Diario de viaje: de Buenos Aires a Bronnitsy, una travesía en la que pasó de todo

El Kremlin de Moscú

La voz seca del empleado de la compañía área dolió como una trompada en la nariz. “Su valija no está acá”, dijo, inmutable, alimentando la fama de fríos de los rusos. Habían transcurrido 26 horas desde la salida de mi casa de Buenos Aires hasta la llegada al aeropuerto de Sheremetyevo, en las afueras de Moscú.

Aeropuerto de Sheremetyevo, Moscú, Rusia

Accidentado, el desembarco en Rusia para cubrir el Mundial se transformaba en un suplicio incipiente, una incomodidad impensada. “¿Podré disfrutar del Mundial si no recupero la valija?”, pensé, tal vez exagerado, mientras me dirigía a la oficina de elementos perdidos para hacer el reclamo correspondiente.

Gustavo Yarroch junto a Enzo Pérez, el último convocado por Jorge Sampaoli para jugar el Mundial de Rusia 2018

Las ocho clases de ruso que tomé en radio La Red (el trabajo me impidió ir a todas) resultaron insuficientes para poder entablar un diálogo con la señorita local que me atendió. Opté entonces por hablarle en inglés y ella asentía como quien entiende perfectamente lo que le dice su interlocutor.

Un alivio: suele decirse que apenas tres de diez rusos hablan inglés. Hoy puedo decir que la noté contemplativa y dispuesta a ayudarme, acaso porque me vio entre preocupado y desbordado por la situación, un manojo de nervios a punto de explotar: además de casi toda mi ropa, en mi valija traía elementos vitales para mi trabajo. Después de escucharme, tomó el teléfono, marcó menos de seis números -imagino que llamó a un interno de su compañía-, contó lo sucedido y se quedó esperando sin hablar no menos de cinco minutos.

Gustavo López

La sensación, agria, se veía potenciada por otra situación incómoda: me había desencontrado con Gustavo López y Walter Nelson, mis compañeros de radio La Red, quienes me esperaban en otro sector del aeropuerto ya listos para subir a la camioneta que nos trasladaría hacia el centro de Moscú. Para colmo, el roaming del teléfono celular aún no respondía, por lo que estaba incomunicado con ellos.

Una sensación de alivio -una brisa placentera- me recorrió el cuerpo cuando la señorita rusa me dijo: Your suitcase was found (“su valija fue encontrada”). Eran las 16 pero me pidió que pasara a buscarla por la ticket office de la compañía, 45 minutos más tarde porque sus compañeros estaban muy ocupados. En ese momento no me importó demasiado: lo realmente valioso, lo trascendental, era que la valija había aparecido y que no iba a tener que salir a comprarme ropa a las apuradas y tal vez para 20 días, el tiempo mínimo que estaremos en Rusia porque nuestra estadía aquí coincidirá con la de la Selección. Dicho sea de paso, ojalá que nos tengamos que volver el 16 de julio, el día en el que fueron emitidos los pasajes de regreso: eso querrá decir que Argentina jugó los siete partidos posibles y que terminó entre los cuatro primeros del Mundial.

Entrenamiento de la Selección Argentina de cara al Mundial Rusia 2018 con Lionel Messi como líder (AFP)

Intenté mandarle un mensaje de texto a Gustavo López para que no se fueran del aeropuerto sin mí y entonces me di cuenta de que todo comenzaba a encaminarse: me respondió enseguida, señal de que el teléfono ya funcionaba con la línea argentina. “Espérenme un poco más”, le pedí, sin darle detalles de lo que había ocurrido con la valija. Tuve que ir al tercer piso del aeropuerto a buscarla y me atendió un muchacho joven al que -lo noté desde un principio- no le hizo nada gracia que le hablara en inglés.

“Estoy al tanto. En un rato va a venir un compañero mío a traerla”, me dijo con un tono poco amigable. Los minutos pasaron, se hicieron las cinco de la tarde y la valija seguía sin aparecer.

Mis compañeros de trabajo dejaron de lado la tranquilidad anterior y comenzaron a mandarme mensajes para preguntarme por qué me estaba demorando tanto. Yo les respondía solamente que en breve estaría con ellos. Cansado de esperar porque ya había transcurrido una hora y cuarto de espera, Walter Nelson me llamó por teléfono y entonces le expliqué que la valija se había perdido, que por suerte había aparecido y que en breve estaría nuevamente en mis manos porque ya había transcurrido más de media hora desde el momento en que me habían prometido que me la llevarían.

Una imagen de los departamentos donde se alojan algunos de los periodistas argentinos en Moscú, Rusia

La paciencia inicial de mis compañeros se había transformado en algo bastante parecido al fastidio: después de semejante viaje, solo querían llegar a los departamentos para descansar. Aquí pude comprobar que la famosa puntualidad europea es un concepto falible, capaz de entrar en crisis: 45 minutos después de lo prometido por la compañía, un cincuentón que estaba vestido como un guarda de tren apareció con la valija y entonces me volvió el alma al cuerpo de manera literal.

Una hora y media de trayecto desde el aeropuerto hasta el departamento no fueron motivo para que elevara la más mínima queja pese al cansancio lógico por arrastrar más de un día de viaje: ya estaba en Moscú, ya tenía en mi poder esa misma valija que tanto dolor de cabeza me había generado y solamente me faltaba la credencial para sentir con toda la fuerza que también había comenzado a jugar el Mundial.

