y la política cultural pública, que se financia con los recursos de los argentinos, no puede estar al servicio de un partido político. Dramaturgos como Rafael Spregelburd o Mauricio Kartun tienen derecho a pensar lo que quieran, lo mismo que cualquier ciudadano de nuestro país. Kartun no es mejor director de teatro porque esté a favor o en contra del gobierno, o de tal o cual cosa: su valor radica en que es un extraordinario director de teatro. Y su trayectoria lo habilita a que, si queremos mostrar teatro argentino en el Festival Iberoamericano, no pueda faltar una obra suya, o una de Spregelburd. Entonces, creo que ese debate de alguna manera achicó la experiencia cultural, la restringió: así sólo podemos interactuar con aquellos que piensan como nosotros. Me parece absurdo. En ese caso, no leeríamos a Ezra Pound, o a Céline. Pero ni siquiera hay que pensar en casos extremos. Tampoco leerían a Marechal los que no son peronistas o no leerían a Borges los que sí lo son. O no leerían a Vargas Llosa los que no son liberales. Eso limita mucho la experiencia.

– ¿Es decir que el valor artístico sería del todo independiente de la ideología?

– Yo no elijo la música, los libros o las películas por la posición política de sus directores, sino por la calidad de las obras. Y jamás censuraría a un director o elegiría  sólo a los que piensan como yo, algo que ha sido una práctica horrible y terrible de los gobiernos autoritarios, tanto en democracia como en dictadura. Porque eso estrecha la experiencia. Yo no le pregunto a Alejandro Tantanian a quién vota, ni le pregunto a Alberto Manguel a quién vota. Tantanian hace una excelente gestión independientemente de a quién vote. Y lo mismo ocurre con Manguel. Y yo quiero una gran Biblioteca Nacional, no una Biblioteca Nacional macrista. Del mismo modo que me parece un error haber permitido una Biblioteca Nacional sesgada hacia el kirchnerismo.

Avelluto, durante su discurso en Bogotá

– El Festival de Teatro comienza con un notable espectáculo de tango de la Compañía de que dirige Leonardo Cuello. ¿Cómo se concilia ese festejo inaugural con el reciente cierre –o desfinanciamiento– de varias compañías de notable trayectoria como el Ballet dirigido por Oscar Araiz (UNSAM) y el Ballet Nacional de Danza, a cargo de Iñaki Urlezaga?

– ¡Es que no existió nunca un Ballet Nacional de Danza! Había un programa del Ministerio de Desarrollo Social que financiaba un proyecto de Urlezaga para montar una compañía de danza clásica. No conozco el caso de la UNSAM, pero sí este, porque me tocó a mí. La Compañía se cerró cuando no tuvimos los recursos presupuestarios para mantenerla. Ahora bien: no eran empleados del Ministerio. No cerré el Ballet Folclórico Nacional, que sí es una estructura del Estado, a la que se accede por concurso, y donde quienes acceden tienen una determinada estabilidad pero también tienen que cumplir con determinados requisitos. Esta era una institución privada que tenía financiamiento exclusivamente público. Y eso no significa que nosotros estemos en contra de la danza. ¿Cómo vamos a estar en contra de la danza?

– ¿Entonces por qué sigue siendo tan tenaz la objeción sobre el desmantelamiento y el vaciamiento del Estado en el área de Cultura?

– Esas son tonterías que se dicen basadas en prejuicios o posiciones ideológicas, que pueden ser absolutamente legítimas, por otra parte. Pero si vamos a discutir política e ideología en serio, discutamos eso. Ante todo, yo tengo un desafío: debo lograr que los recursos de todos, que llegan al Ministerio, se puedan utilizar de la mejor manera. Uno puede estar de acuerdo o en desacuerdo con las medidas que se toman. Ese Ballet, este año le iba a costar al Estado 45 millones de pesos. Es un monto considerable, es un dinero que no teníamos: por lo tanto íbamos a tener que sacárselo a otras cosas. Entonces la crítica iba a venir del lado de las cosas que sacásemos. Esta es una compañía privada, no es una compañía pública. No estoy cerrando algo como el Teatro Cervantes, que por su parte está viviendo un momento de gran expansión.

– ¿Y en el caso del cine?

 – Con el cine se dio la misma discusión. Al final, se filmaron 200 películas en el año en que estábamos “vaciando” el cine. Se estrenaron más de 200, se filmaron más de 60 largometrajes de ficción y este año se van a filmar más de 80 largometrajes del mismo tipo. Entonces, no ocurre eso: lo que pasa es que ésta es una discusión emocional, no es una discusión racional. Yo te puedo mostrar con los hechos y con los números que no hay vaciamiento de nada. Nos dijeron: “Quieren cerrar el Programa de Orquestas Infantiles”. Y acabamos de estar con Gustavo Dudamel lanzando el Programa de Orquestas Infantiles, porque creemos en eso.

El ministro le explicó a Infobae que las ideas políticas no forman parte del criterio de selección de artistas para los envíos nacionales

– Vuelvo a una de las preguntas anteriores: ¿entonces por qué persisten este tipo de críticas y objeciones estándar?

– Acá obviamente hay un prejuicio ideológico y una posición política. Sobre todo hay un uso político de la cultura, que es lo que nosotros no hacemos. Yo no lo hago. No lo hago porque no me interesa, y además porque no sirve. Y está moralmente mal, porque están en juego recursos que son de todos. Entonces, yo celebro que el Festival Iberoamericano comience con un espectáculo de danza. Nosotros tenemos dos Compañías de danza en el Ministerio –el Ballet Folclórico y la Compañía de Danza Contemporánea– que tienen su estabilidad, su esquema de funcionamiento. Por supuesto, necesitan mejorar su infraestructura y sus elencos necesitan viajar más. En cualquier caso, también hay un problema de la política cultural, y es que no todo proyecto es para siempre. Las cosas tienen su evaluación, su tiempo. La verdad es que deberíamos trabajar mucho más con iniciativas público-privadas para que, entre otras cosas, proyectos como el que dirigía Urlezaga puedan funcionar.

 

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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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