Entendiendo la doctrina “America First"

La sorpresiva reunión entre el presidente Donald Trump y el líder norcoreano Kim Jong-un marca un quiebre fundamental en la política exterior de los Estados Unidos respecto a la que venía realizando con Corea del Norte.

La victoria electoral de Trump en noviembre del año pasado fue una ruptura con el pasado. Trump es criticado ácidamente, pero sigue siendo percibido favorablemente por grandes sectores populares que ven que la economía crece (el desempleo es uno de los más bajos históricamente) y que con su conducción se sienten más seguros y respaldados, en especial los sectores blancos empobrecidos.

Muchos de sus proyectos de la campaña electoral en materia de política exterior van tomando vigencia desde el poder, y el bilateralismo es su herramienta preferida.

Sus políticas de gobierno mantienen esa postura bilateral en la dura renegociación del Nafta con Canadá y México, en su oposición a los acuerdos comerciales con la Unión Europea, con su retiro del TPP y del acuerdo sobre el clima de París, en su saboteo al G7 y en seguir insistiendo en construir un muro para dividir a México de los Estados Unidos. Y recientemente, en retirarse del acuerdo nuclear firmado entre los cinco Estados miembros del Consejo de Seguridad, más Alemania, con Irán. Todas ellas son medidas unilaterales, y son también confrontativas.

Trump se ha convertido en un verdadero iconoclasta en el ejercicio del poder. Sorprende y perjudica a muchos Estados amigos y satisface a otros pocos que tradicionalmente fueron los enemigos de los Estados Unidos, como pasó recientemente con Corea del Norte.

Esta reunión con Kim representa quizás el ejemplo más descriptivo, donde inesperadamente se sentó con un dictador despreciado por sus violaciones a los derechos humanos, sus ensayos misilísticos y su programa nuclear, otorgándole igual rango. Ningún otro presidente americano había podido detener y obligarlo, según parece, a dejar sus armas atómicas y sus misiles.

Corrió un serio riesgo e igualmente se jugó solo y contra la opinión mayoritaria. Todo ello demuestra que, más allá de planteos extravagantes, hay en marcha una línea de conducta de política exterior en la que se ha decidido dejar de priorizar ciertos valores que habían impulsado los Estados Unidos en la escena internacional desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial.

Trump cuando llegó al poder con su séquito duro e intransigente parece haberse decidido a modificar esa estructura y reemplazarla por una práctica diferente, basada en el poder que tiene los Estados Unidos como principal potencia mundial y no en los valores tradicionales.

Posiblemente pensó que si continuaba con esa política pacifista que había sido el leit motiv de la política exterior de Barack Obama, Estados Unidos iba a seguir retrocediendo como había pasado en Siria y Líbano. Por otro lado, China crecía con una política comercial que simulaba liberal, pero era en el fondo proteccionista y la Rusia de Vladimir Putin era nuevamente una potencia militar que se había apoderado de Crimea por la fuerza y apoyaba al régimen inescrupuloso de Assad para que ganara la guerra civil, desplazando a los Estados Unidos de una parte importante del Medio Oriente.

Ahora con Trump las cosas cambiaron y a mucha velocidad. La conferencia sorpresiva con Kim pudo realizarse por la amenaza previa del uso de la fuerza que Trump desarrolló. No escuchó a su canciller Rex Tillerson (al que echó, por seguir una política exterior ortodoxa) y lo reemplazó por un ex CIA, Mike Pompeo; en Seguridad nombró a John Bolton, que, como sabemos, es un halcón en materia de política exterior y seguridad.

Es decir que hay un proyecto estructurado detrás de las bravuconadas y los tuits noctámbulos. Sus propuestas de política exterior, más allá de una escenografía personalista, descolocan a sus aliados y a sus enemigos, como sucedió con Corea y con el G7.

A los seis meses de asumir ha logrado colocar un equipo homogéneo de asesores. Es decir, la política exterior de Trump solamente valora a quienes tienen poder militar (Corea, Rusia) o económico (China), aunque no compartan los valores históricos de los Estados Unidos.

La Argentina como país intermedio perteneciente a Occidente debería tener claro esta nueva visión de la política estadounidense y no equivocarse. No existe más el mundo que dibujara Obama y que fue el que encontró el actual Gobierno cuando asumió.



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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