Llegamos al departamento, nos acomodamos, descansamos un rato y fuimos a comer a un restorán -el primero que encontramos- con dos rasgos salientes: tocaba un disc jockey en el medio del local y en muchas mesas fumaban con esas pipas de agua, tipo árabe, cuyo humo blanco perturbó a más de un compañero.

En el recorrido y durante la cena confirmé varias de las cosas que había podido percibir en noviembre, cuando conocí este país por la cobertura de los amistosos que Argentina le ganó a Rusia y perdió con Nigeria: Moscú es una ciudad impactante, muy bella arquitectónicamente y cargada de historia; el alfabeto cirílico es poco menos que insondable para quienes hablamos en español; la rusa es una sociedad atravesada por las muertes y los daños de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, algo que se nota en la mirada seria y sufrida de muchos hombres; y las mujeres de aquí son elegantes y bellas, puro glamour.

Un cartel con señales de tránsito en Moscú, Rusia

El acceso a la emblemática Plaza Roja está cerrado de noche y los adolescentes tienen un curioso atractivo, además de la costumbre de -en muchos casos- beber alcohol más de la cuenta: dan breves paseos en caballos que son alquilados en pleno centro de la ciudad. Una situación bizarra y poco higiénica en el marco de una mole de cemento en la que cuesta encontrar algún papel en el piso: los animales ensucian las veredas indefectiblemente.

(Getty Images)

Por el centro de la ciudad, a cinco cuadras de la plaza Roja, mientras son las 21 y aún no se hizo de noche, hay una banda de rock que toca a la gorra y que moviliza a los adolescentes a improvisar una pista de baile en plena vereda. Saltan, se mueven, se divierten como si estuvieran en un boliche bailando un tema pegadizo. El cuerpo pide descanso y a las 2.30 de la mañana, las 20.30 en Buenos Aires, llega el momento de ir a descansar siete horas.

A la mañana siguiente es tiempo de ir a realizar el trámite de la acreditación mundialista al IBC, ubicado en las afueras de la ciudad. Ocho estaciones de subte hasta llegar a destino y una particularidad: la red de subtes de Moscú se parece y mucho a un museo bajo tierra, y al recorrerla uno logra entender el motivo por el cual aquí se la llama El Palacio del pueblo. Paredes de mármol y una arquitectura que destila seducción en la mayoría de las estaciones la transforman en unas de las redes más atractivas del mundo, si no la más. Para tomar el subte hay que bajar más de 200 metros a través de escaleras mecánicas en las que hay reglas no escritas: si te parás del lado izquierdo, corres el riesgo de ser atropellado por los pasajeros que utilizan ese carril para bajar y subir moviendo sus piernas. El motivo por el que se encuentran tan por debajo de las calles cuenta parte de la historia de este país que supo formar parte de la Unión Soviética: durante la Segunda Guerra fueron utilizadas como refugios, tipo búnkers.

Que en el mundo de la FIFA muchas cosas funcionan a la perfección -salvo las denuncias por corrupción que mancharon al organismo rector del fútbol mundial en 2015-, queda claro cuando uno llega al centro de prensa y en no más de cinco minutos tiene hecho el trámite de acreditación. La credencial colgando en el cuello es el último eslabón que falta para que cada trabajador de prensa se sienta definitivamente en modo Mundial. Es un momento agradable, una sensación placentera, algo así como el privilegio y el orgullo de pertenecer.

El búnker de la Selección Argentina en Bronnitsy

Ya con ese último tramite resuelto, la ruta de viaje pide ir hacia Bronnitsy, un pueblito de unos 20 mil habitantes distante a 54 kilómetros de Moscú, para seguir de cerca todos los movimientos de Argentina. El viaje en Uber no arranca bien: al subir al auto, un Peugeot 408 de color amarillo, el aire se torna denso y difícil de respirar. Hay que bajar la ventanilla para que se vaya el fuerte olor a tufo, esa incomodidad. Ya con el aire que viene desde las calles tipo purificador, la hora y 35 minutos de viaje se vuelve mucho más agradable y llevadera.

Los encantos históricos que ofrece Moscú contrastan con el carácter hosco del chofer. ¿Do you speak spanish?, le pregunto, tratando de establecer uno de esos diálogos que le sirven al periodista para comprender mejor la lógica y las costumbres de los lugares que le toca visitar. ¿Do you speak russian?, me responde, cortante y con una sonrisa irónica. El diálogo se corta de manera abrupta y un marcado silencio nos acompaña a lo largo del viaje, como quiere el hombre con rasgos hindúes.

La llegada a Bronnitsy descubre un lugar con mucho verde y sin ruidos, un marco ideal para que un equipo se entrene alejado de estridencias. El Mundial está cada vez más cerca y Argentina trabaja en medio de un panorama poco alentador: con un equipo al que todavía no se le ha notado la mano de Jorge Sampaoli, con dos jugadores que se quedaron afuera por lesiones como Sergio Romero y Manuel Lanzini, con otros que llegan con escaso rodaje como Wilfredo Caballero y Marcos Rojo, con otros que recién ahora se recuperaron de sus lesiones como Gabriel Mercado, Lucas Biglia y Sergio Agüero. Pero está Lionel Messi y uno no puede dejar de ilusionarse con que ocurra lo mejor: el milagro que conduzca a la Argentina hacia su tercera Copa del mundo.

Lionel Messi (Reuters)

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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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